1-Invitación a comer con la muerte
–preparativos para llevar a cabo el Holocausto, nueve de diciembre de 1941-
"Les invito a una discusión, seguida de un almuerzo,
el nueve de diciembre de 1941, a las doce horas y en la oficina de la
Comisión Internacional de la policía criminal, Berlín, Am grossen
Wansee, Nr. 56/58".
La invitación cursada por Reinhard Heydrich encontró un retrasó de
algo más de un mes a causa de que, ese mismo nueve de diciembre, Japón
bombardeó Pearl Harbour y eso conmocionó los cimientos administrativos
del Reich que, presurosos, le declararon la guerra a Estados Unidos.
Así, la nueva fecha para celebrar la conferencia se fijó en el veinte de enero de 1942.
2-En el bucólico Wansee
-la sentencia de muerte, un veinte de enero de 1942-
-Muy bien señores, veo con agrado que han acudido todos ustedes, que
recibieron mi carta en la que hablaba por representación del Führer…
Reinhard Heydrich, comandante general de las SS y Reichsprotektor
de Bohemia y Moravia, de una elegancia perenne, con ese porte y ese
toque de distinción y apostura que hacía que el uniforme le sentara como
a un dandy y que todos los demás aparecieran ante él como unos
patanes, aguardó pacientemente a que los conferenciantes ocuparan sus
posiciones en torno a la mesa en donde se indicaba, mediante papelitos
con los nombres escritos adecuadamente, el lugar correspondiente a cada
uno.
Una vez acomodados, se abrieron los voluminosos dosieres preparados
por Adolf Eichmann, que actuaba como el encargado de redactar y levantar
acta de todo lo que allí se dijera al respecto del asunto tan delicado
que pretendían tratar. Eichmann se encontraba parapetado en un extremo
de la mesa, junto a la ventana, porque por allí penetraba mayor luz y él
no veía muy bien (siempre llevaba unas horripilantes gafas de culo de
vaso).
Iban a celebrar una conferencia sobre un asunto harto espinoso: cómo terminar con el problema judío en los territorios del Reich y qué medidas definitivas se deberían adoptar al respecto.
Heydrich, tras un gestito de nerviosismo controlado, continuó con su
alocución a los representantes del Partido, a los chupatintas
gubernamentales, a las bestias burócratas de los ministerios, a los
paniaguados de la administración y a los embrutecidos miembros del
ejército:
-El Reichsmarshall Hermann Göring me ha proporcionado el honor
de ser el responsable de preparar una solución final para los judíos
europeos en cooperación con todas las demás agencias centrales de
importancia, así como de iniciar todos los preparativos necesarios con
relación a las medidas organizativas, técnicas y materiales, encaminadas
a una definitiva solución de la cuestión judía en Europa, y de
presentarle, en breve, el borrador de una propuesta completa sobre este
asunto. No pienso defraudarlo ni a él ni a nuestro jefe en común, Adolf
Hitler. Tenemos ante nosotros, señores, un desafío de once millones de
judíos que residen en Europa, una carga intolerable para el territorio
del Reich –al llegar a tal punto se produjo un desagradable
murmullo-. ¡Señores, señores, no se alboroten!, nos reunimos aquí para
arreglar, precisamente, eso que tanto les preocupa: el modo en que nos
desharemos de ellos...
Hizo una pausa, que muchos aprovecharon para examinar con mayor
detenimiento el voluminoso dossier preparado por Eichmann. Como si
hubiera tomado fuerzas al ser consciente del esfuerzo de su secretario,
Heydrich aseguró, apuntalado en su ego:
-No lo duden… Dispongo de todos los poderes para llevar a cabo la
solución final de la cuestión judía y mi departamento es responsable de
la dirección de la misma sin ningún género de limitaciones...
