domingo, 8 de diciembre de 2013

Proyecciones



“El mundo del arte, lejos de limitarse a parecerse al mundo del cual formamos parte, se afirma como proyección de ideas, teatro, efecto engañoso, ilusión óptica, espejismo (…) A nosotros nos incumbe la tarea de descubrir el rastro del sistema de ideas cuyo signo es el relato, desmontar los hechos narrados y estudiar sus relaciones con los conceptos que expresan”.

Jean Weisberger.      
Nota final a la novela de Hugo Claus El asombro.
Anagrama, Barcelona, 1995,
Traducción de Malou Van Wijk.
pp. 289-296.

(Grabado de Anton Pieck)

viernes, 6 de diciembre de 2013

meloncillo



hemos recorrido el invierno

fuimos grajos nevados
que se elevan sobre los campos
oscurecidos

hemos sobrevivido al invierno

somos dos meloncillos
aterrorizados
erizados en sus madrigueras
asustados por el aullido
del cierzo

saldremos a la primavera

y seremos cálido plumón
con picotazos hambrientos en la desmesura
del paisaje

nos dará igual que
como dijo un escritor
un buitre haya hecho su nido
en el café

Modelo y antimodelo



“La literatura es una y singular. No existe un modelo único; hay muchos. Y el mayor aliado de la comercialización abocada a banalizar el arte narrativo es esa infausta insistencia en que existe un modelo. Qué terrible que la pregunta que los editores llevan grabada en su alma profesional sea: “¿Y a quién va dirigido este libro?”. Porque la respuesta siempre tiende a particularizar, a cerrar horizontes lectoriales”.

Germán Gullón.         
Los mercaderes en el templo de la literatura.
Caballo de Troya, Madrid, 2004, pp. 165.

jueves, 5 de diciembre de 2013

En el principio



Informe de bitácora de rastreo

La historia de la investigación que desenmascaró a Literator, el generador del que durante un breve periodo de tiempo pasó como el microcuento por antonomasia, halagado por consumidores y críticos, el texto hiperbreve que lo contenía todo, la historia, afirmo, empezó con la aclamación de Literator como el mayor generador de la eternidad, capaz de haber culminado, en una frase, la aspiración narrativa de todos los antiguos autores, desde Shakespeare a Kafka, de Ibsen a Joyce, aunados presente, pasado y futuro, compaginados todos los tiempos, componiendo así una obra total, que abarcaba al completo el universo en su totalidad.

Literator subió a la c.l.o.u.d su magistral, entonces así se calificaba, composición generada, y recibió, de forma unánime e inmediata –al difundirse por toda la e.s.f.e.r.a en nanosegundos- la consagración máxima que desde el final de los tiempos conocidos ningún otro generador había logrado. Fue coronado en acto cyberiano para toda la worldnet colocándosele un chip nacarado, y aún hubo quien dijo ciertas insensateces sobre un tal Petrarca que anteriormente se había colmado como poeta, con un par de hojas de laurel. Comentarios tan perniciosos como este son severamente castigados. El dueño de esas palabras que demostraban el conocimiento de algún instante anterior al final de los tiempos fue castigado de inmediato: se le aplicó una súbita desmemorización. Además, todos sabemos que el protocolo P.E.T.R.A.R.C.A fue el primer supraordenador de inteligencia emocional, conjunto de archivos que luego quedó desfasado y se empleó durante una época para redactar notas del día de San Valentín y textillos amorosos, hasta que llegó el final de los tiempos pasados y con ello el advenimiento de la oscuridad, y sus piezas fueron desguazadas.

