Tuvieron que recurrir a Remacha porque era un agente
curtido. Una vez envió un correo electrónico a la Cía, o tal vez fue al Efebeí,
que, según dicen, ayudó a cazar a Binladen. Era un emilio sobre un tipo que se
había comido un quebá al lado del Campo Grande de Valladolid, o algo parecido,
que no lo entendí bien y luego, Remacha, nunca nos contaba esa historia de la
misma forma dos veces. Bueno, a lo que voy, le dijeron algo así como tío no
sabes lo que tienes allí dentro, es todo tuyo, y le encalomaron el mochuelo,
nunca mejor dicho lo de mochuelo, porque a quién tenía allí adentro, en el
cuarto de interrogatorios, era a Calimero, sí a Calimero, el pollo ese del
cascarón de sombrero, el de los dibujos, pero con el cascarón desportillado, en
parte renegrido de grasa y mierda y churretes, y con grietas amarillas. No era
el procedimiento, pero como el Calimero tenía el hígado como un chicle bien
masticado, le habían permitido una botella de ponche Caballero con su casco de
plata y chillón como una bola de esas de las discotecas de cuando los Bí-Yís,
y trago de ponche va, trago viene, que
se llevaba al pico para beber con nervios y poder mantenerse entero. No era lo
acostumbrado ni permitido por el reglamento, pero buscaba una cosa: la
confesión del pollo, algo así como cuando al Jarabo le llevaron una paella a la
comisaría con su sucarrat y todo. Pues eso. Porque Calimero había sido
encontrado en un puticlús de la carretera de Valencia en medio de un baño de
sangre y los fiambres del osito Misha, Clementina y Cobi. Había sido una puta
masacre, un matadero. Y en medio de todo aquello la policía había detenido a
Calimero, acodado en la barra del local trasegando, con sus garrillas de pollo
metidas en pleno charco de sangre, mientras se bebía, tan ricamente, un cubata
de gin.
Como Remacha era un tipo cuajado, lo que hizo fue
compartir tragos en la sala de interrogatorios con el polluelo, y charlar de
esto y de aquello, para llevarlo hasta lo que necesitábamos saber. Así que
entre vaso y vaso de ponche fumaron algunos cigarrillos también, con esa manía
de Remacha que a mí me ponía de los nervios y que consistía en apurar el tabaco
hasta el filtro mismo, quemándose el labio, ya con callo tras veinte años de
fumeque, y con un desagradable tinte amarillo anaranjado en los dedos y en las
uñas que parecía que se pasara el día entero pelando naranjas. Yo no sé si eso
fue lo que lo mató, pero unos meses después Remacha empezó a sacar los pulmones
por la boca. Y se nos ha marchado en menos de lo que canta un gallo, después de
pasarlo bien jodidamente. Hablando de gallos, el pollo también fumaba, como una
chimenea, así que con ponche y cigarrillos desató la lengua al cabo de un rato.
Bueno, y al principio con alguna amenaza, también. Pájaro, le dijo Remacha, la
vida está muy chunga pero para ti aún puede ser peor, o mejor, depende de lo
que elijas, o hablas o te cae una somanta, te voy a poner el pico como al pato
Lucas ese de los dibujos, que cuando le disparan en la cara, se le vuelve del
revés. Y el pájaro llamó a Remacha por un apodo que me sorprendió: Garbanzo, le
dijo, sí Garbanzo, así lo llamó. Cuando veíamos el interrogatorio por el
circuito cerrado de la tele tuvo que saltar el listo de los cojones, Marchena,
un tipo joven de los de la nueva hornada de los delitos de Internet, facebú y
todas esas mierdas, que se cree muy leído, y aseguró que un tal Cicerón, uno
muy antiguo, tenía ese mote de Garbanzo, que Cicerón venía de Garbanzo en latín
o no sé qué historias. Siempre tiene que salir un listo que te toque los
huevos. Pues a mí ya podía irme leyendo el ojo del culo.
Bueno, decía que el pájaro llamaba a Remacha con el
mote de Garbanzo, que me lo llama a mí y le crujo el alma, pero es cierto que
Remacha estaba muy gordo, y a lo mejor le recordaba a un garbanzo, puede, o eso
o por el cabezón que gastaba, que tampoco era manco, un cráneo así como de
garbanzo mismamente. El caso es que, luego me lo contaron, el Calimero y
Remacha se conocían de antes, de cuando Remacha hacía turnos de noche en una
comisaría de mierda que se comía las putadas de los borrachos y los mendigos, y
el pájaro había ido allí detenido en muchas ocasiones porque le gustaba meterle
fuego a los cartones del paso subterráneo en donde dormía cuando se calentaba
con la priva y se le piraba la pinza. Mientras los veía beber ponche, fumar y
charlar por el televisor, pregunté en alto si esa basura era un griego, por el
nombre más que nada. ¿Quién, Remacha? Me contestó Marchena como un idiota… ¿Cómo
iba a preguntar si era griego Remacha si todo el mundo estaba hasta las narices
de escuchar las historias de su pueblo, Almorox, de las fiestas, las verbenas y
hasta de un incendio forestal que hubo un verano con los petardos y que el
apagó una parte con un cubo?
