martes, 31 de octubre de 2017

El capitalismo literario o el mercadeo como una de las bellas artes


*Esta columna apareció en achtungmag.com:

http://www.achtungmag.com/el_capitalismo_literario_o_el_mercadeo_como_una_de_las_bellas_artes/

La semana que termina todavía lo hace bajo las polémicas sacudidas que entre los lectores ocasiona el anuncio del Premio Nobel de Literatura y el de otro premio, algo menos prestigioso, el Planeta. El controvertido oropel de semejantes entorchados me ha llevado a escribiros esta columna acerca de los resortes de la industria de la cultura, de cómo tritura a las personas con talento y de un concepto realmente notable: el llamado capitalismo literario.

Empezaré por el capitalismo literario, etiqueta demoledora y apocalíptica para definir la situación de la industria del libro actual, y acuñado por una de esas usuarias del Instagram de las letras al que me he referido ya en otras ocasiones: Marina, instagramer que se hace llamar @sra­­_bibliotecaria.
Le escribo un mensaje directo para que me defina que entiende por capitalismo literario. Esta es su respuesta:

“Capitalismo literario es un término que engloba a todas esas obras destinadas a comercializar con la literatura en mayúsculas, prostituyéndola para agrandar carteras de magnates del mundo editorial. Son libros en los que su denominador común es que el “escritor” es un personaje en sí mismo, una figura del mundo del espectáculo (música, cine, televisión o radio), o está considerado un influencer en el nuevo mundo de las redes sociales en donde se mueve como pez en el agua y tiene hordas de seguidores. Capitalismo literario es editar libros con el único objetivo de vender y ganar dinero. Y se asegura la venta eligiendo a gente que mueve masas por su influencia social”.
Este concepto, que indudablemente ha elevado gran parte de la literatura que se publica hoy en día a lo que yo denomino como literahartura, aparece ampliamente desarrollado, sin darle ese nombre, en el ensayo de Germán Gullón titulado Los mercaderes en el templo de la literatura (Caballo de Troya). Un ejercicio demoledor y tristísimo de cómo las editoriales pueden destrozar a los buenos autores primando la dictadura de un insensible y descerebrado mercado editorial.

Desde luego, aunque no es lo habitual, Germán Gullón no es el único que ha escrito libros denunciando el miserable sistema cultural de los libros y la literatura de mercado. Un peso pesado de la polémica, Manuel García Viñó, publicó hace años el libro La gran estafa: Alfaguara, Planeta y la novela basura (ediciones VOSA), otra tremenda carga de profundidad contra un sistema que privilegia la capacidad de obtener ventas por encima del talento, y cuando no, recurre a resortes, cuanto menos, poco éticos.

El libro de Viñó se presenta con una sencillez demoledora: es un compendio de lo que él ha bautizado como crítica acompasada, y que definía así:

“Lo llamamos crítica acompasada porque se va haciendo al compás de la lectura y va cuajando en anotaciones (…) De esta suerte, van siendo puestas al descubierto las faltas gramaticales, los errores de léxico, los atentados contra la lógica, la estética y el estilo y, hablando sin disimulo y casi podría decir que sobre todo, las vaciedades y las auténticas tonterías, que, como se verá, abundan en los libros aquí analizados. Al comentarlas, como al comentar los atentados contra el más elemental raciocinio, en este tipo de crítica se suele emplear la ironía y el humor, que como pocas herramientas hacen ver la baja calidad de determinadas novelas que están circulando como obras excepcionales. Y, por razones derivadas del dominio que ejerce hoy sobre la literatura, especialmente la novela, la industria cultural, no suelen faltar apuntes de lo que podríamos llamar sociología de la vida literaria, que ayuden a comprender el “éxito de público de crítica” obtenido por un “producto” que nosotros demostramos que es deleznable”.
Pero García Viñó no detiene su método aquí o lo deja en el mero aspecto teórico. Arremete con ejemplos contra algunas de las figuras intocables de la pseudo cultura:

