Jorge Luis Borges: Funes el memorioso:
"Mi memoria, señor, es como un vaciadero de basuras".
lunes, 30 de abril de 2012
Too Many Teardrops (por cinco lloré)
Fueron cinco, sí, cinco, hasta el momento por cinco: lloré.
La primera fue S: amor platónico y amor de aula y de adolescencia,
pero ella prefería ocultarse para besarse con mi mejor amigo en los
portales, después de las clases, mientras yo escuchaba el You Can´t
Hurry Love de las Supremes en la versión de Phill Collins. Ni para la
canción original valían mis sentimientos tan prematuramente alborados…
La segunda A: sí, A: lloré por ella durante muchos años… tantos años,
y conservo aún una carta con su letra, una carta de tinta corrida por
goterones de las, entonces, sus lágrimas, sí: sus lágrimas también: ella
lloraba porque era incapaz de quererme, ni tan siquiera un poquito: de
quererme: a años luz de mi amor por ella. Hacía el esfuerzo por sentir
algo y, además, de ese esfuerzo, como unas ronchas amargas, le brotaron
lágrimas, como las mías, o eso me dijo: eso me dejó escrito para siempre
en mi dolor. Y mis lágrimas: al compás de Thick as Thieves, la canción
de los Jam que entonces me arrebató y, años después, al coincidir ambos
en un concierto, me fue devuelta: y fui consciente del monigote al que
había rendido fidelidad, absurda fidelidad, durante tantos años de
corazón atrancado.
La tercera: otra S. Una S de desayunos, fundamentalmente de eso: de
desayunos: y por la que escribí el Manifiesto de la Tristeza Azul. Una S
que ignoró mi amor silencioso y decidió, mandándome a dormir al cuarto
de los invitados, tomar las riendas de su propia vida y naufragarla en
la destrucción, mientras sonaban The Style Council y su canción The
Whole Point of No Return… Así fue como una S se juntó a la primera S: ya
son dos eses: SS, anagrama del dolor, siglas de botas militares, porras
e interrogatorios de un amor estrellado y arrojado por la trampilla con
ganchos de carnicero.
La cuarta fue una N: N, sí, esa N que decidió absurdamente acostarse
con el primero que se le puso delante, así, por capricho, y provocó un
hervidero de mi volcán de dolor y de asco aquella mañana en que
contemplé mi reflejo en el espejo del baño y descubrí que sería,
entonces y desde entonces, un Minotauro sin Creta, un Eugene Tooms sin
Baltimore.
Y la quinta, T: siempre T. Consideraba a su cuerpo como un premio que
era necesario merecérselo y a cuya piel yo me aproximaba con enormes
dificultades y fue un premio que disfrutaron, ese maldito verano de
Casillero del Diablo y Satie, tantos y tantos que no se merecían aquel
cuerpo y a los que, evidentemente, les adornaban unas virtudes
descubiertas acaso en décimas de segundo, unas virtudes de las que yo
carecía por completo, a pesar de que hubiera agonizado por T. Pero eso
no era mérito suficiente.
Por todas: por todas ellas lloré: pero lo que ignoran es lo poderosos
que podríamos haber sido juntos: que desencadené una energía con mi
amor que podría haberme convertido en central hidroeléctrica y
embadurnar el cielo de vapor de agua y en dos palabras se resume ese
derroche de fortalezas y empeños despreciados: es injusto.
Ahora, suena la canción Too Many Teardrops de los Stranglers y concluyo que, en efecto, han sido demasiadas lágrimas.
Demasiadas.
***
CODA:
-Todo eso que ha dicho usted me parece muy bien… ¿Pero qué hay de Ella? ¿Por Ella no ha llorado nunca?
-Ummm –y mientras pensaba la respuesta, realmente, ya estaba llorando
por Ella. Volví la cabeza con disimulo para que el tipo aquel no apreciara
mis lágrimas y lo fumigué con mi respuesta-: Por Ella ni he llorado, ni
lloro, ni pienso llorar jamás…
Él se rió. Sus risotadas eran como puñadas en el centro, justo en el centro de los ahogos de mi pecho.
-Vamos… ¡bien pronto llorará!
Miré por la ventana, desvié la mirada hacia un escaparate, a la
esquina, a una alcantarilla, a la acera, a la fachada de un edificio, a
una ventana, no sabía en donde refugiar el fuego líquido que se deshacía
en mi cara. ¡Joder, ya estaba llorando!
