viernes, 31 de diciembre de 2010

Amoniaco (para un fin de año)


El olor de Amoniaco es el olor de los quirófanos, es el olor de la difícil y violenta desinfección, es el olor del sufrimiento: mi olor.
Tú eres mi olor, tú eres mi dolor:
tú eres mi Amoniaco.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Hemorragia


Todas esas ratas que veo corretear por las galerías, sí, todas esas, tarde o temprano comerán del veneno que es una sustancia hemorrágica y ya nada podrá evitar que se desangren en un torrente de venas y capilares quebrados.
Todos esos recuerdos, ese nombre tuyo, tus manos, sí, todas esas cosas, tarde o temprano harán que me desangre en un torrente de hematomas y derrames.
Eres mi hemorragia. Sin contraveneno posible.
En la oscuridad de las galerías, entre la tuberías, entre restos de cables, junto a los hilos telefónicos que, seguramente, ahora transportan tu voz para desear un feliz año a alguien que adoras... junto a todo eso:
me desangro.

Tiananmen (sobre los adoquines)


En Tiananmen, sobre los adoquines, un hombre se arrodilla delante de un tanque y abre los brazos en cruz a la lluvia y a la historia. Al cielo.
En Tiananmen un tanque se detiene frente a un hombre arrodillado sobre los encharcados adoquines, con los brazos en cruz, recortado bajo el cielo de pesadillas. Un soldado desciende del blindado con la tranquilidad de la rutina burocrática, da unos pasos, apunta a la cabeza y le descerraja un disparo en la boca.
En Tiananmen un hombre, con los brazos en cruz y arrodillado, se desploma vomitando sangre sobre los adoquines manchados del veneno de la ira. El cielo, ahora, es su techo.
En Madrid, un hombre se arrodilla en un parque embarrado mientras diluvia todo diciembre. Abre los brazos hasta situarlos en cruz y pronuncia una plegaria: tú eres mi Tiananmen, dame la libertad. Le exige a Dios que lo destruya, pero Dios no atiende hoy a tan buenas razones.
En Madrid, un hombre se arrastra por el barro, extiende los brazos en cruz sobre los charcos, exige su destrucción y descubre que el infierno, ahora, es su techo.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

En Familia


¿Qué tal ha pasado usted las Navidades?, le preguntó el chupatintas ascendido a jefecillo.
Las pasé en el trabajo, viendo las ratas del alcantarillado... -le repuso sin mucho entusiasmo.
¡Entonces no tiene usted de qué quejarse! -exclamó el tiralevitas poderoso.
¿No?- preguntó sorprendido.
No... ¡las ha pasado en familia, hombre!
Coño, pensó él... ¡pues si tenía hasta razón!
Y juntos se fueron a tomar un café: el café de los vencidos.

Branquias


¿Sabes? -dijo él-. He descubierto que mi desamor tiene branquias. ¿Cómo es eso posible?, preguntó ella, y su capuchino parecía haberse cortado repentinamente, agrio y amargo. Porque ayer me suicidé, ahogándome en la bañera, y mi desamor ha sobrevivido a la apnea. Ummm... reflexionó ella: La próxima vez prueba a meterte en el agua con un aparato eléctrico, ¡veremos que desamor soporta eso!
En efecto, así pensaba hacerlo: en cuanto llegara a casa.
El capuchino estaba agrio y amargo. Ella dio un sorbito y lo confirmó con un mohín de desagrado.

Me sangran las manos...


Me sangran las manos... de escribir tu nombre en Internet, de buscar retazos de tu vida en el espacio de la red; me sangran los dedos de teclearte, Sherlock Holmes de la www, estúpido Harper, investigador privado de laceraciones y uñeros. Se me escurre la sangre por los brazos, llega a los codos. Muevo el ratón enfurecido, pulsación tras pulsación que me aproxime a un resquicio de tu vida virtual, de tu sonrisa virtual, de tu perfil de Twiter o Facebook.
Me sangran las manos, los dedos: hasta que sólo sean muñones y sea consciente de que esa sangre, que fluye a borbotones en la yugular, que empapa el teclado, es la única realidad aquí del único corazón que late.