Estas son otras historias, desde luego. Yo, como rastreador de la N.E.T, desde el primer instante dudé de Literator. Había algo en su generación llamada microrelato que no me cuadraba, que me sonaba manido, ya escrito, ya redactado, ya pronunciado, ya computado. Mi actividad-red consiste en eso, en buscar, peinar, analizar en toda la worldnet para encontrar coincidencias de plagio, o similitudes, o el texto idéntico, revelar que la producción cultural haya sido tomada de aquellos momentos de culturalismo decadente, previos a lo oscuro, al borrado y eliminación de soportes que culminó con nuestra era. Es intolerable que se genere un texto, que se emane una composición copiada de los tiempos pre-net. Intolerable.

Mis investigaciones fueron trabajosas, si podemos calificar así, trabajoso, al cuarto de microcentésima que tardé en localizar el origen del fiasco. Sobre el vetusto micronarrado del dinosaurio, que poseía la inmortalidad en los tiempos pasados y extintos, que era un mal recuerdo ya de otros tiempos, se elevaba ahora el nuevo microtexto de Literator, llamado a permanecer en el megatiempo. Pero desenmascaré la patraña.

Allá lejos, en algún lugar de la c-l-o-u-d, entre los cableados del gigasistema, enganchado a un racimo de bites, agarrado de un tera-archivo, enlazado a un bugol-link, encontré fragmentos de un viejo códice de los tiempos pasados. Y en ese códice, en su interior, viajaba el mismo microtexto de Literator, palabra por palabra: exacto. Computé el antiguo, lo cotejé con el nuevo. No cabía duda: En el principio creo Dios los cielos y la tierra, y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo.

Demasiado terrible. He desenmascarado a Literator, un computador de la serie Silicon K.A.F.K.A.F. Ya ha sido castigado por ello con la desmemoria. Ahora, yo, una máquina de procesos de la serie Cyber B.O.R.G.E.S debo ser reprogramada porque necesito olvidarme de los conocimientos de los tiempos pasados que he adquirido en mi tarea de rastreo y descubrimiento de la falacia; porque he adquirido el virus, un agujero de gusano por acceso a los archivos desconocidos y alterados, un mal de maquinismo que se denomina mal de Funes.

Así, la mentira de Literator ha sido mi propia mentira y, en cierto modo, su castigo ejecutado en cuestión de nanosegundos, mi verdadero castigo.

Los enecés



“Cuando un escritor inicia el proceso de publicación de un manuscrito, se produce al primera de las numerosas asimetrías presentes en el mundo literario. El autor envía el manuscrito a un editor, tras elegir la editorial porque ha leído ciertos títulos de su catálogo y le parece que su texto encaja en la línea editorial, o simplemente porque la ambición le asegura que lo suyo resulta comparable a lo allí publicado, o porque si el texto aparece en determinada colección el éxito está asegurado. El editor responde, bueno, uno de los editores jóvenes, pues los experimentados andan de cabeza con los nombres del sello, y jamás responden cartas de desconocidos. Son enecés (n.c.), no corresponsales, lo opuesto a corresponsal. Sólo si un agente comercial hace de tarjeta de visita se dignan entrevistarse con el autor, o si es, por supuesto, el hijo de fulanito con renombre. El dilema principal es qué criterios seguirá el editor para recomendar la publicación de un libro. Ninguno en concreto, porque este aspecto de la empresa editorial resulta vocacional, y no se sigue ningún criterio concreto, excepto el comercial (…) Uno de cada siete libros publicados marchan mal. Por eso, cuando nuestro libro falle el editor intentará justificarse diciendo cosas como: Ya decía yo que el tema, o que el público al que iba dirigido es los menores o los menores de una cierta edad. Los juicios a posteriori son ciertamente más seguros. El autor siente que lleva el libro a rastras y le pesa como una rueda de molino atada a su cuello; cualquier intento de comunicarse con su editor fallará, el editor pasa a ser un n.c. Porque la religión de la literatura desconoce la compasión: las palabras de los editores antes de publicar el libro brillan por su idealismo, las de después del fallo en contaduría (…) brillan por su falta de locuacidad”.

Germán Gullón.         
Los mercaderes en el templo de la literatura.
Caballo de Troya, Madrid, 2004, pp. 166-167.