“Un segundo instrumento consiste en llamar la atención sobre el empleo abusivo de estos autores de frases hechas –y de conceptos acreditados y valores entendidos-, las cuales consideramos que contribuyen a un empobrecimiento literario del lenguaje y aparece como una manifestación de impotencia y de falta de recursos expresivos (…) Si de una “novela” de Gala, Maruja Torres o Almudena Grandes se suprimiesen las frases hechas, podrían quedar reducidas en casi un tercio. La voluntad de estilo en estos y los otros autores es prácticamente nula…”.
Visto en lo que consiste la crítica acompasada, el libro de Viñó embiste sin miramientos contra algunas de las novelas más encumbradas de los autores más notables del capitalismo literario:

“Después de algunos años alejado de los estudios literarios, cuando leí algunas obras de Javier Marías, tan ponderadas por críticos, académicos y profesores, comprendí que me encontraba en el camino adecuado para alcanzar el tipo de situación en que más disfruto de la vida: la de enfrentarme, desde la total independencia y provisto de ideas personales, al adocenamiento de lo oficioso y al conformismo de lo establecido. Aquellas no sólo eran las peores novelas –en rigor, ni siquiera eran novelas- de todos los tiempos, sino también unos libros ridículos, irrisorios. En ellos dominaba la incompetencia, la pobreza de ideas y una falta total de valores estéticos. Luego, al proseguir mis lecturas y comprobar que al mismo bajo nivel se situaban las obras de quienes eran ofrecidos al público como los renovadores de la novela española de fines del siglo XX y comienzos del XXI –Almudena Grandes, Muñoz Molina, Maruja Torres, Rosa Montero, J.J. Millás, etc.-, comprendí que me encontraba ante un colosal engaño; un engaño en el que participaban todas las instancias por las que discurre la “vida” del libro, desde las agencias a las bibliotecas, pasando por las editoriales, las librerías, la crítica, los medios de comunicación, los jurados de premios, la publicidad...»
Me parece impagable el trabajo de Viñó, que obviamente fue criticado y apaleado. No podía resultar de otra forma. Lo he traído aquí porque el asunto del capitalismo literario mencionado por la @sra_bibliotecaria me ha llevado a recordar la época en que leía este tipo de libros-denuncia con la esperanza de lamernos las heridas y las cicatrices unos a otros… Viñó fue uno de los pocos que se han propuesto denunciar una situación que parece no tener ya remedio.

Si tenemos que hablar de una ética algo comprometida en asuntos literarios, no puedo escaparme de comentar toda la parafernalia y rumorología del premio Planeta, necesariamente debo referirme a él. Y no porque esté concedido de antemano (algo a lo que no escapa casi ningún premio literario en este país, por no decir que ninguno), sino por sus legendarios tejemanejes que alimentan los mentideros de una indignación algo, digámoslo así, inocentona.

Que un premio literario se haya concedido de antemano es algo tan inherente al capitalismo literario que ya no escandaliza a nadie. Entonces, ¿que nos irrita del Planeta? Indudablemente, lo que tiene de corralito, de compadreo, de reunioncilla privada entre aquellos que se atiborran con el pastel de la literatura concebida como un negocio algo desaprensivo.

Porque se rumorea que el premio, muchas veces, se otorga a una determinada cuadra literaria, es decir, a un autor que pertenece a un agente literario en concreto. La editorial ha adquirido compromisos contractuales con la agencia, y hay que otorgar el premio a uno de sus representados.

En otras ocasiones, se comenta por ahí, se ha llegado a otorgar el Planeta a novelas que no existían todavía o que eran un mero borrador… Desde ahí, llegar al escándalo del plagio de Cela es algo muy sencillo. Se afirma que no presentó novela alguna, pero se le otorgo el galardón. El gallego, empachado de Nobel, no tuvo tiempo de escribir nada a pesar de que se había comprometido y la editorial lo tomó de una de las concursantes que se había presentado al premio; unos cuantos negros literarios dieron forma celiana a la novela sustraída y listo. El resto de la historia de esta canallada literaria está en las bibliotecas, o en Internet, algo más propio de estos tiempos.

