martes, 21 de agosto de 2012

El destino final de Ottla Kafka


-En el Gobierno General de Polonia: K.L. Auschwitz, madrugada del 7 de octubre de 1943-.

Era un paisaje bien extraño el de esa madrugada. Pese al intenso frío no parecía que se encontraran en Suecia, Dinamarca, u otro país nórdico. Sin embargo, eso le prometieron las autoridades de Terezín…, bueno, de Theresienstadt, que ahora ellos lo llamaban así. Además, ¿en un par de días se podía llegar por tren a Escandinavia? Porque fueron un par de días de pesadilla, embutidos en los trenes. Al menos, ella, igual que los otros adultos que acompañaban al millar de niños, pudo resultar útil.

Qué raro era el lugar desconocido, con una niebla tan densa, con esa especie de lluvia de cenizas; algo no marchaba del todo bien…, no, era absurdo preocuparse. Les prometieron un destino en el extranjero, junto a los niños que arribaron a Terezín procedentes de un gueto de huérfanos polacos ubicado en Byalistock. También les prometieron ropa limpia y comida. A cambio, tan sólo, los adultos deberían encargarse de los niños durante el viaje, de que no presentaran problemas. Por supuesto, ante la perspectiva de salir de Terezín, Ottla fue una de las primeras en apuntarse a las listas.

Descendieron del convoy. En formación, los dirigieron camino de una entrada subterránea que daba acceso a un enorme barracón. Alguien en la fila susurró baños e inhalación. Procedimiento de rutina: despiojamiento, duchas, tratamiento antiparásitos…, resultaba lógico, vista la suciedad que arrastraban desde su penosa estancia en Terezín.

Uno de los niños lloraba a su lado, desesperado, porque no escaparía a un buen baño y quién sabía a qué otros desabridos menesteres higiénicos. Ottla se volvió con dulzura, pero empleó cierta firmeza para reprenderlo suavemente, con el afán de apaciguarlo:

-Venga, chico, tranquilo, un poco de agua te vendrá bien. Luego te encontrarás mucho mejor.

El niño sorbió los mocos, cedió en sus espasmos y presa del terror más angustioso se aferró a las pantorrillas de la mujer que, con pasos cortos y dificultosos, se aproximaba al túnel que engullía a los integrantes del tren; un transporte calificado por el departamento de la RSHA IV, Sección IV, B-4, a cargo de Adolf Eichmann, como un convoy de Tratamiento Especial (que ahora ellos lo llamaban así): integrado por 1260 niños y 53 adultos judíos a cargo de las criaturas, todas ellas con destino final en Auschwitz.

Ottla Kafka avanzaba con evidente riesgo de caída, enredado el muchacho en sus piernas, y se acordaba de sus hermanas, Elli y Valli, separada de ellas desde el momento en que las deportaron a Lodz, bueno, a Lizzmanstadt, que ahora ellos lo llamaban así. ¿Estarían bien? Seguro que todo terminaría favorablemente. Padre y Madre murieron antes, se libraron de soportar todo eso, quizás fuera lo mejor. Y bien segura estaba que Franz nunca habría podido superar pruebas de tal dureza, ni tan siquiera afrontarlas con un mínimo de garantías… así que se alegraba, resultaba feo decirlo, tan siquiera pensarlo, pero se alegraba de que, con su fallecimiento, él se ahorró tanta humillación.

… unos pasos más y llegarían a la boca del túnel.

 Las oscuras fauces de ese ogro emitían una especie de borborigmo, estertor sordo que aterrorizó al chaval aferrado a las piernas de Ottla. Se agarró tan fuerte que la mujer no pudo ya dar un paso más y la fila se detuvo. Eso era algo realmente peligroso.

-Schnell, schnell! –se les aproximó uno de los guardianes fuera de sí. Cualquier retraso o anomalía en la formación era, administrativamente, intolerable.

El crío soltó a su protectora y rompió a llorar desconsolado. Las lágrimas surcaban su cara de churretones, ennegrecida por la suciedad y la ceniza.

El soldado contempló al chaval y comprendió que por mucho empeño que pusiera no lograría que se moviera en dirección a la bocana del túnel. Era un serio disturbio para el resto de la cola, retardaba el proceso y un convoy de húngaros que también debía recibir Tratamiento Especial, andaba próximo a llegar.

Un instante antes, tan sólo un instante antes, Ottla, ensimismada en sus pensamientos, recordaba a Franz y a sus hermanas (ignoraba que fueron asesinadas en Chelmno, es decir, en Kulmhof, que ahora ellos lo llamaban así), y buscaba en los recuerdos frescor y valentía para no preguntarse con verdaderas ganas que ocurría realmente allí, porque intuía que las respuestas serian terribles.

El soldado, rutinario y brutal, rompió de un culatazo el cráneo del niño. Se escuchó un horroroso crujido. El llanto cesó de forma automática y el chaval se desplomó en el suelo como si jugara con sus amigos, allá en el gueto de Byalistock: unos eran indios, otros vaqueros; uno de ellos fingía caer abatido de certero flechazo por obra del arco de Toro Sentado o por un preciso balazo del General Custer.

Sí: Igual que ahora.

Un instante después, tan sólo un instante después, Otlla pasó de creerse a salvo, de que todo podría ir bien, a la locura, a la violencia, a los golpes, a las carreras, a los insultos y muy pronto al terror de las luces apagadas en la asfixia de la cámara.

El soldado fue castigado sin su ración de vodka. Indudablemente incumplió la ordenanza de enviar el transporte a Tratamiento Especial dentro de la mayor calma posible, lo que se denominaba Procedimiento de Tranquila Bienvenida (ahora ellos lo llamaban así). Con su acción desató el pánico entre los judíos, lo que significó mayor trabajo para los guardias, con el lógico desgaste de los nervios de la dotación, circunstancia particularmente negativa puesto que, apenas cuarenta minutos después, todavía exhaustos por domeñar a esos niños del diablo, asomaba por una esquina del campo la interminable fila de judíos húngaros en dirección a la medieval boca del gigante enladrillado, ogro recostado en el fangal de Oswiecim (de Auschwitz, que ahora ellos lo llamaban así).

1 comentario:

  1. Muy interesante, aunque todo esto me produce horror, pena,asco,rabia,desconcierto, un terrible desánimo, me pasa lo mismo cuando veo un documental sobre este "tema", termino como si una bomba atómica hubiera arrasado todo mi ser y solo quedaran cenizas de mi persona.Tal vez me pase como a la mujer de Lot, me convierto en estatua de sal por no poder apartar los ojos de semejante sadismo, barbarie,locura colectiva...La impotencia me aturde.

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