Al estilo de Thomas Bernhard


Me contaron una vez que un hombre de Linz, que trabajaba en una empresa de Salzburgo vigilando el subsuelo de Salzburgo, las alcantarillas, los colectores, los sumideros, las desembocaduras, los sifones, ese hombre de Linz, que trabajaba en Salzburgo, decidió un día, bueno en realidad ese hombre de Linz que trabajaba en Salzburgo lo decidió una noche porque trabajaba en el turno de noche vigilando el subsuelo de Salzburgo, decidió, decía, que esa mañana, cuando todos se incorporaran al trabajo en el vetusto palacete de Salzburgo en donde estaba instalado el Centro de Vigilancia de Subsuelo, decidió que esa mañana los mataría a todos. Para eso, aquella noche de helada en Salzburgo, el hombre se llevó una escopeta de caza de cañones recortados con la que solía matar pájaros en el Obersalzberg. Así que esa mañana, cuando llegaron sus compañeros a darle el relevo, los mató uno a uno, incluso a su jefe, hasta alcanzar la docena. Después, confesó a la policía de Salzburgo que lo hizo porque había estudiado la carrera de Literatura en la localidad belga de Lovaina y, desde entonces, deseaba hacer algo al estilo de Thomas Bernhard en su libro El Imitador de Voces. Y aquello es lo que había hecho el hombre de Linz que trabajaba en Salzburgo vigilando el subsuelo de Salzburgo y había estudiado Literatura en Lovaina: algo al estilo de Thomas Bernhard.

Nochebuena en las galerías


De la Nochebuena en las galerías emana un vaho de tristeza y derrota, como un negro barro, un lodo amargo que se agarra a la garganta y te asfixia el corazón.
De la Nochebuena en las galerías asciende una humedad como de orines de perro, emana la peste de la venganza, el aburrimiento del odio desencadenado a esas horas de la madrugada.
De la Nochebuena en las galerías asciende el pánico del subsuelo, los reflejos de la propia vida en los charcos de grasa y combustible. Una carretilla desvencijada, sin ruedas, varada en el limo de la oscuridad, mordisqueada por las ratas. Y una maldición de no te querré nunca.
De la Nochebuena en las galerías, horas, y el móvil sin sonar. Horas, horas, horas y desesperación.
De la Nochebuena en las galerías tan sólo resta lamentarse, lamerse las heridas con la llegada del alba y desear no haber estado, nunca, allí.
Nochemala en las galerías. Sí, es cierto.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Oscuro Tizón de Altea (2)


¿Cómo es que ahora hay tanto sol si apenas unos momentos antes estaba nublado? -se preguntó.
Es que cuando ella sonríe se ilumina el mundo -concluyó.
¿Cómo puedo pensar algo tan hermoso y tener el corazón tan negro? -reflexionó en alto.
Porque la brasa ha ardido tanto: que ya es carbón -escribió en su epitafio, sobre su tumba envilecida por el moho de siglos.

Oscuro Tizón de Altea


Es la característica principal que tenemos los personajes de ficción, inventados, de mentira, que nuestros corazones son negros como la tinta: a nosotros nos bombea un bolígrafo.

Declaración de Amor


Tú sólo eres tú (aunque me gustaría que fuéramos).

El Cero y el Infinito


Yo sólo soy yo (aunque me gustaría no serlo).

martes, 21 de diciembre de 2010

La Ficción Gramatical (c)


Soy un self-made-men: me he destruido a mí mismo.

En unos Grandes Almacenes


En unos grandes almacenes he visto un letrero: "eres lo que lees". Entonces, yo he sido tiempo, una enorme cantidad de tiempo invertido en encontrar una clave secreta y oscurecida en los libros. No la he encontrado. Así que he sido tiempo invertido y un fracasado. Y todo por leer (según opinan los grandes almacenes).

Poética y Retórica de la Ficción (IV)


Los personajes no son los personajes, sólo son el sueño de su autor. El autor no es el autor, es sólo la pesadilla de sus personajes. La novela no es la novela: es sólo un mal sueño de los lectores.

