“El escritor tiene dos pieles, la de la marca y lo propia. La primera
está hecha de imágenes, frases, adulaciones y reconocimientos, mientras que la
del escritor de verdad se lava con jabón (…) El hombre marca comercial se
distingue del escritor. Lo malo es cuando el uno puentea al otro. De tanto
hacerse público el literato, el que sabe penetrar en lo sublime, cuando llega
al papel se deja llevar y llevar, y lo que dijo en una charla, que no era nada,
palabras hechas, de que la literatura no tiene nada que ver con la vida, y con
la prisa, con la falta de oxígeno, resulta que empieza a escribir cosas
artificiales, pobres, sin ideas, parecidas a las que sugirió el presentador de
un curso. Siempre he pensado que los diarios paseos de los escritores del siglo
XIX por las ciudades –Galdós, Zola, Dostoievski o Tolstoi-, por sus
propiedades, oxigenaron bastante la literatura. Parece recomendable para un
escritor ir a visitar los monumentos de una ciudad por medios propios en vez de
en el coche del embajador o del ministro de cultura, porque quizá así se
observen las cosas mejor, a nivel ciudadano, del futuro lector”.
Germán Gullón.
Los mercaderes en el templo de la literatura.
Caballo de Troya,
Madrid, 2004, pp. 62-63.
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