-Cuando un anciano muere se pega fuego a toda una biblioteca, eso ponía, grabado, en letras de mármol, en el frontispicio de una escuela en China… -dijo Literator, sus ojillos submarinos se movían como por las profundidades abisales.
-Qué de cosas sabe usted… -reflexivo-admirativo, el Posmoderno adulaba al apolillado merluzo, casi choteándose del rancio branquial.
-¿Y cuándo muere un escritor? ¿Qué se quema entonces? –preguntó, sexuada y empechada, la Escritora Tropical con su deje amelocotonado de piña de la United Fruit
Entonces, se alzó un vozarrón desde las mesas del fondo del café de los descafeinados: era El Fracasado, que respondía al enigma como movido por una esfera metálica imantada de aborrecimiento:
-¡Yo le diré lo que arde cuando se muere un escritor! –todos miraron en esa dirección, en dirección a un barranco polvoriento de lodo y de miserias y de resentimiento-: Si se trata de un escritor como alguno de ustedes… ¡Lo que se quema es una caja de zapatos con una mierda de perro dentro!
Literator: boqueó como un salmón sobre la cubierta de un yate.
El Posmoderno: se husmeó las axilas, alternativamente, hoy apestaba más que de costumbre…
La Escritora Tropical: se desabotonó un ojal más de su camisa floreada y avasalló con los pechos en avalancha.
-¡Ejem! –carraspeó Literator, para ensartar otra de sus perlas de enorme sapiencia, quizás encontrada en un bancal de bacalaos-: La literatura, si es algo, son textos y no otra cosa…
Al fondo, El Fracasado regresó a su clasificación decimal universal de las notas de rechazo editorial.
En el cielo, in the sky, una luna negra, a very dark moon, pedía a gritos ser adoptada por Paul Auster y aparecer en una de esas novelitas posmodernas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario