lunes, 30 de abril de 2012

Too Many Teardrops (por cinco lloré)

Fueron cinco, sí, cinco, hasta el momento por cinco: lloré.
La primera fue S: amor platónico y amor de aula y de adolescencia, pero ella prefería ocultarse para besarse con mi mejor amigo en los portales, después de las clases, mientras yo escuchaba el You Can´t Hurry Love de las Supremes en la versión de Phill Collins. Ni para la canción original valían mis sentimientos tan prematuramente alborados…
La segunda A: sí, A: lloré por ella durante muchos años… tantos años, y conservo aún una carta con su letra, una carta de tinta corrida por goterones de las, entonces, sus lágrimas, sí: sus lágrimas también: ella lloraba porque era incapaz de quererme, ni tan siquiera un poquito: de quererme: a años luz de mi amor por ella. Hacía el esfuerzo por sentir algo y, además, de ese esfuerzo, como unas ronchas amargas, le brotaron lágrimas, como las mías, o eso me dijo: eso me dejó escrito para siempre en mi dolor. Y mis lágrimas: al compás de Thick as Thieves, la canción de los Jam que entonces me arrebató y, años después, al coincidir ambos en un concierto, me fue devuelta: y fui consciente del monigote al que había rendido fidelidad, absurda fidelidad, durante tantos años de corazón atrancado.
La tercera: otra S. Una S de desayunos, fundamentalmente de eso: de desayunos: y por la que escribí el Manifiesto de la Tristeza Azul. Una S que ignoró mi amor silencioso y decidió, mandándome a dormir al cuarto de los invitados, tomar las riendas de su propia vida y naufragarla en la destrucción, mientras sonaban The Style Council y su canción The Whole Point of No Return… Así fue como una S se juntó a la primera S: ya son dos eses: SS, anagrama del dolor, siglas de botas militares, porras e interrogatorios de un amor estrellado y arrojado por la trampilla con ganchos de carnicero.
La cuarta fue una N: N, sí, esa N que decidió absurdamente acostarse con el primero que se le puso delante, así, por capricho, y provocó un hervidero de mi volcán de dolor y de asco aquella mañana en que contemplé mi reflejo en el espejo del baño y descubrí que sería, entonces y desde entonces, un Minotauro sin Creta, un Eugene Tooms sin Baltimore.
Y la quinta, T: siempre T. Consideraba a su cuerpo como un premio que era necesario merecérselo y a cuya piel yo me aproximaba con enormes dificultades y fue un premio que disfrutaron, ese maldito verano de Casillero del Diablo y Satie, tantos y tantos que no se merecían aquel cuerpo y a los que, evidentemente, les adornaban unas virtudes descubiertas acaso en décimas de segundo, unas virtudes de las que yo carecía por completo, a pesar de que hubiera agonizado por T. Pero eso no era mérito suficiente.
Por todas: por todas ellas lloré: pero lo que ignoran es lo poderosos que podríamos haber sido juntos: que desencadené una energía con mi amor que podría haberme convertido en central hidroeléctrica y embadurnar el cielo de vapor de agua y en dos palabras se resume ese derroche de fortalezas y empeños despreciados: es injusto.
Ahora, suena la canción Too Many Teardrops de los Stranglers y concluyo que, en efecto, han sido demasiadas lágrimas.
Demasiadas.
***
CODA:
-Todo eso que ha dicho usted me parece muy bien… ¿Pero qué hay de Ella? ¿Por Ella no ha llorado nunca?
-Ummm –y mientras pensaba la respuesta, realmente, ya estaba llorando por Ella. Volví la cabeza con disimulo para que el tipo aquel no apreciara mis lágrimas y lo fumigué con mi respuesta-: Por Ella ni he llorado, ni lloro, ni pienso llorar jamás…
Él se rió. Sus risotadas eran como puñadas en el centro, justo en el centro de los ahogos de mi pecho.
-Vamos… ¡bien pronto llorará!
Miré por la ventana, desvié la mirada hacia un escaparate, a la esquina, a una alcantarilla, a la acera, a la fachada de un edificio, a una ventana, no sabía en donde refugiar el fuego líquido que se deshacía en mi cara. ¡Joder, ya estaba llorando!
Por Ella. También.
Sí, también. Por Ella, también.

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