Fulgor y Gloria


A salvo, después de otro día incandescente.

lunes, 20 de diciembre de 2010

La Ficción Gramatical (b)


La realidad es cruel.

Todo pasa por algo


Oh, vamos, me reprendió, ya sabes que todo pasa por algo. Ya lo creo, le dije, que todo pasa por algo: sucede, aunque sólo sea por el mero placer de hundirme.

El Gran Desafío (Exterminio)


Desde luego, me dijo, ese es un gran desafío por el cual merece la pena luchar... Sí, de acuerdo, contesté comprensivo, ¿pero merece tanto la pena si sabes que no vas a compartirlo, nunca, con nadie? Ella torció los labios, meditó unos segundos y su respuesta planeó sobre las tazas de café hasta alcanzar mi corazón: No, claro, si no lo vas a poder compartir, nunca, pues entonces no merece tanto la pena. Lo ignoraba, ella lo ignoraba: con esas palabras acababa de abrir la puerta de mi exterminio.

La Ficción Gramatical (a)


Fuera de mis páginas se abisma un mundo de absoluta crueldad: es mi vida.

Poética y Retórica de la Ficción (III)


Mis personajes sueñan conmigo... ¡que soy su autor!

Poética y Retórica de la Ficción (II)


No son personajes: son muñecos descabezados de realidad.

Poética y Retórica de la Ficción (I)


Y yo, fíjate para lo que he quedado: para vestir muñecos de literatura.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Como Robert Palmer


Como Robert Palmer cantando Some Guys Have All The Luck, ignorando, ahí arriba, en las candilejas del escenario, que su corazón reventaría en el pecho. Como Robert Palmer, cantando, a la espera del infarto, como él, escribo y arrugo páginas, a la espera del mazazo, del final. Como Robert Palmer busco rubricar con un FIN las palabras vertidas en madrugadas, en noches en vela y en horas crueles. Escribo con miedo a que cruja la maquinaria, a que el basta ya me alcance demasiado pronto.
Como Robert Palmer cantando, con miedo a reventar y que nadie me haga ni caso.

Horario del Crematorio


Primero fueron palabras, hoy, de nuevo, la voz, venida de tan lejos, como una fiebre de nieve, extraña, como una lanza oscura en medio de la blancura sucia de los sentimientos...
Es invierno, cuando el calor me lo proporcionan UB40 y Barceló, cuando la esperanza arde como los dedos de las manos enfundadas en sus mitones, cuando el corazón apenas alcanza a bombear.
Fueron palabras, fue voz, fue calor, fue dolor.
Es invierno. Tu presencia hervida como el delirio, como una enfermedad, palpita desde el otro lado del satélite, desde el otro lado de las vidas, desde el otro lado de los pulmones, desde el otro lado. Siempre desde el otro lado.
Sí, primero fueron las palabras, hoy, de nuevo, la voz, venida de tan lejos, como una fiebre de hielo y nieve, como una fiebre que consume y calcina hasta los huesos y no deja más que cenizas: las reliquias, mis propias reliquias cocidas en tu crematorio.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Liverpool


Estoy muy preocupada por ti, me dijo. Desde luego, es para estarlo, respondí sin la seguridad de lo que significaban aquellas palabras que brotaban desde mis labios a la turbia cerveza. Pegué un trago y en mi hígado se formó una piscina de desencantos, con olores a tabaco rancio y antiguas lágrimas, con espumas de tristeza y natas de odio. Sentí una punzada en el costado y llevé la mano con rapidez a la zona, mientras se me emborronaba la cara con un puñetazo de dolor. ¿Te pasa algo? Me preguntó, nerviosa. No es nada... dije, descargando la importancia de la situación como un estibador estajanovista. Es la vida, que sale al encuentro, y acompañé mi sentencia con otro vigoroso trago de espuma mortal.
No era la vida, era ese enorme desamor que se estaba dando un baño en la piscina de mi hígado, aprovechando el buen tiempo porque sabía que muy pronto, por el horizonte, arribarían las brumas y los primeros fríos solitarios.

