Ayer, 11 de agosto de 2012, cumplí
9 años en el mismo trabajo. 
Y también: 696 días sin verte. 
Después de tanto tiempo, he
vuelto a contabilizar tus días por un mero motivo estadístico, días como granos
de sal derramados sobre el cauterio. 
Pero, también, cumplí 42 días
sin verte, a ti: no sé qué es lo más triste. 
Porque estos 42 días no son
estadísticos y se están acumulando sobre la piel como esponjas de vinagre sobre
la sanguina de mis heridas. 
No sé qué es más terrible: si
la certeza de los años que me quedan en ese trabajo o la posibilidad de no
volver a veros, a ninguna, nunca más.
Nunca más.



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