Por Ella. También.
Sí, también. Por Ella, también.
domingo, 29 de abril de 2012
sábado, 28 de abril de 2012
(De nuevo) en la Estación de las Horas
En la estación de las horas espero a que
parta un tren, en la multitud, cuando los sentimientos arrecian fuerte y el
aguacero azota el panel informativo, el tiempo pasa, el horario de salida se
acerca, es la ocasión de rehacerme entre la inmundicia, Ave Fénix de basurero, el
momento de quemar toda la desesperación amontonada y gritar en esta abarrotada
estación de las horas, donde los recuerdos se acumulan con odio y los
sentimientos se carcomen, aquí, en la estación de las horas, con esos raíles que
nunca se juntan, aguardo a que se extinga la eternidad, yo ya perdí mi
cercanías, lo perdí, tomé el largo recorrido del dolor y quiero que vengas
conmigo en cada viaje que voy a realizar en solitario, colgada del tope de mi
memoria, aunque tan sólo dure, transcurra, un interminable segundo de travesía,
un segundo que es eterno, y miro, busco a mi lado, pero es lo mismo de siempre,
como siempre, igual, igual, en la estación de las horas, solo, igual que
siempre, igual que siempre.
(dibujo de Joaquín Aragón)
El peso de la oscuridad (redux)
El peso de la
oscuridad:
la habitación
cerrada: el cuerpo sobre la cama: entre el revoltijo de sábanas: el teléfono
descolgado: el auricular en el suelo: persianas bajadas: ventanas cerradas: en
la oscuridad todo puede suceder... angustia, odio, agobio... ahogo: exactamente
eso: como si le dieran una paliza y el dolor en todos los huesos del alma de
perro apaleado en húmedo portal de insoportable
hedor a orines a frescos orines mezclados con azufre y el portero -con úlcera-
lo golpea con una escoba y expulsa del único lugar donde puede refugiarse de la
lluvia el animal... con lo mal que huelen
los perros cuando se mojan: una peste humillante: todo su ser exhala miseria...
a ratos las cosas parecen ir mejor para, de pronto, dejarse caer y reventar en
la oscuridad del más hondo y profundo pesimismo y caminar durante horas bajo la
lluvia para apestar, así: el alma se empapa y apesta durante días fríos días
semanas tristes semanas meses -duros meses- años... crueles años crueles años
de su existencia: vaga por la ciudad estancia de la soledad su soledad: perdido
entre las multitudes busca y cree encontrar una cara conocida y amiga: nunca
nunca jamás lo logra y el dolor dentro y hondo muy dentro y muy hondo muy
hondo: hondonada gusarapienta como una
angina de pecho... sí, tal vez así: un dolor agudo como mordisco en algo
existente en el interior y que es lo más sagrado e intocable de la naturaleza
humana: no comprende... tal vez sería buena decisión la de simular simular
simular simular simular y hacer como sí...
que parezca que... en el momento álgido ella llamará -puesta sobre aviso- para salvarlo y todos
aquellos que ahora lo desprecian y lo humillan e ignoran –eso es lo peor-
acudirían en masa al hospital con un peso de culpa y pediría quedar a solas con
ella y así podría gritar que tan sólo era el principio y que la próxima vez no
fallaría porque se tiraría desde una ventana y tras llorar un poco vendría la reconciliación... ella volvería a su lado y ya
la felicidad de por vida... pero no, imposible: algo resultará mal algo fallará
en el plan seguro siempre sale algo mal -por no decir que todo le sale mal-
seguro seguro algo fallará seguro seguro seguro la seguridad en el fracaso es
su mayor seguridad en sí mismo: llamarla por teléfono y simular una despedida
despechada tras un litro de Marie Brizard y una caja de Valium y asustarla un poco y decirle adiós y
que no merece la pena llorar ni luchar: entonces una desagradable voz
automatizada insiste: por sobrecarga de las líneas llame más tarde y ya no
tiene tiempo para hacerlo no tiene tiempo para marcar de nuevo y apenas puede
articular palabra en la espiral de frustración que arropa la nebulosa opresora
sobre el pecho y la oscuridad aparece
ahora sí de forma definitiva aplastándolo
contra la cama y vomitándolo todo porque
en la oscuridad todo puede suceder y un clic
y la comunicación se corta pero no ha
muerto porque la vergüenza impuesta por su cobardía resultaba tan estridente y
devastadora que ahogaba todo lo que se encontraba a su lado y actuaba como un
contraveneno.
