Cenizas. Sabor a cenizas en la boca. Como si la
Lluvia de fuego de Lugones se hubiera desencadenado en el paladar, en el cielo
de la boca negro y terrible, granizada de hierro fundido, de metales y cobres
sobre las sienes en la mañana de la resaca con el sol enlistonado en la
habitación y el cuerpo de Bea al lado. Allí abajo, en lo profundo, las ratas
roen cables de aceite y se envenenan con hemorrágicos. Pronto tendrán unas
muertes ejemplares. Cenizas. Las cenizas en el suelo y por las sábanas y fuimos
en la oscuridad donde me hiciste tan feliz y fuimos en la oscuridad en donde
contigo, Bea, me siento tan indefenso. Te pido un nuevo abrazo, pero no sé si
he pagado, también, por eso: nuestra relación va más allá que de la meramente
comercial porque siempre soy tu último cliente, ya entrada la mañana, y me
transmuto en el primero de tus amores con la caída de la tarde. Juntos hasta
que, con la llegada de la noche, esa noche nuestra dánosla hoy, ambos nos
activamos como homo laborans y a ti te
llama la realidad de miembros henchidos, venosos y repletos de esperma como
cañas de crema y a mí me recluta el subsuelo inmundo repleto de podredumbre, de
ratas, de cables, de fracasos. La noche es dardo para Bea, un dardo caliente
que palpita y estalla en vaharadas de odio y soledad; la noche es un dardo que
me clavan, un dardo de alcantarillas y aguas fecales que se me atornilla al
pecho, un pulpo adoquinado que me abraza por la espalda y me abraza tanto y tan
fuerte que diluye tu abrazo en las sombras de las galerías y se convierte en
cadenas y hierros que me aherrojan sin piel, sin calidez y con aborrecimientos
de luces y noche. Puedo pensar y quiero pensarlo para que sea más llevadera la
vigilia, puedo pensarlo y quiero pensarlo: que esas galerías, esos túneles de cemento,
son tus muslos, que los conductos de cable son tus conductos, y que puedo
verlos con las cámaras como si me introdujera en ti con una laparoscopia,
a través de tu cuerpo, muy hondo, y
puedo navegarte como antes te he navegado cuando te penetro, tan abundante, en
mi cama pequeña, con el agotamiento del turno de noche derramado como una manta
de leche sobre mis espaldas y es una costra plasticosa que intentas arrancarme
con tus manos acabadas en dedos y dedos acabados en terminaciones nerviosas de
amor que van más allá de una relación en donde el pilar fundamental sea la
tarjeta de crédito, el billete de euro y la amenaza de una enfermedad sexual.
Pollas, vergas, cipotes, nabos, rabos, son tus instrumentos de trabajo:
detectores de humos, cables de fibra óptica y silencios eternos, son mis
instrumentos de trabajo: y ratas. En el escudo gremial de tu oficio un falo se
levanta megalítico sobre el horizonte espermado. En el fondo aparece un corazón
ensangrentado: mi propio corazón ensangrentado que ya es tuyo, que ya sabe que
es tuyo y, por ello, por eso, me cobras un polvo, pero ya te quedas junto a mí
todo el día: por culpa de ese corazón que aparece en tu escudo. Pedimos comida,
pizza, en la cama, entre las cenizas, el humo y las sábanas empapadas. ¿Y en mi
escudo?, me preguntas, ¿qué aparece en el escudo de tu gremio? Aparece una rata
sobre campo de ratas y con pequeñas ratas coronadas de ratas. Y en un
rinconcito he añadido un pequeñito amor, que es por ti, Bea. No, no quieres
añada ese pequeñito amor por ti, te aterra, te asusta, porque te niegas que
vayamos más allá de la relación clientelar, porque te quedas junto a mí, horas,
hasta la tarde noche, y quieres que lo considere como un regalo, como cuando en
un bar te conocen y te invitan a la segunda copa. Tú me regalas tu coño, Bea.
Tómatelo así si quieres, me dices, pero mi coño borra esa esquinita de tu
escudo por donde asoma el amor. Después de eso, Bea, sólo nos resta ducharnos
juntos y cada uno regresa a su lugar: tú: Bea, al bar Ámsterdam, y yo: a mi
Centro de Control, con el sabor a ceniza de la tormenta desencadenada en el
paladar a la par que me regalaste tu sexo y, también, tu lengua. Los whiskys no
te sabrán igual esta noche, mientras piensas en ese amor que aparece por una
esquina de mi escudo y como un pajarillo, anida en el tanga, en la esquina de
tu tanga.
(acuarela de Steve Hanks)
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