sábado, 21 de junio de 2014

incipit



han sido tantos años sin dormir que llevo las estrellas colgadas del pelo y en la barba cobijados los fríos de los amaneceres y los huecos cálidos de las camas vacías

han sido demasiadas noches en compañía de bernhard y bukowski y fante empeñados en que no me durmiera con el impetuoso discurso de sus palabras

noches con rock sinfónico y guitarras de yes que asincoparon las horas

y ahora mientras escucho la canción new life del grupo depeche mode me asomo por última vez a los agujeros y las alcantarillas

veo a las ratas correr en dirección a ronda de atocha

y recuerdo esa otra vida

la vida nueva que glosó dante

y mientras apago las pantallas y abandono la luminosidad dolorosa del centro de control

me afirmo en un

íncipit vita nuova

aquí empieza mi vida nueva

sábado, 17 de mayo de 2014

selfie



cuando
a la última moda
hago mi propio
selfie:

aparezco en la foto
como un libro
del que sangran
las palabras

viernes, 9 de mayo de 2014

angelus novus



el ángel de la historia
tiene diarrea

borracho

contempla el vuelo de
baumgartner
y las pelis de
stallone

lee las novelas de
cohelo
y recita poemas de
benedetti

hace de su vida un
saldo

y siente que ya no es
el ángel

ahora
es un estúpido san sebastián
de la modernidad y de la
infamia

jueves, 8 de mayo de 2014

Algo bizarro



Tuvieron que recurrir a Remacha porque era un agente curtido. Una vez envió un correo electrónico a la Cía, o tal vez fue al Efebeí, que, según dicen, ayudó a cazar a Binladen. Era un emilio sobre un tipo que se había comido un quebá al lado del Campo Grande de Valladolid, o algo parecido, que no lo entendí bien y luego, Remacha, nunca nos contaba esa historia de la misma forma dos veces. Bueno, a lo que voy, le dijeron algo así como tío no sabes lo que tienes allí dentro, es todo tuyo, y le encalomaron el mochuelo, nunca mejor dicho lo de mochuelo, porque a quién tenía allí adentro, en el cuarto de interrogatorios, era a Calimero, sí a Calimero, el pollo ese del cascarón de sombrero, el de los dibujos, pero con el cascarón desportillado, en parte renegrido de grasa y mierda y churretes, y con grietas amarillas. No era el procedimiento, pero como el Calimero tenía el hígado como un chicle bien masticado, le habían permitido una botella de ponche Caballero con su casco de plata y chillón como una bola de esas de las discotecas de cuando los Bí-Yís, y  trago de ponche va, trago viene, que se llevaba al pico para beber con nervios y poder mantenerse entero. No era lo acostumbrado ni permitido por el reglamento, pero buscaba una cosa: la confesión del pollo, algo así como cuando al Jarabo le llevaron una paella a la comisaría con su sucarrat y todo. Pues eso. Porque Calimero había sido encontrado en un puticlús de la carretera de Valencia en medio de un baño de sangre y los fiambres del osito Misha, Clementina y Cobi. Había sido una puta masacre, un matadero. Y en medio de todo aquello la policía había detenido a Calimero, acodado en la barra del local trasegando, con sus garrillas de pollo metidas en pleno charco de sangre, mientras se bebía, tan ricamente, un cubata de gin.