(cuadro de Antonio López)
viernes, 27 de abril de 2012
Subsuelo. Uso y disfrute (2)
Cenizas. Sabor a cenizas en la boca. Como si la
Lluvia de fuego de Lugones se hubiera desencadenado en el paladar, en el cielo
de la boca negro y terrible, granizada de hierro fundido, de metales y cobres
sobre las sienes en la mañana de la resaca con el sol enlistonado en la
habitación y el cuerpo de Bea al lado. Allí abajo, en lo profundo, las ratas
roen cables de aceite y se envenenan con hemorrágicos. Pronto tendrán unas
muertes ejemplares. Cenizas. Las cenizas en el suelo y por las sábanas y fuimos
en la oscuridad donde me hiciste tan feliz y fuimos en la oscuridad en donde
contigo, Bea, me siento tan indefenso. Te pido un nuevo abrazo, pero no sé si
he pagado, también, por eso: nuestra relación va más allá que de la meramente
comercial porque siempre soy tu último cliente, ya entrada la mañana, y me
transmuto en el primero de tus amores con la caída de la tarde. Juntos hasta
que, con la llegada de la noche, esa noche nuestra dánosla hoy, ambos nos
activamos como homo laborans y a ti te
llama la realidad de miembros henchidos, venosos y repletos de esperma como
cañas de crema y a mí me recluta el subsuelo inmundo repleto de podredumbre, de
ratas, de cables, de fracasos. La noche es dardo para Bea, un dardo caliente
que palpita y estalla en vaharadas de odio y soledad; la noche es un dardo que
me clavan, un dardo de alcantarillas y aguas fecales que se me atornilla al
pecho, un pulpo adoquinado que me abraza por la espalda y me abraza tanto y tan
fuerte que diluye tu abrazo en las sombras de las galerías y se convierte en
cadenas y hierros que me aherrojan sin piel, sin calidez y con aborrecimientos
de luces y noche. Puedo pensar y quiero pensarlo para que sea más llevadera la
vigilia, puedo pensarlo y quiero pensarlo: que esas galerías, esos túneles de cemento,
son tus muslos, que los conductos de cable son tus conductos, y que puedo
verlos con las cámaras como si me introdujera en ti con una laparoscopia,
a través de tu cuerpo, muy hondo, y
puedo navegarte como antes te he navegado cuando te penetro, tan abundante, en
mi cama pequeña, con el agotamiento del turno de noche derramado como una manta
de leche sobre mis espaldas y es una costra plasticosa que intentas arrancarme
con tus manos acabadas en dedos y dedos acabados en terminaciones nerviosas de
amor que van más allá de una relación en donde el pilar fundamental sea la
tarjeta de crédito, el billete de euro y la amenaza de una enfermedad sexual.
Pollas, vergas, cipotes, nabos, rabos, son tus instrumentos de trabajo:
detectores de humos, cables de fibra óptica y silencios eternos, son mis
instrumentos de trabajo: y ratas. En el escudo gremial de tu oficio un falo se
levanta megalítico sobre el horizonte espermado. En el fondo aparece un corazón
ensangrentado: mi propio corazón ensangrentado que ya es tuyo, que ya sabe que
es tuyo y, por ello, por eso, me cobras un polvo, pero ya te quedas junto a mí
todo el día: por culpa de ese corazón que aparece en tu escudo. Pedimos comida,
pizza, en la cama, entre las cenizas, el humo y las sábanas empapadas. ¿Y en mi
escudo?, me preguntas, ¿qué aparece en el escudo de tu gremio? Aparece una rata
sobre campo de ratas y con pequeñas ratas coronadas de ratas. Y en un
rinconcito he añadido un pequeñito amor, que es por ti, Bea. No, no quieres
añada ese pequeñito amor por ti, te aterra, te asusta, porque te niegas que
vayamos más allá de la relación clientelar, porque te quedas junto a mí, horas,
hasta la tarde noche, y quieres que lo considere como un regalo, como cuando en
un bar te conocen y te invitan a la segunda copa. Tú me regalas tu coño, Bea.