La Naturaleza del Juego


Ser derrotado está en la naturaleza del juego, de todo juego. Ese es el riesgo de jugar a perder o ganar, que generalmente uno es derrotado cuando las cuentas de piedra han devorado todas tus casillas, han brincado por encima de tu color y han sumido tu vida en la hecatombe. Poco resta ya, arrojar el tablero al suelo de un manotazo, suplicar aquella revancha que jamás llegará (y en la que, de nuevo, las cuentas de colores devorarían tus escaques), llorar vencido. Porque, entonces, comprendes muy bien la naturaleza del juego; esa naturaleza del juego que significa la derrota. Entonces, lo entiendes: ser derrotado es el fin mismo del juego.

Sorin


Soy un Sorin enfermo atrapado en el gotero de sus días.

Como Treplev


Como Treplev saldré a la niebla, buscando el disparo, el fresco disparo... Como Treplev he amado un imposible, como Treplev lucho con impotencia contra los fantasmas del teatro, que nacen en esa linea de sombra de mi cerebro. Como Treplev, un día contemplé el mar, pero no pude matar a una gaviota, la gaviota me asesinó a mí. Como Treplev, sí, al fin como Treplev, romperé todos mis escritos un segundo antes de salir a la niebla, cogido de la mano de Silva y Potocki, y como Treplev buscaré el fresco disparo... sí, como Treplev.
Y Kafka en lo alto que lo contempla todo: como rompo mis escritos, como me descerebro de un disparo, como sepulto la eternidad de esputos...

jueves, 9 de diciembre de 2010

Desde mi torre de Amras


Desde mi torre de Amras contemplo una extraña manera del paso del tiempo. El tiempo son saetas de dolor, de punta envenenada, que infectan mi cerebro. Desde mi torre de Amras, recluido en el asco de la bestia, en la oscuridad de la vergüenza, en la ira de la derrota, en la incomprensión por no merecerlo, repaso, como un libro de claves, Amras, de Bernhard. Desde mi torre de Amras leo Amras. Y descubro que:
-"el mundo sólo actúa y comprende siempre a partir del mal"
-"tenemos que volver a existir otra vez, en contra de nuestra voluntad"
-"la tristeza gobierna la razón"
-"cada uno es de por sí el centro destructor de toda destrucción"
-"en torno a nosotros y dentro de nosotros y con nosotros se desmorona todo"
-"lo veo todo como una estación transformadora de todas las desesperaciones"
-"en el fondo sólo existe lo que nos ha atormentado y lo que nos atormenta"
-"sólo existe lo que nos atormenta siempre (para nosotros)"
Desde mi torre de Amras leo Amras.
Desde mi torre de Amras leo Amras y cada vez entiendo menos no haberlo merecido, cuando debería entenderlo más, cada vez más.

El Abismo


Desde el borde de las páginas me precipito, un abismo, al borde de mi memoria. Desde el borde de mi memoria recuerdo las palabras pronunciadas sobre cómo merecerlo, sobre cómo obtenerlo, cómo conseguirlo, disfrutarlo... Son palabras, palabras, palabras... mentiras shakesperianas que se articularon como en una fantasía, cuando el mundo parecía detenerse y yo estaba tan cerca. La verdad, yo hice por merecerlo, pero no lo merecí. Y ahora, desde el abismo, soy un Silva que se desgarra de un disparo el corazón, un Potocki que lima y lima su bala de plata (especialmente acuñada para el suicidio) y con cada limadura acorta el tiempo que le conduce al abismo.
Sí, había que merecerlo, y yo no lo merecía. Esa fue la mentira de mi vida.
"Mi novela es el acantilado del que estoy suspendido, y no se nada de lo que sucede en el mundo", dijo Flaubert. La cita la anotó Kafka en sus diarios. La vida es mi novela, y mi novela se abisma en el acantilado de las mentiras, de las promesas pronunciadas sin su carcasa de verdad. Del desengaño y del dolor.
Ahora lo contemplo todo desde el abismo de mis páginas y entiendo aún menos por qué no me lo merecí.