Como Remacha era un tipo cuajado, lo que hizo fue compartir tragos en la sala de interrogatorios con el polluelo, y charlar de esto y de aquello, para llevarlo hasta lo que necesitábamos saber. Así que entre vaso y vaso de ponche fumaron algunos cigarrillos también, con esa manía de Remacha que a mí me ponía de los nervios y que consistía en apurar el tabaco hasta el filtro mismo, quemándose el labio, ya con callo tras veinte años de fumeque, y con un desagradable tinte amarillo anaranjado en los dedos y en las uñas que parecía que se pasara el día entero pelando naranjas. Yo no sé si eso fue lo que lo mató, pero unos meses después Remacha empezó a sacar los pulmones por la boca. Y se nos ha marchado en menos de lo que canta un gallo, después de pasarlo bien jodidamente. Hablando de gallos, el pollo también fumaba, como una chimenea, así que con ponche y cigarrillos desató la lengua al cabo de un rato. Bueno, y al principio con alguna amenaza, también. Pájaro, le dijo Remacha, la vida está muy chunga pero para ti aún puede ser peor, o mejor, depende de lo que elijas, o hablas o te cae una somanta, te voy a poner el pico como al pato Lucas ese de los dibujos, que cuando le disparan en la cara, se le vuelve del revés. Y el pájaro llamó a Remacha por un apodo que me sorprendió: Garbanzo, le dijo, sí Garbanzo, así lo llamó. Cuando veíamos el interrogatorio por el circuito cerrado de la tele tuvo que saltar el listo de los cojones, Marchena, un tipo joven de los de la nueva hornada de los delitos de Internet, facebú y todas esas mierdas, que se cree muy leído, y aseguró que un tal Cicerón, uno muy antiguo, tenía ese mote de Garbanzo, que Cicerón venía de Garbanzo en latín o no sé qué historias. Siempre tiene que salir un listo que te toque los huevos. Pues a mí ya podía irme leyendo el ojo del culo.

Bueno, decía que el pájaro llamaba a Remacha con el mote de Garbanzo, que me lo llama a mí y le crujo el alma, pero es cierto que Remacha estaba muy gordo, y a lo mejor le recordaba a un garbanzo, puede, o eso o por el cabezón que gastaba, que tampoco era manco, un cráneo así como de garbanzo mismamente. El caso es que, luego me lo contaron, el Calimero y Remacha se conocían de antes, de cuando Remacha hacía turnos de noche en una comisaría de mierda que se comía las putadas de los borrachos y los mendigos, y el pájaro había ido allí detenido en muchas ocasiones porque le gustaba meterle fuego a los cartones del paso subterráneo en donde dormía cuando se calentaba con la priva y se le piraba la pinza. Mientras los veía beber ponche, fumar y charlar por el televisor, pregunté en alto si esa basura era un griego, por el nombre más que nada. ¿Quién, Remacha? Me contestó Marchena como un idiota… ¿Cómo iba a preguntar si era griego Remacha si todo el mundo estaba hasta las narices de escuchar las historias de su pueblo, Almorox, de las fiestas, las verbenas y hasta de un incendio forestal que hubo un verano con los petardos y que el apagó una parte con un cubo?

Total, que el pájaro empezó a desembuchar y me sorprendía esa voz tan grave que tenía, vamos un vozarrón muy de macho o a lo mejor quemada por el solisombra, cuando me hubiera esperado una vocecita de mariquita como una flauta, pero que va, y con esa voz dura, entre el respeto a la somanta y mordida la mieditis por el ponche, nos contó lo del puticlús, que es lo que interesaba: hacía rondas por puticlúses de mala muerte, pidiendo y dando pena, y por tanto tocar las narices, a puro de insistir, en algunos sitios, ya casi al cerrar, le ponían algo, como esa noche en ese sitio, así que se quedó quietecito en una esquina de la barra mientras se bebía su pelotazo ensimismado, cuando entró como una furia ese tío, el Naranjito, gritando algo así como me voy a ciscar en los muertos de Misha, y el pájaro, que de inmediato se olió el jaleo, a lo suyo, se dijo que tranqui, que a beberse la ginebrita y a pirarse, que lo que se cociera allí ni le iba ni le venía. El Naranjito era como pequeño y rechoncho y algo chepudo, con una rama con dos hojitas verdes que le salía de la coronilla, pero gastaba muy mala leche, y chillaba que dónde estaba el Misha, que le iba a tronzar el alma por hijo de la gran puta. El osito apareció de un reservado, encarado y chulesco, parece ser que harto de vodka. El Naranjito le dijo que ya estaba dejando en paz a su novia la Clementina, que si era puta vale, de acuerdo y okay, pero que solo trabajaba y le daba la pasta a él, nunca para un ruso de los cojones. De repente se habían enzarzado, y poco después, el pájaro no sabe cómo fue, el Naranjito tenía a Misha tumbado sobre la barra, con una navaja en el gaznate, y le dijo que ya que le gustaba tanto que su Clementina follara allí, que ahora lo iba a encular, a ver si eso le parecía bien. Se sacó la cosa que, para ser Naranjito, el pájaro aseguró que se quedó asombrado de la herramienta del amigo, y se la metió allí mismo, así de golpe. El osito gritó, se revolvió, intentó liberarse del Naranjito que meneaba las caderas subiendo y bajando los carrillos colorados del culo, y trató de estamparle una botella que tenía a mano en la cabeza.