Tómatelo así si quieres, me dices, pero mi coño borra esa esquinita de tu
escudo por donde asoma el amor. Después de eso, Bea, sólo nos resta ducharnos
juntos y cada uno regresa a su lugar: tú: Bea, al bar Ámsterdam, y yo: a mi
Centro de Control, con el sabor a ceniza de la tormenta desencadenada en el
paladar a la par que me regalaste tu sexo y, también, tu lengua. Los whiskys no
te sabrán igual esta noche, mientras piensas en ese amor que aparece por una
esquina de mi escudo y como un pajarillo, anida en el tanga, en la esquina de
tu tanga.
(acuarela de Steve Hanks)
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Uninvited
te invité a mi vida y la metiste en la thermomix hasta que conseguiste una lechecilla blanquecina y repulsiva con la que te embadurnaste cuello, manos y vientre
te invité a mis momentos de gloria de los que te reíste a gruesos salivazos hasta convertirlos en un denso asfalto que extendiste por tus piernas y muslos
te invité a mi existencia dolida y te la comiste hasta dejar un suero con el que te lavaste los pies
te invité a mi corazón, lo dejaste en la raspa y sin sangre, sin ningún fluido con el que poder adornarte el pecho, el cabello, los párpados, ni natas con las que blanquear el soplete de tus labios
te invité a mí y dejaste una Troya de humos lacrimosa, un hombre cuarteado: la piel como la de esos tambores renegridos en su centro y que con las horas se van tiñendo con la sangre que gotea de las manos tan exhaustas, de una sangre en la que chapoteas, de una sangre que pudo ser un vino catedralicio e inciensado y que no pasa, ahora, de sangría de mesón barato en cuyo interior flotan, de mala gana en jarra desportillada, cuatro pelarzas de una vida demasiado amarga
Frankestein
Seguro que tenéis heridas, magulladuras, dolores del pasado, desde luego. Pero yo no creo que os haya
provocado ninguna de ellas, o al menos de la magnitud de las que me
inflingisteis, y me consta que habéis avanzado en vuestras vidas sin esa carga:
quizás haya sido culpa mía el no poder maquillar mis costras hasta el
punto de convertirme en un frankestein de remiendos y de recuerdos
venenosos...
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Soy la estatua de Federico Rubio
... porque soy la estatua de federico rubio en la
noche de insomnio y cabrona: en el parque del oeste de madrid hay una estatua
de un médico de principios de siglo, helada en la primavera oscurecida del
recuerdo, su lateral y su frontal se hirieron con los balazos del frente de
ciudad universitaria cuando eran tiempos de barbudos brigadistas sudorosos y en
alpargatas, de moros falangistas que defendían la raza y de nieve de cristales
en las aulas y pasillos abecedarios de filología... soy como esa estatua de
federico rubio: soy un federico rubio de granito picado en la espalda por
vosotras que me cruzasteis la piel con las escariaciones de vuestros nombres y
por delante magullado y horadado de pequeñas fístulas por vosotras que me
llagasteis con las caricias de unas manos insinceras que parecían remojadas en
vitriolo... soy esa estatua: costrosa por la espalda y el pecho para ya no
saber que dirección tomar, si hacia el pasado en una muerte de lepra o al
viento inficionado del futuro en una agonía de carcomas mientras el taxi recorre la rapidez de la ciudad en la noche de
insomnio y cabrona y me descascarillo sobre la tapicería en un reguero de
blancas esperanzas ametralladas de blancas angustias de blancas asfixias de
blancos desánimos como gruesas lonchas de pedazos de yeso
jueves, 26 de abril de 2012
Subsuelo. Uso y disfrute (1)
Subsuelo, subsuelo, subsuelo,
Subsuelo. Subsuelo. Subsuelo. La propia palabra lo indica: lo que está bajo el
suelo. Tuberías, conexiones, líneas de alta tensión, cableados, y ratas, muchas
ratas. Esas tuberías, esas líneas, esos cables, son una red de nervios, una red
nerviosa de músculos y tendones también, una red de tejidos entretejidos, una
malla neurótica y sensorial que sustenta el peso de la ciudad. Son huesos,
además son huesos, corroídos por el cáncer de las mordeduras de los roedores,
son esqueletos arruinados por la vejez y por el polvo, son conducciones que se
deslizan por las galerías, las galerías de subsuelo, esas que vigilo, las que
me duermo, esas que sueño, esas que me chupan la vigilia y mi sustancia, esas
que me mastican, noche tras noche, asesinado en un turno de diez y seis horas,
aherrojado a los fines de semana y futuros: mientras contemplo a la ciudad
oculta, la ciudad de por abajo, la ciudad infraciudad, la subciudad, la cloaca
inmensa en mis pupilas de vigía, de vigilante del estercolero. Las galerías son
venas por donde cabalga la circulación infecciosa urbana. La galería del Paseo
de la Castellana es una inmensa yugular lúgubre y por encima de ella se mueven
los automóviles bypaseados por los alternadores de los semáforos. La galería
del Paseo del Prado es una safena porosa, picada de heriditas, y Arturo Soria
es una vena cava tumefacta y varicosa, esclerotizada de detritus y cagaditas de
ratas, trombos de mierda. Arráncame las venas, arráncame las venas, arráncame
las venas. Arráncame las venas, amor mío, le pido a Bea cada vez que tenemos
sexo, pero ella apenas es capaz de darme un par de cachetes aterrorizados, y ni
siquiera podría sorberme la venas chupándolas, jamás. Arráncame las venas, Bea.
