–Brasil, primavera de 1942-
(En una
modesta y rústica habitación de madera un hombre escribe a la luz de una
lamparita, encorvado sobre una mesa. Detrás del escritorio aparece una ventana
abierta de par en par a la oscuridad, a la noche. Gruesas manchas de sudor en
las axilas; hace mucho calor, un calor extremo, tanto que, a lo mejor, no sería
tan buena idea el mantener las ventanas abiertas porque la estancia aumenta así,
aún más, su insoportable temperatura con ese aire recalentado que circula por la
calle. El hombre, cansado, levanta la vista un momento y toma aliento para,
después, acercarse un poco más la lámpara que tan escasa luz ofrece y prosigue
con el último párrafo de su escrito. La recia, pausada y segura voz de un
narrador, nos lee lo que el hombre ha garabateado con tanto esfuerzo):
“En Petrópolis, Brasil, 1942:
He llegado hasta donde he llegado, como he
podido, a Brasil, a Petrópolis, como un exiliado. Huyo del régimen nazi, con
una absoluta desesperanza en la raza humana. Hoy ya no lo soporto más, no
soporto más a la raza humana. Por eso he decidido suicidarme junto a mi segunda
esposa, que también se muestra de acuerdo. Nos hemos cansado de pertenecer a la
raza humana”.
(El hombre repasó lo
escrito. Primero, se conmovió, seguro de que su mujer jamás sería capaz de
llegar hasta ese extremo, el suicidio, si él no se hubiera empeñado tanto; lo
que hacía su mujer era un acto de amor y eso era terrible. A continuación,
incluso se rió de sus temores ante la muerte, pero con unos matices
desconsolados. El hombre releyó el último párrafo. De nuevo escuchamos la voz
del narrador):
“Así que, sumidos en la desesperación del
exilio, vemos que Hitler ganará la guerra de manera irremisible. Las
circunstancias nos conducen a aceptar la muerte como un castigo al mayor pecado
que hemos cometido: perdimos la fe en la raza humana aunque, quizás, también
vamos a suicidarnos a causa de la insoportable y profunda degradación alcanzada
por el hombre: una raza a la que nosotros pertenecemos y de la que nos
avergonzamos. Porque nos resulta intolerable, insoportable, el sabernos humanos”.
(Se levanta y
desaparece por la puerta de la habitación que conduce hasta su dormitorio.
Allí, aguarda su mujer y, tumbados en la cama, serán encontrados después:
muertos. Entonces, mientras un plano de cámara se aleja lentamente de la casa
en donde ya se presiente la tragedia que se avecina, la voz del narrador
declama con un tono neutro, como aséptico):
-Stefan Zweig se suicidó junto a su amada, como lo hizo Hitler con Eva Braun. Si Zweig y su mujer hubieran esperado tan sólo unos pocos años más, hasta la muerte del Führer y al desplome del Tercer Reich... incluso es posible que hubieran podido recuperar su fe en el ser humano...
(Se cierra la escena
con un plano del abrasado cielo brasileño, nocturno y estrellado; le sigue un
fundido en negro y la leyenda, sobreimpresionada en letras blancas):
“La
Historia es la suma total de todas aquellas cosas que hubieran podido
evitarse”.
Konrad
Adenauer.
(En un silencio
absoluto, la pantalla se vuelve a negro, y aparece la palabra):
FIN.
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