martes, 24 de abril de 2012

Muertes ejemplares



Julián del Casal, dicen que de risa...
Silva, de un disparo en la diana pintada de su corazón. Sexton bebió el tubo de escape de su automóvil, junto a unos cuantos Daiquiris. Plath, con el gas de la cocina y la cabeza dentro del horno... Quiroga brindó con cianuro. Pavese ingirió tranquilizantes: y una bolsa de plástico en la cabeza. Hemingway  y su escopeta... Ganivet y su empeño por las aguas heladas del Duina... Potocki: horas en moldear y pulir su balita de plata...
Larra y el pistoletazo en la sien. Lugones brindó por Quiroga y brindó con cianuro. Storni se metió en el mar y Woolf lo hizo en el río Ouse, con los bolsillos repletos: de piedras, para no flotar.
Kafka, Franz: hemoptisis. Y Gutiérrez Nájera, hemofílico. Heine: esclerotizado. Y Cela rabioso y Delibes aburrido, derrotado tras una vida de escritor.
Chatterton sinónimo de arsénico y Sá-Carneiro de la estricnina y Trakl de la cocaína y Nerval colgado de una farola de París.
El disparo de Maiakovski, el veronal de Sucre, los barbitúricos de Pizarnik...
Y yo: que lo haré por ti y de ti: será, será, será: siempre: seguro: será por ti.
Tú: cuando la muerte sea inminente y grite: ¡Chatterton, Chatterton, Chatterton!, entonces, debes meter mis novelas junto a mí en el ataúd: será la única forma de que se me devuelva todo lo que es mío y lo único que de verdad fue mío. Y abandonaras por un instante la vista fija en el Ipod y te darás cuenta de que no incineran a un poeta: se incinera a un desgraciado.
Tú: mi disparo pintado en sangre, mi veronal y mis barbitúricos, las piedras en mis bolsillos.
Y mi primera y final hemoptisis.

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