Arráncamelas. Muchas veces salgo del trabajo, a las siete de la mañana, rendido
y demolido, y aún llego a la barra del bar en donde aguarda Bea, tras pasar por
tres o cuatro clientes, tal vez cinco si la noche de negocio transitó bien,
ella follando mientras por mis cámaras se paseaban las ratas, con su trotecillo
alegre y rápido sobre las tuberías de conglomerado. Al principio, Bea no
estaba, pero poco a poco se ha ido acostumbrando a que llegue a eso de las
siete pasadas, y me espera. Sabe que todos los lunes, por encima de su
cansancio, y por encima del mío, yo estaré allí, yo acudo ahí, voy a buscarla,
aunque tenga que agachar la cabeza para burlar el cierre y la verja de la
puerta a medio echar, y aparezco en el bar, en el Amsterdam, y puedo ver, al
fondo, junto a una esquina de la barra, esas piernas que iluminan como una
chispa previa al cortocircuito de un grupo electrógeno allá en Ronda de Atocha,
cuando el incendio eléctrico crece y aumenta en las entrañas de la ciudad, y
sus piernas desatan el chasquido eléctrico en las entrañas de mi deseo y voy
hacia ella, agotado y con ojeras, pero mal disimulo una erección. Bea, de
pechos planetarios, como dijo un poeta, descruza las piernas, me permite
atisbar su tanga y dulcemente le pide un whisky con hielo al aturdido camarero
que, aunque ya fuera de hora, y nos conoce por la fuerza de la costumbre, me
sirve la copa. Mientras atravieso el bar hasta alcanzar la altura de Bea me
imagino ser un personaje de Bernhard, de esos que nunca terminan de atravesar
el bar, o de acudir a un entierro, o de entrar en una fonda y que, mientras
realizan esos pasitos que los separan de pasar la frontera de la puerta, pueden
desarrollar toda la novela en sus cabezas. Mientras atravieso el bar hasta
alcanzar la altura de Bea desearía haber protagonizado El Malogrado, o Tala, o
Amras, mejor haberlos escrito, desde luego. Mientras atravieso el bar hasta
alcanzar la altura de Bea dejo atrás una estela de ratas y de subsuelo, de
alcantarillado y telarañas, de insectos y aguas fecales. Estoy enterrado en el
subsuelo como en la arena de una playa, hasta la cabeza, y cada vez me resulta
más difícil respirar y a veces sueño con algo así: enterrado, con la cabeza
fuera, y un tipo me introduce la polla en la boca con violencia y debo tragarla
hasta el fondo, y otras veces es Bea la que se acuclilla sobre mí y extiende su
sexo enorme y oceánico, ese coño enorme y mucoso, para que sus pliegues me
asfixien como si una manta-raya se me extendiera por la cara, y descubro,
muchas mañanas cuando el sol de las diez perfora los listones de la persiana
que eso no era un sueño y la boca me chorrea de Bea, entre ahogos y sorpresas.
Arrastro conmigo ese subsuelo, su pestazo y su ruina, a veces soy una rata
dentuda y hambrienta que no puede dejar de roer, pero otras veces soy una
carretilla de ruedas oxidadas o un saco de cemento abierto como un vientre en
la oscuridad de una bajada de materiales. Hágase la luz cuando una cuadrilla
accede al subsuelo para trabajar, hágase la luz con el terciopelo de tu tanga,
Bea, que me clavas en el pecho cuando te subes encima para que podamos hacerlo
de nuevo y los rayitos de ese sol de mediodía se proyecten en ti y me parezca,
antes de correrme, que hasta tienes alas, las alas de un ángel succionador.