Heydrich miró en señal de amenaza, como por encima del hombro, a los
delegados que lo escuchaban. Sí, ahora ya quedaba bien clara la
auténtica dimensión de su poder, así que podía proseguir:
-Actualmente son responsabilidad nuestra los judíos que se encuentran
en los territorios controlados por Alemania, pero deberán ser
erradicados los de Inglaterra e Irlanda, Suiza, España, Turquía, incluso
los de las colonias francesas en África del Norte. La inminente
victoria completa y total en la guerra proporcionará a Alemania la
posibilidad, y en mi opinión también el deber, de solucionar la cuestión
judía en Europa. A tal efecto, se peinaran los terrenos de oeste a este
y se integrará a los capturados en brigadas de trabajo. Veremos de
proporcionar otro tipo de tratamiento a los judíos que sobrevivan al
trabajo agotador.
-Como representante del Gobierno General –se anunció Bühler-
creo que mí zona debería de ser la primera en donde se empiecen a
evacuar judíos, la mayoría de los más de dos millones y medio que se
asientan allí no son aptos para el trabajo; no hacen sino molestar.
Heydrich, solícito ante las exigencias del Secretario de Estado, le prometió:
-Le doy mi palabra de que sus demandas se cumplirán en el plazo de
los siguientes meses, no lo dude,
tendrá usted a Hans Frank tranquilo
-Frank era el Gobernador General del anexionado territorio polaco
y representaba un problema continuo el escuchar sus quejas acerca del
ingente número de judíos que soportaba en su zona, por lo que la
respuesta agradó a Bühler, que le regaló a Heydrich una gran sonrisa de
agradecimiento. Entonces, fue Otto Lange, del Östland, quién alzó la voz con una pregunta:
-¿De sus palabras, podemos deducir que se descarta por completo el Plan Madagascar?
-Por completo; no es ni rentable ni práctico, su coste resulta desmesurado para el Reich
–repuso con orgullo Heydrich-. Aunque eso se lo aclarará mucho mejor
nuestro secretario, él se encarga de las finanzas –y al decir esto,
señaló a Eichmann, concentrado en anotar todo lo que sucedía. Un poco
sorprendido de que lo invitaran a intervenir, se levantó con el dedo
índice las gruesas gafas que le colgaban sobre la punta de la nariz y,
azorado y tímido, acertó a decir:
-Sí... así es, si comprueban mis cálculos en la documentación que me
he permitido prepararles verán que el coste de fletar barcos repletos de
judíos con destino a Madagascar y a Costa Rica es inviable. El Reich no se puede arriesgar a una quiebra financiera por ese motivo y se gastaría un dinero muy necesario para suministros...
-¡Queda claro! -interrumpió Heydrich, que instó a los presentes a
consultar un punto determinado de los informes-: Miren, por favor, en el
censo de población, así podremos todos formarnos una idea más clara de
ante qué descomunal tarea nos enfrentamos.
Eichmann, sumiso, volvió a esconder su cabeza entre los papeles que
registraban la transcripción de la reunión, pero el hombre modesto debió
de sentirse bastante orgulloso de que se consultaran una y otra vez sus
cálculos, sus estudios, sus análisis, sobre los que iba a cimentarse la
Solución Final que allí se aprobaría. Sí, Eichmann tenía más
peso en el asunto de lo que el despegado trato que Heydrich le deparaba
pudiera indicar. Así era Eichmann, siempre oculto, anónimo, abnegado,
tan opuesto al modo de vida de la mayoría de los jerarcas nazis;
trabajaba en la sombra... y eso enfermaba a Heydrich, no lo podía
soportar… pero cargaba con la eficiencia de su segundo como se soporta
un mal incómodo, pero necesario.
-¡Insisto! Miren y fíjense en las cifras, los datos contemplan
incluso a los judíos residentes en lugares tan dispares como Irlanda o
Malta, ¡de todos ellos deberemos encargarnos cuando el Reich
gobierne Europa en su totalidad! Hoy debemos llevar adelante la misma
guerra en la que Pasteur y Koch combatieron. La causa de incontables
enfermedades es un bacilo: el judío. Seremos personas saludables si
eliminamos a los judíos –todo el grupo asintió ante las palabras de
Heydrich y consideraron más que acertada su comparación, que no era del
todo suya, en honor a la verdad, sino que se la apropió de Adolf Hitler
en una ocasión en que le dijo: “Me siento como el Robert Koch de la
política. Él encontró el bacilo de la tuberculosis y a través de eso
mostró nuevos caminos a la investigación médica. Yo descubrí a los
judíos como el bacilo y el fermento de toda descomposición social”. Así que Heydrich se limitó a reproducir la cita formulada por el Führer, pero se guardó muy bien de revelar la identidad del autor de la misma y la colocó como propia.
