“Supongamos que deseamos comercializar una
novela de un autor desconocido. ¿cuántas posibilidades hay de que su obra logre
una verdadera promoción? Muy pocas. ¿Por qué? Porque pocos editores se
arriesgan a publicar libros originales y novedosos. Supongamos, además, que el
autor novel resulta finalmente editado. Su libro llega, con dossier o sin
dossier, al suplemento cultural, donde el director de turno o algún redactor
encargado (…) decide el nombre del reseñista al que remiten las novedades. Los
nombres habituales del suplemento suelen estar dedicados a los consagrados, así
que les falta tiempo para los noveles (…) No les queda tiempo. Además, son los
escritores rentables, pues, si una editorial anuncia sus novedades en la prensa
con grafiti crítico, utilizarán frases sacadas de sus reseñas. Total, el
principiante cae en manos de un reseñante de noveles (…) El mundo literario es
uno de los reductos de mayor solera del conservadurismo español (…) Supongamos
que el debutante recibe una reseña. ¿De qué le sirve? De poco: para engordar el
dossier de la próxima entrega, si es que encuentra un editor que la quiera
publicar”.
Germán Gullón.
Los mercaderes en el templo de la literatura.
Caballo de Troya,
Madrid, 2004, pp. 77-79.
No hay comentarios:
Publicar un comentario