-¡Cuán importantes han sido, caballeretes, los ornamentos pilosos en
la cuadra literaria!
-¡Toma, y en la filosofía!
-¡Chitón, galopín! Dice eso porque se acuerda usted de ese necio que
terminó con el cerebro licuado por la sífilis como un polo de limón: ¡Ese
tipejo no tiene cabida entre las cuatro paredes de mi aula!
-Pero…
-¡A callar, gazmoño! Estaba hablando… ¡ejem!, de la importancia del
ornato piloso en la cuadra literaria… Los espesos apósitos de Mallarmé, esos
bigotines remilgados y repletos de pomada de Proust, los cepillos galdosianos,
el afeminamiento de Shakespeare… ¡Cuánto debe el divino arte de la escritura a
los adornos sublaviales!
-¡Pues yo pienso dejarme barbas!
-¡Fuera de mi clase! ¡Expulsado! ¿Dejarse barbas? ¡Descastado
literario! ¡Asqueroso, descastado! ¡Barbas como un Hemingway cualquiera!
¡Innoble! ¡Inmoral! Y lo peor... ¡barburiento como un filoooooooosofoooooooo!
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