(acuarela de Steve Hanks)
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Diccionario de neolengua: Inponente
Inponente: Dícese del conferenciante en un
congreso literario o en reunión poética, o en mesa redonda, que asalta a
la literatura con su ego, sume en el aburrimiento a la creación con
verborrea y disparates para, finalmente recibir el aplauso amiguista y
compadecido de un público que soportó una hora escuchando presuntas
genialidades de baratillo y mirándose los calcetines como un refugio
anestésico.
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Yo, pienso
porque más allá
del yo, pienso
y del yo, poeta
y del yo, creo
y del yo, opino
y del yo:
yo soy poeta
existe
una página en blanco
aguardada a ser llenada
de pésimos poemas...
Fundación
Cuando tenga una fundación
con mi nombre
cuando me inviten a dar
una conferencia
cuando sea investido
doctor
descubriré
aterrado
ante los micrófonos:
que he sido un fiasco:
que no tengo
absolutamente,
nada que decir.
Y nunca
dije
nada.
con mi nombre
cuando me inviten a dar
una conferencia
cuando sea investido
doctor
descubriré
aterrado
ante los micrófonos:
que he sido un fiasco:
que no tengo
absolutamente,
nada que decir.
Y nunca
dije
nada.
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Digno/Indigno
Cuando escribo un texto
me dignifico.
Cuando lo recitas
con tu boca
con tus labios
con tu voz:
me haces
indigno.
martes, 24 de abril de 2012
El lado oscuro de la microficción
... tengo mis microrelatos metidos en un cajón oscuro punteado de pedacitos de moho y cuando el dinosaurio despertó, tan hambriento, se los comió, todos: y murió, el dinosaurio, de indigestión, pero antes vino a rogarme, a mí, su autor, que por favor no lo matara de un empacho; pero yo, que soy su autor, lo maté de indigestión, así: cuando el dinosaurio despertó se comió mis microrelatos guardados en el fondo de un cajón oscuro y punteados de moho y murió de indigestión...
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Pedrada literaria
-Calvino habla de una multiplicidad literaria que tiene mucho que ver con las teorías del centro literario de Blanchot, ¿sabes?
-Lo sé... lo sé... Y también sé que tienes una pedrada en la cabeza... ¡gilipollas!
-Lo sé... lo sé... Y también sé que tienes una pedrada en la cabeza... ¡gilipollas!
Teoría del fragmento
-Mi literatura es continuamente microficción.
-¿Y eso?
-Porque soy un integrista de la teoría del fragmento...
-Sí, la fragmentación, la microliteratura, porque la vida actual está fragmentada, ¿no es eso?
-No... es porque tú tomaste mi vida, la reventaste contra el suelo y la hiciste pedazos, fragmentos de dolor.
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Muertes ejemplares
Julián del Casal, dicen que de risa...
Silva, de un disparo en la diana pintada de su corazón. Sexton bebió
el tubo de escape de su automóvil, junto a unos cuantos Daiquiris.
Plath, con el gas de la cocina y la cabeza dentro del horno... Quiroga
brindó con cianuro. Pavese ingirió tranquilizantes: y una bolsa de
plástico en la cabeza. Hemingway y su escopeta... Ganivet y su empeño
por las aguas heladas del Duina... Potocki: horas en moldear y pulir su
balita de plata...
Larra y el pistoletazo en la sien. Lugones brindó por Quiroga y
brindó con cianuro. Storni se metió en el mar y Woolf lo hizo en el río
Ouse, con los bolsillos repletos: de piedras, para no flotar.
Kafka, Franz: hemoptisis. Y Gutiérrez Nájera, hemofílico. Heine:
esclerotizado. Y Cela rabioso y Delibes aburrido, derrotado tras una
vida de escritor.
Chatterton sinónimo de arsénico y Sá-Carneiro de la estricnina y Trakl de la cocaína y Nerval colgado de una farola de París.
El disparo de Maiakovski, el veronal de Sucre, los barbitúricos de Pizarnik...
Y yo: que lo haré por ti y de ti: será, será, será: siempre: seguro: será por ti.