Total, que el pájaro empezó a desembuchar y me sorprendía
esa voz tan grave que tenía, vamos un vozarrón muy de macho o a lo mejor
quemada por el solisombra, cuando me hubiera esperado una vocecita de mariquita
como una flauta, pero que va, y con esa voz dura, entre el respeto a la somanta
y mordida la mieditis por el ponche, nos contó lo del puticlús, que es lo que
interesaba: hacía rondas por puticlúses de mala muerte, pidiendo y dando pena,
y por tanto tocar las narices, a puro de insistir, en algunos sitios, ya casi
al cerrar, le ponían algo, como esa noche en ese sitio, así que se quedó
quietecito en una esquina de la barra mientras se bebía su pelotazo ensimismado,
cuando entró como una furia ese tío, el Naranjito, gritando algo así como me
voy a ciscar en los muertos de Misha, y el pájaro, que de inmediato se olió el
jaleo, a lo suyo, se dijo que tranqui, que a beberse la ginebrita y a pirarse,
que lo que se cociera allí ni le iba ni le venía. El Naranjito era como pequeño
y rechoncho y algo chepudo, con una rama con dos hojitas verdes que le salía de
la coronilla, pero gastaba muy mala leche, y chillaba que dónde estaba el
Misha, que le iba a tronzar el alma por hijo de la gran puta. El osito apareció
de un reservado, encarado y chulesco, parece ser que harto de vodka. El
Naranjito le dijo que ya estaba dejando en paz a su novia la Clementina, que si
era puta vale, de acuerdo y okay, pero que solo trabajaba y le daba la pasta a
él, nunca para un ruso de los cojones. De repente se habían enzarzado, y poco
después, el pájaro no sabe cómo fue, el Naranjito tenía a Misha tumbado sobre
la barra, con una navaja en el gaznate, y le dijo que ya que le gustaba tanto
que su Clementina follara allí, que ahora lo iba a encular, a ver si eso le
parecía bien. Se sacó la cosa que, para ser Naranjito, el pájaro aseguró que se
quedó asombrado de la herramienta del amigo, y se la metió allí mismo, así de
golpe. El osito gritó, se revolvió, intentó liberarse del Naranjito que meneaba
las caderas subiendo y bajando los carrillos colorados del culo, y trató de
estamparle una botella que tenía a mano en la cabeza.
¿Y sabe usted, don Garbanzo?, le dijo así, don Garbanzo, que a mí el pájaro se me chotea de esa manera y le reviento la cabeza, el Naranjito se perdió, se cegó, y la lió parda, pardísima. Allí mismo cosió al osito a navajazos, que le dejó la cara como un mapa y el cuerpo como un coladero. Y el pájaro allí, en su esquina de la barra, con su cubata español que no le pasaba por el gaznate, porque del miedo se había ensuciado encima y no le cogía ni el pelo de una gamba. Entonces, al oír las voces, la Clementina bajó por las escaleras que llevaban al piso de las camas, y se encontró con el pastel: su Naranjito medio en pelotas, con los calzoncillos a media asta, todo encipotado y el osito una masa de sangre y degollado. No le dio tiempo a decir mucho, que el Naranjito la acuchillo también allí mismo, sin dejarle ni decir Pamplona. Y el Cobi, que bajaba las escaleras con esa sonrisa estúpida pintada en la cara después de haberse calzado a la Clementina, recibió una mojá directa en el corazón, repartió por el lugar un surtidor de sangre que habría podido aparecer como el gran espectáculo de la inauguración de las Olimpiadas junto al estreñido ese del arco que encendió la antorcha, y el perrillo como que se desinfló sin decir ni un ay y se quedó tieso en su propio charco de sangre y meados. El Naranjito murmuró algo, se dio media vuelta y se marchó corriendo de allí, mientras el pájaro, embuchado en su cabezota el cascarón salpicado por la sangre, se quedó como con un paralís, aterrado, hasta que lo encontró así la policía, quietecico como un Pepe.
