domingo, 25 de agosto de 2013

Muro de ladrillo

“Supongamos que deseamos comercializar una novela de un autor desconocido. ¿cuántas posibilidades hay de que su obra logre una verdadera promoción? Muy pocas. ¿Por qué? Porque pocos editores se arriesgan a publicar libros originales y novedosos. Supongamos, además, que el autor novel resulta finalmente editado. Su libro llega, con dossier o sin dossier, al suplemento cultural, donde el director de turno o algún redactor encargado (…) decide el nombre del reseñista al que remiten las novedades. Los nombres habituales del suplemento suelen estar dedicados a los consagrados, así que les falta tiempo para los noveles (…) No les queda tiempo. Además, son los escritores rentables, pues, si una editorial anuncia sus novedades en la prensa con grafiti crítico, utilizarán frases sacadas de sus reseñas. Total, el principiante cae en manos de un reseñante de noveles (…) El mundo literario es uno de los reductos de mayor solera del conservadurismo español (…) Supongamos que el debutante recibe una reseña. ¿De qué le sirve? De poco: para engordar el dossier de la próxima entrega, si es que encuentra un editor que la quiera publicar”.

Germán Gullón.         
Los mercaderes en el templo de la literatura.
Caballo de Troya, Madrid, 2004, pp. 77-79.

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