Luego, hay un grupito de autores recalcitrantes en la ofensa, que andan por ahí asegurando que a ellos se les ha ofrecido el Planeta, pero que después nada de nada. Yo he conocido a uno que tiene muy a gala esta cualidad de no premiado prometido. En cualquier caso, todas estas historias no deben desenfocarnos de la auténtica realidad de la malignidad del Planeta. Un amigo mío lo decía con mucha exactitud: “Hay que escribir muy mal para que te concedan el Planeta”.

Ignoro si esto es obligatorio, pero lo que sí es cierto es que Juan Marsé, abochornado ante el nivel “subterráneo” de las obras, como él mismo afirmó, se vio obligado a dimitir de su puesto como jurado en el año que ganó María de la Pau Janer. Y defendía así su actuación ante la prensa:

“Sé que esto tiene difícil arreglo, que así está el mercado, que el cotarro cultural y mediático es el que tenemos y que responde a intereses y bolsillos que tienen muy poco que ver con la literatura según yo la entiendo, pero en cualquier caso yo me niego a dar gato por liebre, ya sea como miembro del jurado en un concurso literario o como simple ciudadano al que le piden una opinión sobre un libro".
Aquí radica el problema, y el motivo por el cual el premio Planeta nos pone de tan mal café a nosotros, los que amamos la literatura y los libros. Las encuestas aseguraban no hace mucho que el españolito de a pie, el medio, el normal, el que desayuna a su lado ese café con leche mientras sumerge el pincho de tortilla en el interior de la taza, únicamente compra dos libros al año: uno intenta leerlo. El otro lo regala por Reyes. La compra de tan magníficos ejemplares la lleva a cabo durante su visita anual a la Feria del Libro local, donde además de pasmarse ante la fantochada de la representación cultural y pagar un refresco a precio de oro, adquiere el premio Planeta y su cacareado finalista. Cuál lea después, y cuál regale, bien poco nos importa.

Porque lo verdaderamente interesante es que acaba de hacerse con dos armas que no son como la poesía cargada de futuro, en afirmación de Gabriel Celaya, sino un revolver amartillado sobre la sien de la incultura. Si el españolito medio, ese que hace buches a su lado, enjuagues de café con leche para quitarse los restos de la tortilla de entre los dientes, únicamente lee un libro al año y regala otro, es posible, mucho, que nunca más vuelva a hacerlo cuando haya alcanzado la página 20 de la novela y su dedo ejecutor decida cerrar aquél disparate para no volver a abrirlo nunca jamás. Y no quiero pensar en la otra persona, la que recibe el regalito envenenado…

Además, este capitalismo literario prioriza las publicaciones de un sinfín de personajes mediáticos: presentadores de televisión, famosillos del colorín, blogueros con miles de seguidores…, de todo aquél capacitado para vender libros como churros. Es decir, el capitalismo literario equipara el lanzamiento y promoción de una novela con el de un perfume o el de unos zapatos. Son productos, y como tales, los críticos del futuro tendrán que establecer que nombre recibe la emanación cultural que hoy en día se oferta entre dos tapas de cartoné.

Y que estos famosillos presenten sus libros redunda en la imagen de que escribir es fácil. Alguien dijo que en España la mitad del país ha escrito un libro, y la otra mitad lo está escribiendo. La gente ve a estos personajes atareados hasta las tantas en los platós de televisión o atendiendo sus extraños negocios y que, de la noche a la mañana, se destapan con un libro. Eso devalúa el esfuerzo descomunal que supone escribir una novela (yo he tardado ocho años en terminar una, se de lo que hablo).

Recuerdo que iba a decir algo del Nobel… Bueno, visto lo visto, debemos felicitarnos de que se haya premiado, este año, a un escritor que escribe, porque podría ser infinitamente peor. Creo a que Ishiguro le llega muy prematuramente este honor, su obra no está lo suficientemente cuajada, y otros candidatos atesoraban méritos incontestables; pero es escritor, felicitémonos por ello.