¿Y sabe usted, don Garbanzo?, le dijo así, don Garbanzo, que a mí el pájaro se me chotea de esa manera y le reviento la cabeza, el Naranjito se perdió, se cegó, y la lió parda, pardísima. Allí mismo cosió al osito a navajazos, que le dejó la cara como un mapa y el cuerpo como un coladero. Y el pájaro allí, en su esquina de la barra, con su cubata español que no le pasaba por el gaznate, porque del miedo se había ensuciado encima y no le cogía ni el pelo de una gamba. Entonces, al oír las voces, la Clementina bajó por las escaleras que llevaban al piso de las camas, y se encontró con el pastel: su Naranjito medio en pelotas, con los calzoncillos a media asta, todo encipotado y el osito una masa de sangre y degollado. No le dio tiempo a decir mucho, que el Naranjito la acuchillo también allí mismo, sin dejarle ni decir Pamplona. Y el Cobi, que bajaba las escaleras con esa sonrisa estúpida pintada en la cara después de haberse calzado a la Clementina, recibió una mojá directa en el corazón, repartió por el lugar un surtidor de sangre que habría podido aparecer como el gran espectáculo de la inauguración de las Olimpiadas junto al estreñido ese del arco que encendió la antorcha, y el perrillo como que se desinfló sin decir ni un ay y se quedó tieso en su propio charco de sangre y meados. El Naranjito murmuró algo, se dio media vuelta y se marchó corriendo de allí, mientras el pájaro, embuchado en su cabezota el cascarón salpicado por la sangre, se quedó como con un paralís, aterrado, hasta que lo encontró así la policía, quietecico como un Pepe.
Venga, hala, dijo el comisario al escuchar la
confesión, a por el butano ese de los cojones, hay que detenerlo. No me joda,
le dije, que estamos hablando del Naranjito. Y que pasa con eso, me preguntó el
comisario. Hombre, le dije, es el Naranjito, el del Mundial, que era mascota,
los niños y todo eso… No me dejó acabar, empezó a insultar y a cagarse en la
madre que parió a Paneque, que a él como si era el mismísimo Conejo de la
Suerte, que se la soplaba, que se había ventilado a una mandarina, a un oso y a
un perro, y que no se marcharía de rositas. Y punto. El listillo se atrevió a
decir que no era un perro cualquiera el Cobi, sino un pastor de los pirineos o
una raza de esas de mucho postín. Él tenía que tocar los huevos, claro, y el
comisario lo amenazó con mandarlo a pasar el turno de noche a la garita del
parking. Cojonudo. Todos a buscar al Naranjito, no era fácil, podía camuflarse
como si fuera un balón de baloncesto, y eso nos lo ponía en chino japonés. Pero
allí estaba Remacha. El Naranjito, con Remacha, claro, no contaba.
Remacha tiró de confidentes, de toda la gente a la
que había acojonado durante años, de la mala baba y del mal vinagre que se
gastaba con los pobres desgraciados, y se enteró de que el Naranjito se
ocultaba en una pensión de mala muerte en Algeciras, con la intención de que,
en cuanto se calmaran las aguas, pasar a Tánger. Pobre idiota, era el
Naranjito… ¿Dónde podía ir? En cuanto asomara esos mofletes coloradotes todo el
mundo lo señalaría con el dedo. El propio Remacha se personó en Algeciras, tiro
de un patadón la puerta del cuartucho y le regaló una somanta de leches al
Naranjito. Tundido y esposado, Remacha lo facturó a Madrid por la vía rápida.
Y bueno, pues esa es la historia, la de Remacha, que
ahora lo tengo allí de cuerpo presente en ese ataúd tan brillante, con el
comisario tan serio y todos tan de luto, después de haberse muerto rabioso y
cagándose en la puta que lo parió, con los pulmones vomitados en la cuña. Yo,
me he quedado en su puesto, y espero vivir tranquilo. Haré como él, usaré mi
mal vino para acojonar a todo quisqui y no buscarme problemas. ¿Y el Naranjito,
y el pájaro? ¿Qué fue de ellos? Entiendo la curiosidad. Pues el asunto es que la
historia se ha ocultado. El Gobierno se acojonó, el osito Misha, la Clemetina,
el Calimero y el Cobi, eran mucha tela todos juntos, era jorobarle a todo el
mundo esas figuras que salían en los cromos. Así que llegó la directiva enviada
desde arriba: ni mú. Chitón, y como si no hubiera pasado nada. Al Naranjito se
le pudren uno a uno todos los gajos en una celda de seguridad en medio de La
Mancha, no lo sacan al oreo ni para cagar. Al pájaro, al Calimero de los
cojones, lo apiolaron en un callejón, y con él hicieron como con los demás, los
sustituyeron por unos muñecos de pichigoma rellenos con un actor. Pensaban que
la gente no se daría cuenta… y parece que, de momento, nadie ha reparado en la
diferencia, porque cuando sonríen el Calimero, el Naranjito, la Clementina, el
osito Misha o el Cobi, desde la ventanita de la televisión, a todos los niños
se les ilumina la carita como si, entonces, saliera el sol.
He pasado por todos los estados posibles: estupefacción, asombro, intriga, nervios y mucha mucha risa!
ResponderEliminarNunca volveré a ver a Naranjito con los mismos ojos...
Un fantástico relato!
Muchísimas gracias por tu comentario, me alegro de que te haya gustado. Para mí es muy importante saber que las cosas que escribo y que tanto trabajo me cuestan sean bien recibidas y que, en este caso, produzcan sensaciones, en especial risas. Eso me deja muy satisfecho y con fueras para seguir escribiendo. Saludos!!!
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