-Por el momento no resultan muy definitivas las algaradas, el
hostigamiento a los judíos, las leyes antisemitas, los castigos...
Incluso los guetos de las ciudades, que funcionan razonablemente bien,
no representan la solución definitiva que buscamos. Con todo ello no
cosechamos sino tan sólo un éxito parcial en el propósito de que los
judíos abandonen el territorio alemán. La mayor parte de ellos son
tercos y se muestran reacios en extremo. Las deportaciones en masa
siempre van a resultarnos demasiado lentas y caras –aquí, Eichmann
asintió para sí, pero fue observado por la mayoría de los asistentes,
que buscaron con sus miradas una ratificación de las palabras de
Heydrich en los gestos del transcriptor y secretario-. Así pues, suena
la hora de administrar un giro radical y definitivo a todo esto…
Heydrich se encontraba soberbio, ya empezaba a creerse, de verdad, esos insistentes rumores que lo colocaban de número tres del Reich, tan solo por detrás de Hitler y Himmler. Le encomendaron un trabajo difícil, cierto, pero no pensaba fallar ni defraudar al Führer.
-¿Habrá alguna excepción al plan general? –la pregunta se la
formulaba Stuckart, del Ministerio del Interior. Heydrich lo contempló
asombrado, dudó un instante y dictaminó:
-Tal vez… los judíos ancianos... y los que combatieron del lado de
Alemania en la Gran Guerra… sí, tal vez puedan ser recluidos en el gueto
para viejos de Theresienstadt, pero no estoy aún muy seguro de qué será
de ellos...
-Nuestro colega se refería al asunto de los mischlinge y de los judíos casados con ciudadanos arios -le interrumpió Freisler, del Ministerio de Justicia. El asunto de los medio judíos,
que tan sólo descendían de los hebreos por un lado de la rama familiar,
era delicado. Sin embargo, para Heydrich, aún siendo ciudadanos
alemanes, no representaban ningún problema:
-Me preguntan por judíos, ¿no? -Fresiler y Stuckart asintieron afirmativamente-. ¡Pues como tales, a mi entender, aunque sean medio judíos, deben seguir el destino de todos los judíos!
Asunto resuelto.
La conferencia giró en torno a los mismos derroteros, se contemplaron diversos métodos de solución
y durante una larga hora los políticos trastocados ya en matarifes
concretaron las formas y maneras en que se llevaría a cabo tan
gigantesco plan.
Durante todo ese tiempo los camareros sirvieron generosas y aromáticas libaciones en panzudas copas de coñac.
-Bueno, señores, pues no tenemos más de que hablar... ¡todos saben lo que debemos conseguir! ¡Adelante!
De esa manera, así de fácil, se acababa de gestar y dictar la
sentencia de muerte y, a continuación, como si todo aquello careciera
realmente de importancia, como si en ningún caso se hablara allí de
segar vidas humanas, los representantes del Reich pasaron a consumir un refrigerio.
Eichmann se acercó a Heydrich, que permanecía pensativo y con la
mirada fija en el exterior de la ventana. Ambos sostenían tintineantes
vasos de licor rodeados de unas llamativas servilletas. La gran villa
que albergaba la conferencia, un palacete situado junto al lago Wansee,
cerca de Berlín, permitía la visión de un lánguido y bucólico paisaje
por sus ventanales.
-Uno se quedaría aquí para siempre -propuso Heydrich, al sentir que
Eichmann se colocaba a su altura, a la par que extraviaba la mirada por
la relajante nieve que cubría el extenso jardín.
-Desde luego... –suspiró éste, aunque después añadió un resuelto-: ¡Pero nos llama el deber de servir al Reich!
Heydrich contempló a Eichmann con cierto desprecio mal disimulado y apuró su vaso.
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