Tú: cuando la muerte sea inminente y grite: ¡Chatterton, Chatterton,
Chatterton!, entonces, debes meter mis novelas junto a mí en el ataúd:
será la única forma de que se me devuelva todo lo que es mío y lo único
que de verdad fue mío. Y abandonaras por un instante la vista fija en el
Ipod y te darás cuenta de que no incineran a un poeta: se incinera a un
desgraciado.
Tú: mi disparo pintado en sangre, mi veronal y mis barbitúricos, las piedras en mis bolsillos.
Y mi primera y final hemoptisis.
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domingo, 22 de abril de 2012
Magnitudes
Y de nuevo, será el día del libro: y yo, como si trabajara en el alcantarillado.
El día de la azafata, el del mueble de paja, el del interiorismo, el del escaparatismo, el día del practicante, el de los médicos o abogados, todos esos días oficiales me son tan ajenos como el día del libro.
Todos los años me digo un “ahora sí…”, pero siempre es no: como si yo no me dedicara a hacer libros, escribiéndolos, curiosamente: escribiéndolos.
Es descorazonador que en el día del libro yo pase completamente ignorado y aturdido, como si trabajara en las alcantarillas.
En verdad, es demasiado grande el dolor. Y habrá que ir pensando en no soportarlo. En dejarlo.
Tan enorme es la magnitud de esta derrota.
El día de la azafata, el del mueble de paja, el del interiorismo, el del escaparatismo, el día del practicante, el de los médicos o abogados, todos esos días oficiales me son tan ajenos como el día del libro.
Todos los años me digo un “ahora sí…”, pero siempre es no: como si yo no me dedicara a hacer libros, escribiéndolos, curiosamente: escribiéndolos.
Es descorazonador que en el día del libro yo pase completamente ignorado y aturdido, como si trabajara en las alcantarillas.
En verdad, es demasiado grande el dolor. Y habrá que ir pensando en no soportarlo. En dejarlo.
Tan enorme es la magnitud de esta derrota.
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El horror
-El horror... el horror... -decía Joseph Conrad, meneando la cabeza asustado, mientras leía a Fernández Mallo.
-¡Eso es imposible!
-Ya, lo entiendo: Conrad jamás podría leer a Fernández Mallo, no son contemporáneos...
-¡Que no, hombre, que no! No es por eso...
-¿No?
-¡Claro que no! Es imposible: Fernández Mallo es ilegible, es por eso.
Y mientras, a Conrad, aquella pasta de chocolate se le derretía, repugnante, de entre las manos.
-¡Eso es imposible!
-Ya, lo entiendo: Conrad jamás podría leer a Fernández Mallo, no son contemporáneos...
-¡Que no, hombre, que no! No es por eso...
-¿No?
-¡Claro que no! Es imposible: Fernández Mallo es ilegible, es por eso.
Y mientras, a Conrad, aquella pasta de chocolate se le derretía, repugnante, de entre las manos.
(Efímera) Novedad Literaria
El cadáver de un Dios
entre las tapas de un libro
ha sido retirado
de la mesa de novedades
del Corte Inglés.
entre las tapas de un libro
ha sido retirado
de la mesa de novedades
del Corte Inglés.
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Poeta elenístico
-Escuche, joven, yo soy un poeta elenístico...
-¿Sigue usted las tradiciones, las formas griegas, al estilo de Homero, Virgilio tal vez?
-No, pollo, no... ¡me gusta escribir poemas con eles, con muchas eles!
-¿Sigue usted las tradiciones, las formas griegas, al estilo de Homero, Virgilio tal vez?
-No, pollo, no... ¡me gusta escribir poemas con eles, con muchas eles!
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sábado, 21 de abril de 2012
Fractales
Él: Me gusta la poesía simbolista...
Ella: ¡Pues interpreta este símbolo! (y hace un corte de mangas).
Ella: ¡Pues interpreta este símbolo! (y hace un corte de mangas).
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Fractales
Ella: ¡Es absolutamente crucial establecer una periodización de la literatura inglesa!
Él: ¡Lo que es absolutamente crucial es comprarme un BMW!
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viernes, 20 de abril de 2012
Advenimiento (Omnipresencia Inversa)
-¡Ya lo creo! Claro que puede: ya lo hizo: se apareció en la tierra bajo la forma y el porte de Federico Mocchia y escribió y obró ese milagro literario.
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Fractales
Él: ¿sabes?, el dolor es el impulso fundamental y creativo de mi poesía...
Ella: pues ven aqui, que te pegaré un puñetazo.
Ella: pues ven aqui, que te pegaré un puñetazo.
