-En
el Gobierno General de Polonia: K.L. Auschwitz, madrugada del 7 de octubre de
1943-.
Era un paisaje bien extraño el de esa
madrugada. Pese al intenso frío no parecía que se encontraran en Suecia,
Dinamarca, u otro país nórdico. Sin embargo, eso le prometieron las autoridades
de Terezín…, bueno, de Theresienstadt,
que ahora ellos lo llamaban así. Además, ¿en un par de días se podía llegar por
tren a Escandinavia? Porque fueron un par de días de pesadilla, embutidos en
los trenes. Al menos, ella, igual que los otros adultos que acompañaban al
millar de niños, pudo resultar útil.
Qué raro era el lugar desconocido, con una
niebla tan densa, con esa especie de lluvia de cenizas; algo no marchaba del
todo bien…, no, era absurdo preocuparse. Les prometieron un destino en el
extranjero, junto a los niños que arribaron a Terezín procedentes de un gueto
de huérfanos polacos ubicado en Byalistock. También les prometieron ropa limpia
y comida. A cambio, tan sólo, los adultos deberían encargarse de los niños
durante el viaje, de que no presentaran problemas. Por supuesto, ante la
perspectiva de salir de Terezín, Ottla fue una de las primeras en apuntarse a
las listas.
Descendieron del convoy. En formación, los
dirigieron camino de una entrada subterránea que daba acceso a un enorme
barracón. Alguien en la fila susurró baños
e inhalación. Procedimiento de rutina: despiojamiento, duchas, tratamiento
antiparásitos…, resultaba lógico, vista la suciedad que arrastraban desde su
penosa estancia en Terezín.
Uno de los niños lloraba a su lado,
desesperado, porque no escaparía a un buen baño y quién sabía a qué otros
desabridos menesteres higiénicos. Ottla se volvió con dulzura, pero empleó
cierta firmeza para reprenderlo suavemente, con el afán de apaciguarlo:
-Venga, chico, tranquilo, un poco de agua te
vendrá bien. Luego te encontrarás mucho mejor.
El niño sorbió los mocos, cedió en sus
espasmos y presa del terror más angustioso se aferró a las pantorrillas de la
mujer que, con pasos cortos y dificultosos, se aproximaba al túnel que engullía
a los integrantes del tren; un transporte calificado por el departamento de la RSHA IV, Sección IV, B-4, a cargo de
Adolf Eichmann, como un convoy de Tratamiento Especial (que ahora ellos lo
llamaban así): integrado por 1260 niños y 53 adultos judíos a cargo de las
criaturas, todas ellas con destino final en Auschwitz.
Ottla Kafka avanzaba con evidente riesgo de
caída, enredado el muchacho en sus piernas, y se acordaba de sus hermanas, Elli
y Valli, separada de ellas desde el momento en que las deportaron a Lodz,
bueno, a Lizzmanstadt, que ahora
ellos lo llamaban así. ¿Estarían bien? Seguro que todo terminaría
favorablemente. Padre y Madre murieron antes, se libraron de soportar todo eso,
quizás fuera lo mejor. Y bien segura estaba que Franz nunca habría podido
superar pruebas de tal dureza, ni tan siquiera afrontarlas con un mínimo de
garantías… así que se alegraba, resultaba feo decirlo, tan siquiera pensarlo,
pero se alegraba de que, con su fallecimiento, él se ahorró tanta humillación.
… unos pasos más y llegarían a la boca del
túnel.
Las
oscuras fauces de ese ogro emitían una especie de borborigmo, estertor sordo
que aterrorizó al chaval aferrado a las piernas de Ottla. Se agarró tan fuerte
que la mujer no pudo ya dar un paso más y la fila se detuvo. Eso era algo
realmente peligroso.
-Schnell,
schnell! –se les aproximó uno de los guardianes fuera de sí. Cualquier
retraso o anomalía en la formación era, administrativamente, intolerable.
El crío soltó a su protectora y rompió a
llorar desconsolado. Las lágrimas surcaban su cara de churretones, ennegrecida
por la suciedad y la ceniza.
El soldado contempló al chaval y comprendió
que por mucho empeño que pusiera no lograría que se moviera en dirección a la
bocana del túnel. Era un serio disturbio para el resto de la cola, retardaba el
proceso y un convoy de húngaros que también debía recibir Tratamiento Especial, andaba próximo a llegar.
Un instante antes, tan sólo un instante
antes, Ottla, ensimismada en sus pensamientos, recordaba a Franz y a sus
hermanas (ignoraba que fueron asesinadas en Chelmno, es decir, en Kulmhof, que ahora ellos lo llamaban
así), y buscaba en los recuerdos frescor y valentía para no preguntarse con
verdaderas ganas que ocurría realmente allí, porque intuía que las respuestas
serian terribles.
El soldado, rutinario y brutal, rompió de un
culatazo el cráneo del niño. Se escuchó un horroroso crujido. El llanto cesó de
forma automática y el chaval se desplomó en el suelo como si jugara con sus
amigos, allá en el gueto de Byalistock: unos eran indios, otros vaqueros; uno
de ellos fingía caer abatido de certero flechazo por obra del arco de Toro Sentado o por un preciso balazo del
General Custer.
Sí: Igual que ahora.
Un instante después, tan sólo un instante
después, Otlla pasó de creerse a salvo, de que todo podría ir bien, a la
locura, a la violencia, a los golpes, a las carreras, a los insultos y muy
pronto al terror de las luces apagadas en la asfixia de la cámara.
El soldado fue castigado sin su ración de vodka.
Indudablemente incumplió la ordenanza de enviar el transporte a Tratamiento Especial dentro de la mayor
calma posible, lo que se denominaba Procedimiento
de Tranquila Bienvenida (ahora ellos lo llamaban así). Con su acción desató
el pánico entre los judíos, lo que significó mayor trabajo para los guardias,
con el lógico desgaste de los nervios de la dotación, circunstancia
particularmente negativa puesto que, apenas cuarenta minutos después, todavía
exhaustos por domeñar a esos niños del diablo, asomaba por una esquina del
campo la interminable fila de judíos húngaros en dirección a la medieval boca
del gigante enladrillado, ogro recostado en el fangal de Oswiecim (de Auschwitz, que ahora ellos lo llamaban
así).
Muy interesante, aunque todo esto me produce horror, pena,asco,rabia,desconcierto, un terrible desánimo, me pasa lo mismo cuando veo un documental sobre este "tema", termino como si una bomba atómica hubiera arrasado todo mi ser y solo quedaran cenizas de mi persona.Tal vez me pase como a la mujer de Lot, me convierto en estatua de sal por no poder apartar los ojos de semejante sadismo, barbarie,locura colectiva...La impotencia me aturde.
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