¿Y sabe usted, don Garbanzo?, le dijo así, don Garbanzo, que a mí el pájaro se me chotea de esa manera y le reviento la cabeza, el Naranjito se perdió, se cegó, y la lió parda, pardísima. Allí mismo cosió al osito a navajazos, que le dejó la cara como un mapa  y el cuerpo como un coladero. Y el pájaro allí, en su esquina de la barra, con su cubata español que no le pasaba por el gaznate, porque del miedo se había ensuciado encima y no le cogía ni el pelo de una gamba. Entonces, al oír las voces, la Clementina bajó por las escaleras que llevaban al piso de las camas, y se encontró con el pastel: su Naranjito medio en pelotas, con los calzoncillos a media asta, todo encipotado y el osito una masa de sangre y degollado. No le dio tiempo a decir mucho, que el Naranjito la acuchillo también allí mismo, sin dejarle ni decir Pamplona. Y el Cobi, que bajaba las escaleras con esa sonrisa estúpida pintada en la cara después de haberse calzado a la Clementina, recibió una mojá directa en el corazón, repartió por el lugar un surtidor de sangre que habría podido aparecer como el gran espectáculo de la inauguración de las Olimpiadas junto al estreñido ese del arco que encendió la antorcha, y el perrillo como que se desinfló sin decir ni un ay y se quedó tieso en su propio charco de sangre y meados. El Naranjito murmuró algo, se dio media vuelta y se marchó corriendo de allí, mientras el pájaro, embuchado en su cabezota el cascarón salpicado por la sangre, se quedó como con un paralís, aterrado, hasta que lo encontró así la policía, quietecico como un Pepe.

Venga, hala, dijo el comisario al escuchar la confesión, a por el butano ese de los cojones, hay que detenerlo. No me joda, le dije, que estamos hablando del Naranjito. Y que pasa con eso, me preguntó el comisario. Hombre, le dije, es el Naranjito, el del Mundial, que era mascota, los niños y todo eso… No me dejó acabar, empezó a insultar y a cagarse en la madre que parió a Paneque, que a él como si era el mismísimo Conejo de la Suerte, que se la soplaba, que se había ventilado a una mandarina, a un oso y a un perro, y que no se marcharía de rositas. Y punto. El listillo se atrevió a decir que no era un perro cualquiera el Cobi, sino un pastor de los pirineos o una raza de esas de mucho postín. Él tenía que tocar los huevos, claro, y el comisario lo amenazó con mandarlo a pasar el turno de noche a la garita del parking. Cojonudo. Todos a buscar al Naranjito, no era fácil, podía camuflarse como si fuera un balón de baloncesto, y eso nos lo ponía en chino japonés. Pero allí estaba Remacha. El Naranjito, con Remacha, claro, no contaba.

Remacha tiró de confidentes, de toda la gente a la que había acojonado durante años, de la mala baba y del mal vinagre que se gastaba con los pobres desgraciados, y se enteró de que el Naranjito se ocultaba en una pensión de mala muerte en Algeciras, con la intención de que, en cuanto se calmaran las aguas, pasar a Tánger. Pobre idiota, era el Naranjito… ¿Dónde podía ir? En cuanto asomara esos mofletes coloradotes todo el mundo lo señalaría con el dedo. El propio Remacha se personó en Algeciras, tiro de un patadón la puerta del cuartucho y le regaló una somanta de leches al Naranjito. Tundido y esposado, Remacha lo facturó a Madrid por la vía rápida.