Al final, también esto de los Nobel se pliega hacia el capitalismo literario… Durante una época no era capaz de entrar en una librería: me ponía enfermo, me chirriaban los dientes antes las mesas de novedades y me volvía hiperclorhídrico. Ahora me lo tomo con calma. He comprendido el lugar de cada uno en el mundo, es decir, en el sitio que ha pagado la editorial en la librería, y que si queremos ser escritores, pero de los de verdad, necesitamos el arrullo del pequeño librero y el aborrecimiento del mundo del capitalismo literario.

sábado, 28 de octubre de 2017

De Guinea al Magreb, pasando por Costa Rica



*Esta reseña apareció en el sitio Mi Nueva Edad:

https://www.minuevaedad.com/actualidad/2017/10/18/el-disco-del-mes-bo-djubi-songh-de-candelaria/


Interprete: Candelaria
            Título: Bo djubi songh
            Discográfica: Whatabout Music
            Género: Jazz Fusion/World Music
            Duración: 43m; 50s.
            Número canciones: 6
            Fecha de publicación: 7 de febrero, 2012

De Guinea al Magreb, pasando por Costa Rica
           
La industria musical es cruel y, generalmente, desagradecida. Por ese motivo, acostumbra a sepultar intérpretes y grupos de sobrado talento bajo toneladas de mediocridad y música para radio-fórmulas. Solo así se puede explicar, en un negocio cuya ceguera solo es comparable a lo inmenso de su insensibilidad, que discos como el que hoy recomendamos en Mi Nueva Edad hayan pasado de largo.
            Bo djubi songh, al parecer el nombre de una danza de Guinea-Bissau en idioma Kiriol, es el luminoso y optimista segundo disco de la banda Candelaria. Lo luminoso, y lo optimista, en este trabajo, vienen de la mano del free-jazz fusionado con ritmos africanos. En efecto, aquí hay mucho de los míticos Weather Report, del propio Joe Zawinul, pero los sonidos de África recuerdan, también, al disco Tchokola del violinista Jean-Luc Ponty e, incluso, las guitarras se aproximan a Pat Metheny.
            Con todas estas influencias, o con el rastro que podemos encontrar de estos músicos en el disco, parece difícil creer que semejante obra no haya tenido la repercusión merecida. Pero, lamentablemente, ha sido así.
            El disco arranca con una invitación para ser escuchado de la mano del saxofón de Fran Mangas al inicio de Tegucigalpa, primera canción de este manifiesto musical del buen gusto. Inmediatamente después, llega una de las canciones estrella, Caldera Power. La guitarra de Israel Sandoval y las percusiones de Jesus Mañeru se acoplan para levantar una pieza de un ritmo vertiginoso.
            En Corsica, el espíritu de Weather Report que inspira todo el disco se hace patente, de la mano de las flautas de Juan Carlos Aracil que traen ecos de Tim Weisberg, el flautista norteamericano de jazz fusión. Y después, cuando ya estamos completamente rendidos a Candelaria, brota el gran tema de este Bo djubi songh: Pura Vida. Una experiencia vital en Costa Rica inspiró esta canción de casi 14 minutos. La forma en la que se desencadena la batería al principio, arropada por el bajo, inmediatamente puede recordarnos a una composición de la banda de jazz de Phill Collins, los míticos Brand X; sin embargo, en un giro sorprendente, la pieza se llena de sonidos con regusto al Magreb, compaginados y alternados con toques jazzísticos de muchos quilates y acostados sobre un efervescente teclado manejado por Mario Díaz.
            Una ambiental, atmosférica y relajante Humo, con un reposado saxofón, nos conduce por esta carretera musical hasta su última entrega, la canción que da título al disco, ejercicio vocal y de percusión africana como epílogo a un trabajo en donde han aparecido corrientes, tendencias e influencias de los mejores intérpretes de jazz del mundo. Y no sólo eso, porque el espíritu funk de Earth, Wind & Fire asoma su cabeza por el fondo.
Un trayecto que abarca desde Guinea hasta el Magreb, pasando por Costa Rica, lo que consigue, curiosamente, que el disco muestre una sólida y monumental personalidad propia; una presencia apabullante de lo que pueden alcanzar un grupo de excelentes músicos cuyo objetivo es la delicadeza y la inspiración en cada una de sus composiciones.
            Y, dado el maltrato de la industria, es casi imposible comprar el disco, pero se puede escuchar, y merece mucho la pena, en el siguiente enlace de Spotify:
https://open.spotify.com/artist/7ks3PBmgylaxcrmfbefGsi
Os invito a todos a oírlo, como una forma de hacerle justicia a este disco y a estos músicos.
  