Fractales
Él: es imposible estableces categorías, movimientos fijos, en la literatura...
Ella: ¡lo que es imposible es arreglarte la cabeza!
Ella: ¡lo que es imposible es arreglarte la cabeza!
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Influencias
Literator: a mí me influye Poe.
El Posmoderno: a mí me influye Faulkner.
La Escritora Tropical: a mí me influye García Márquez.
El Fracasado: a mí me influye El Odio.
El Posmoderno: a mí me influye Faulkner.
La Escritora Tropical: a mí me influye García Márquez.
El Fracasado: a mí me influye El Odio.
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Federico Chof, limpiador de piscinas y estudioso del colorido vocálico
Federico Chof limpiaba las piscinas y, en su tiempo libre,
analizaba versos de Neruda, Lorca y Alberti, desde el punto de vista del
colorido vocálico. ¡Qué bonitas oes, abiertas como valles al fondo de las
montañas! ¡Qué tenebrosas esas ues, que aullan el pavor del verso como camadas
de lobeznos abandonados a su suerte! ¡Qué bonitas todas ellas! Muchas veces,
encontraba inspiración mientras pasaba el aspirador de fondos o descubría un
nuevo matiz en un verso de Lorca cuando vertía las tabletas de cloro que se
desmenuzaban con su polvillo azulado.
Se levantaba todos los fines de
semana a las siete, para limpiar las piscinas de las urbanizaciones y, durante
el verano, entre junio y septiembre, los madrugones eran diarios. Federico
limpiaba fondos como una anguila, y su cabeza extraía, mientras tanto, las
isotopías de los poemas de Alberti, computaba las repeticiones vocálicas y
erigía sus teorías. En su casa, un pisillo de 45 metros, sobre la mesa de la
cocina que era la mesa de su escritorio, la mesa de comedor y la cama, reposaba
un cartapacio aburrido y abultado con páginas y páginas en donde aparecían en
abigarradas letrujas sus conclusiones colorido-vocálicas.
Una mañana de madrugón,
pésimamente desayunado, y cuando devorado por el insomnio y por un nuevo
estudio vocálico y celeste del Canto general de Neruda había permanecido la noche
anterior hasta las tantas, esa mañana, Federico Chof se aproximó demasiado al
borde de la pileta y al tubo enredado del aspirador. Sin saber cómo, el cielo
se le convirtió en el fondo de la piscina y en el fondo de la piscina se le
apareció el agua de las nubes, y todo se decoloró mientras una muchacha
limpiaba de mala gana los cristales de un apartamento, un publicista se
preparaba para jugar al pádel en la pista de la comunidad y Chof tragaba cloro
con todo su mundo de vocales que se iba anegando de blanco y negro.
Cuando el juez levantó el cadáver
no pudo evitar, a pesar de su hernia de hiato, a pesar de su reflujo gástrico
que no lo animaba a las bromas ni a la paradoja, a pesar de que su hija era
novia de un punk que se fijaba la cresta con la cerveza de los botellones, pues
ese juez, ese mismo, se sobrepuso a su seriedad dispéptica y sentenció
amargado: Chof, en su apellido llevaba escrito su destino.
Lo que fue muy celebrado por el
coro de pelotas y agentes judiciales que aspiraban a un puesto mejor y le
pasaban al juez la mano por el lomo para que su cara se colocara en cuarto
creciente como si fuera el gato de Chesire.
Las risotadas sobrevolaron la maraña de adosados y
grandes residenciales que se había quedado descolorida.
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Diccionario de neolengua: RIPio
RIPio: Dícese de la inscripción o estela funeraria
que adorna las lápidas de los malos poetas (es decir, de casi todos).
Dícese, también, de los poemas que acompañan a esos malos poetas en
vida, y que son como losas de sus tumbas que arrastraran a cuestas.
Diccionario de neolengua: Empareado
Empareado: Dícese del más que indigesto tentempié
que consumen los poetuchos, poetastros y otros astrosos de las letras,
muertos de hambre poética: consiste en colocar gruesas lonchas de zafia
poesía, recargada de cansados lugares comunes ahumados de genialidad, y
salpimentar con algunos ripios. De estos bocados se alimentan mucho los
bardos populares, es decir, cantantes pop, tertulianos metidos a vates y
ciertos profesorzuchos de instituto. Es extraordinariamente flatulento y
propenso a la indigestión.
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