Y bueno, pues esa es la historia, la de Remacha, que ahora lo tengo allí de cuerpo presente en ese ataúd tan brillante, con el comisario tan serio y todos tan de luto, después de haberse muerto rabioso y cagándose en la puta que lo parió, con los pulmones vomitados en la cuña. Yo, me he quedado en su puesto, y espero vivir tranquilo. Haré como él, usaré mi mal vino para acojonar a todo quisqui y no buscarme problemas. ¿Y el Naranjito, y el pájaro? ¿Qué fue de ellos? Entiendo la curiosidad. Pues el asunto es que la historia se ha ocultado. El Gobierno se acojonó, el osito Misha, la Clemetina, el Calimero y el Cobi, eran mucha tela todos juntos, era jorobarle a todo el mundo esas figuras que salían en los cromos. Así que llegó la directiva enviada desde arriba: ni mú. Chitón, y como si no hubiera pasado nada. Al Naranjito se le pudren uno a uno todos los gajos en una celda de seguridad en medio de La Mancha, no lo sacan al oreo ni para cagar. Al pájaro, al Calimero de los cojones, lo apiolaron en un callejón, y con él hicieron como con los demás, los sustituyeron por unos muñecos de pichigoma rellenos con un actor. Pensaban que la gente no se daría cuenta… y parece que, de momento, nadie ha reparado en la diferencia, porque cuando sonríen el Calimero, el Naranjito, la Clementina, el osito Misha o el Cobi, desde la ventanita de la televisión, a todos los niños se les ilumina la carita como si, entonces, saliera el sol.

miércoles, 30 de abril de 2014

Muletas


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Un hombre es todos los libros que lee, todos los libros que ha leído, incluso es posible que todos los libros que le restan por leer, pero, bueno, eso es otra historia. De lo que no queda duda es que un hombre es todos los libros que ha leído y que se está leyendo, es decir, que un hombre es todos los libros que lee. 

Un hombre camina sobre los libros que lee, sobre los libros que almacena, que lo imantan por dentro: un hombre es todos los libros que lee. Y avanza con ellos como un enfermo sobre unas muletas repulsivas y herrumbrosas y deja tras de sí un rastro de moco como una babosa repulsiva y como anquilosado y como meado, vejado y viejo, soportado por un andador repulsivo repulsivo repulsivo y tres veces repulsivo. 

Un hombre es los libros que lee. Un hombre es los libros que escribe, que escribe y que ha escrito y que le restan por escribir, un hombre es todo eso: en efecto, un hombre, fundamentalmente,  es todos los libros que escribe y sobre ellos, sobre los libros que escribe, pero también sobre los libros que ha leído, y sobre los libros que está leyendo y escribiendo, sobre todos ellos, se apoya como un enfermo repulsivo como sobre unas muletas repulsivas y va dejando un rastro de enfermedad repulsiva y babas y moco repulsivo tras su paso. 

Un rastro de palabras. 

Un libro es todos los hombres que escribe, un libro es todos los hombres y todos los escritores que se apoyan sobre unas muletas de palabras que dejan un rastro de palabras repulsivas como las babas de un caracol, un rastro de moco de babosa que desemboca en una caseta de la feria del libro y el libro y el hombre dejan su rastro de miasmas y el hombre su rastro de enfermo repulsivo en todas y cada una de las palabras del libro y en todas y cada una de las palabras que pronuncia el hombre y queda la imprimación del mal y de la enfermedad repulsiva en las dedicatorias de los libros firmados al final del rastro de orina y mierda que desemboca en la caseta de la feria del libro entre sonrisas de soles de atardecer, palmaditas en los hombros y vergüenzas.