No soporto la
radio, los que me conocen lo saben bien, pero quizás ignoren el motivo: la
información. En efecto, aborrezco la información. No necesito estar informado,
realmente es algo superfluo, una necesidad absurda que han creado por nosotros.
Quieren que creamos que necesitamos estar informados, pero no lo necesitamos en
absoluto.
El otro día
escuché una cuña promocional de una radio en un taxi (discusión aparte sería
esto de las radios en los taxis, de la obligación de tener que estar permanentemente
escuchando sonidos, música, voces, ruidos, se quiera o no; también nos han
inculcado una cultura del ruido, que pensemos que necesitamos escuchar, recibir
sonidos, sea como sea, el problema radica en que no podemos movernos por el
silencio, eso hace que nos escuchemos y pensemos, y eso no es recomendable,
¿para qué pensar, hablar, por nosotros mismos, cuando alguien puede hacerlo en
nuestro lugar, cómodamente?).
Una irritante cuña
en la radio del tipo “nuestro objetivo es que sepas lo que es noticia hoy y lo
que será noticia mañana, que no pierdas el hilo de la información”. ¿Y para qué
quiero yo eso? Aparte del evidente paternalismo de quienes han decidido que yo
debo saber lo que es noticia y lo que no, en función de sus criterios, y de que
no pierda el hilo de la información porque así quieren, me pregunto: ¿en qué
cambia mi día a día eso? Quiero decir, ¿acaso no es el mismo café del desayuno,
lo tome sabiendo que hubo ataques químicos en Siria o no? ¿Qué altera de mi
jornada laboral el acudir al trabajo conociendo las opiniones de Obama al
respecto? En nada. Esa es la realidad. Pero no puedo sentarme frente al café, o
acudir al trabajo, tan sólo escuchándome el cerebro, mis pensamientos, porque
tomaría conciencia de una realidad demoledora, de otra realidad por la que es
conveniente que avancemos, nos arrastremos, anestesiados.
No hubo radio, ni
televisión, y se pintó la Capilla Sixtina, se descubrió América, se escribió el
Quijote. Al hombre renacentista no le era necesario estar al tanto de lo que
era noticia y no lo era. Sin noticiarios, alertas por sms, con una demora de
tres meses en recibir las informaciones, o más, y mucho antes, aun, se escribió
La Ilíada, La Odisea…
Abogo por una
vuelta a la Edad Media. ¡Medievalización ya!
“Pues se quedará
usted sin Internet, sin tantas cosas del día a día que tanto emplea aunque
ahora se queje”, me dirán algunos. Pues en efecto, me quedaré sin todo eso,
pero a cambio no tendré que oíros, ni oírte a ti, ni a ti, ni a vosotros, ni a
usted.
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