viernes, 27 de abril de 2012

Subsuelo. Uso y disfrute (2)

Cenizas. Sabor a cenizas en la boca. Como si la Lluvia de fuego de Lugones se hubiera desencadenado en el paladar, en el cielo de la boca negro y terrible, granizada de hierro fundido, de metales y cobres sobre las sienes en la mañana de la resaca con el sol enlistonado en la habitación y el cuerpo de Bea al lado. Allí abajo, en lo profundo, las ratas roen cables de aceite y se envenenan con hemorrágicos. Pronto tendrán unas muertes ejemplares. Cenizas. Las cenizas en el suelo y por las sábanas y fuimos en la oscuridad donde me hiciste tan feliz y fuimos en la oscuridad en donde contigo, Bea, me siento tan indefenso. Te pido un nuevo abrazo, pero no sé si he pagado, también, por eso: nuestra relación va más allá que de la meramente comercial porque siempre soy tu último cliente, ya entrada la mañana, y me transmuto en el primero de tus amores con la caída de la tarde. Juntos hasta que, con la llegada de la noche, esa noche nuestra dánosla hoy, ambos nos activamos como homo laborans  y a ti te llama la realidad de miembros henchidos, venosos y repletos de esperma como cañas de crema y a mí me recluta el subsuelo inmundo repleto de podredumbre, de ratas, de cables, de fracasos. La noche es dardo para Bea, un dardo caliente que palpita y estalla en vaharadas de odio y soledad; la noche es un dardo que me clavan, un dardo de alcantarillas y aguas fecales que se me atornilla al pecho, un pulpo adoquinado que me abraza por la espalda y me abraza tanto y tan fuerte que diluye tu abrazo en las sombras de las galerías y se convierte en cadenas y hierros que me aherrojan sin piel, sin calidez y con aborrecimientos de luces y noche. Puedo pensar y quiero pensarlo para que sea más llevadera la vigilia, puedo pensarlo y quiero pensarlo: que esas galerías, esos túneles de cemento, son tus muslos, que los conductos de cable son tus conductos, y que puedo verlos con las cámaras como si me introdujera en ti con una laparoscopia, a  través de tu cuerpo, muy hondo, y puedo navegarte como antes te he navegado cuando te penetro, tan abundante, en mi cama pequeña, con el agotamiento del turno de noche derramado como una manta de leche sobre mis espaldas y es una costra plasticosa que intentas arrancarme con tus manos acabadas en dedos y dedos acabados en terminaciones nerviosas de amor que van más allá de una relación en donde el pilar fundamental sea la tarjeta de crédito, el billete de euro y la amenaza de una enfermedad sexual. Pollas, vergas, cipotes, nabos, rabos, son tus instrumentos de trabajo: detectores de humos, cables de fibra óptica y silencios eternos, son mis instrumentos de trabajo: y ratas. En el escudo gremial de tu oficio un falo se levanta megalítico sobre el horizonte espermado. En el fondo aparece un corazón ensangrentado: mi propio corazón ensangrentado que ya es tuyo, que ya sabe que es tuyo y, por ello, por eso, me cobras un polvo, pero ya te quedas junto a mí todo el día: por culpa de ese corazón que aparece en tu escudo. Pedimos comida, pizza, en la cama, entre las cenizas, el humo y las sábanas empapadas. ¿Y en mi escudo?, me preguntas, ¿qué aparece en el escudo de tu gremio? Aparece una rata sobre campo de ratas y con pequeñas ratas coronadas de ratas. Y en un rinconcito he añadido un pequeñito amor, que es por ti, Bea. No, no quieres añada ese pequeñito amor por ti, te aterra, te asusta, porque te niegas que vayamos más allá de la relación clientelar, porque te quedas junto a mí, horas, hasta la tarde noche, y quieres que lo considere como un regalo, como cuando en un bar te conocen y te invitan a la segunda copa. Tú me regalas tu coño, Bea. Tómatelo así si quieres, me dices, pero mi coño borra esa esquinita de tu escudo por donde asoma el amor. Después de eso, Bea, sólo nos resta ducharnos juntos y cada uno regresa a su lugar: tú: Bea, al bar Ámsterdam, y yo: a mi Centro de Control, con el sabor a ceniza de la tormenta desencadenada en el paladar a la par que me regalaste tu sexo y, también, tu lengua. Los whiskys no te sabrán igual esta noche, mientras piensas en ese amor que aparece por una esquina de mi escudo y como un pajarillo, anida en el tanga, en la esquina de tu tanga.

(acuarela de Steve Hanks)

No hay comentarios:

Publicar un comentario