Esta reseña se publicó, originalmente, en achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/jean-michel-jarre-liebana-una-conexion-trece-siglos/
Jean-Michel Jarre en Liébana: Una conexión de trece siglos
Sobre el Monasterio se
proyectaban imágenes de los dibujos del libro del Beato de Liébana, escrito en
el siglo VIII, mientras en el escenario Jean-Michel Jarre, un músico del siglo
XXI, daba un repaso a sus últimos trabajos, Electronica
y Oxigene 3, sin olvidarse de
algunos de los clásicos que lo han convertido en el padre de la música
electrónica. El show, pleno de fuerza y con un espectáculo visual inigualable,
celebraba el Año Jubilar Lebaniego, y dejó la sensación entre los asistentes de
que acababan de asistir a un momento histórico bajo el cielo de Cantabria.
The
Connection Concert, así había bautizado Jarre el concierto. En
efecto, el asunto se trataba de una conexión mediante la música: un enlace con
el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, una comunión con el misticismo
religioso que emana el libro del Beato de Liébana —un comentario al Apocalipsis de San Juan pródigo en
dibujos y que contiene uno de los mapamundis más importantes de la Edad Media—
y un enganche con la naturaleza. La naturaleza, principal preocupación de cara
al concierto, que al final se portó bien. Un taxista comentó, esa misma mañana,
que había entrado un viento del sur, y que cuando ocurría eso nunca llovía.
Podíamos estar tranquilos.
Tranquilidad, se respiraba un
misterioso reposo a pesar de las seis mil personas que abarrotaban el recinto
del aparcamiento junto al Monasterio, lugar elegido para montar el escenario.
Era como si, embutidos entre las montañas y bajo aquella cúpula de estrellas,
se estuviera cocinando una poción mágica que entró en ebullición con los
primeros sonidos de Ethnicolor. En
escena, un trio de músicos parapetados tras la espectacular cortina de leds que emitía incansables
efectos luminosos. Junto a Jean-Michel
Jarre, en el centro y rodeado de teclados, contribuían en la percusión, las
voces, y los sintetizadores, Claude Samard y Stephane Gervais, como dos bolas
de demolición en la interpretación de cada tema, que en directo suenan más
graves que en estudio, con unos bajos estremecedores y unas baterías de ritmos
hipnóticos.
Muy pronto, en la tercera canción
del setlist, ya apareció uno de los
grandes clásicos, Oxigène 2, y quedó
demostrado que las transiciones entre las canciones nuevas y las antiguas, y
las sorprendentes remezclas, se iban a complementar a la perfección durante las
dos horas de espectáculo. Después de la notable Circus, el concierto llegó a una de sus cotas con la impactante Exit, en donde se escucharon las
palabras de Eduard Snowden, el ex
agente de la CIA, advirtiendo de los peligros de la cultura global y del
espionaje de masas; pudo verse en las pantallas su rostro, dirigiéndose al
público, mientras el tema elevaba a un Jarre
en estado de gracia, tanto en lo compositivo como en lo interpretativo.
“Para mí la música es como la
paella”, explicó el músico de Lyon, quizás refiriéndose a la multitud de
elementos que conforman sus creaciones. Sin embargo esta afirmación ya la
habíamos podido encontrar en el encarte del disco del año 1992, Nerve Net, de otro genio de los teclados
y la electrónica, Brian Eno, cuando
aseguraba que ese disco era “como paella”. Tras la confesión culinaria, los
láseres iluminaron los montes lebaniegos y los suaves sintetizadores de Èquinoxe 7 y Oxigène 8 —interpretada con una micro cámara montada en las gafas
del músico y que permitía ver al detalle todos los movimientos de sus veloces
dedos sobre los teclados— dejaron paso a la pieza más potente de la noche, Zero Gravity, el tema en donde colaboran
los veteranos del space rock Tangerine Dream: un remix aplastante que convirtió la explanada en una rave trance
nerviosa y efervescente.
En consonancia con ese engarce entre
los temas nuevos y antiguos, a la locura de Zero
Gravity le siguió una pieza muy querida por Jarre, tal y como la presentó, la delicada Souvenir of China. Y tras esta, la colaboración estrella con los Pet Shop Boys en la canción Brick England. Desde ese instante, el
concierto atacó su parte final, discurriendo por un puñado de canciones
clásicas que sonaban revitalizadas en las potentes remezclas, junto a esa
interpretación, ya legendaria, del músico a los mandos del arpa láser, que
culminó con una proyección de luces sobre el cielo y las montañas de Liébana.
La mezcla de Zoolookologie con Stardust, cerró un espectáculo tan
impecable como emocionante.
Para la memoria, y para la historia
de quienes acudimos al concierto, quedará un buen puñado de imágenes. Además de
la plasticidad del arpa láser, también el instante en que Jarre tocó la
guitarra como cierre a Conquistador,
con un feedback sostenido que invocó
a grupos como los Who, maestros en
eso del acople (curiosamente, Pete Townshed
ha colaborado en el álbum Electronica),
o las luces de los teléfonos móviles del público encendidas y oscilantes mientras
sonaba Oxigène 4, tal vez como una
forma de conectar con los tres cientos mil espectadores de la audiencia
televisiva y del streaming.
El
puente musical entre el Beato del siglo VIII y la música del siglo XXI había
sido construido a golpe de sintetizador y bajo las estrellas de Cantabria.
Ahora, ya podía ponerse a llover porque, como dijo Borges en uno de sus poemas, eso de la lluvia “es una cosa que sin
duda sucede en el pasado”.
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