lunes, 16 de octubre de 2017

Amadís de Gaula cruza los mares: libros de caballerías para el siglo XXI


*Esta columna apareció en achungmag.com:

http://www.achtungmag.com/amadis-gaula-cruza-los-mares-libros-caballerias-siglo-xxi/


Esta semana hemos presenciado los fastos correspondientes al 12 de octubre, fiesta nacional de España y un día que siempre viene cargado de todo tipo de disputas. Sin embargo, en Achtung!, sabemos verle el lado literario a las cosas, y preferimos alejarnos de tensiones, denuncias y polémicas. Los barcos de los Conquistadores, o como se prefiera llamarlos, viajaron cargados de libros rumbo al Nuevo Mundo. Las novelas de caballerías tuvieron una presencia importante en el caminar de aquellos hombres por el continente americano.

Después de 1492, los barcos que partían camino de América se sucedían con efervescencia. Los capitanes al mando de las expediciones eran de buenas familias, generalmente los segundones, que habían recibido una educación o poseían ciertos estudios; Hernán Cortés, hijo de un hidalgo extremeño, cursó un par de años de leyes en Salamanca, aunque los abandonó finalmente.

Esto, junto al auge auspiciado por impresores extranjeros que se habían instalado en la península —en Salamanca o en Burgos— y que trajeron la innovación de la imprenta de Gutenberg, tan sólo descubierta unos 50 años antes, contribuyó a que se embarcaran auténticas bibliotecas en los navíos. Y los libros de caballerías eran los preferidos.

California, Amazonas o Patagonia, topónimos que surgieron de la fascinación de los Conquistadores por las aventuras caballerescas. La reina Califia, de las Sergas de Esplandián (Castalia), bautizó a California; Francisco de Orellana denominó a la región del río Amazonas por las figuras mitológicas, y Patagonia se debe al portugués Hernando de Magallanes y su pasión por la novela Primaleón, en donde aparece un gigante con el nombre de Patagón.

Por encima de todos estos libros se encontraba uno que era una especie de Best Seller de la época: el Amadís de Gaula (Espasa) del portugués Garci Rodríguez de Montalvo, publicado por vez primera en 1508. Las hazañas de Amadís, que narran su nacimiento, su amor por la princesa Oriana y una multitud de aventuras a lo largo de cuatro libros, fueron inspiradoras de aquellos que hicieron las Américas, inflamados por los ideales caballerescos que primaban las cuestiones del honor, la valentía y el arrojo. El Amadís de Gaula dio lugar a otras continuaciones, como el Amadís de Grecia.

Muchos de los Conquistadores se sintieron como Amadís en su batalla contra el Endriago (una bestia con rasgos de hidra y dragón) mientras avanzaban por territorios tan desconocidos como hostiles. Pero además del Amadís de Gaula, y su continuación en las Sergas de Esplandián, existieron numerosos libros de caballerías de los que algunos se han perdido para siempre: a lo largo del siglo XVI aparecieron más de 300 ediciones en España.

Uno de los libros cumbres de esta literatura caballeresca es Tirante el Blanco, escrito por el valenciano Joan Martorell, en el año 1490. Junto con el propio Amadís, es uno de los títulos salvados por Cervantes en el escrutinio del Quijote. Tirante el Blanco es una de las novelas más originales de todas, con ciertas desviaciones del género que lo hacen único. Valga como ejemplo el tratamiento del amor en la obra, que deja de ser caballeresco e idealizado para adornarse con tintes sexuales, o por la inclusión en la narración de detalles autobiográficos del propio autor. En este sentido, el Tirante es un libro atípico dentro de la novela de caballerías.

He mencionado “el escrutinio” del Quijote, en donde se procede al examen y condena de aquellos libros que han enloquecido a Alonso Quijano, y podemos fijarnos en algunos de los textos salvados para establecer una especie de canon de la calidad de este tipo de novelas.

Entre el cura y el barbero arrojan muchos volúmenes al fuego, entre ellos todas las secuelas del Amadís, incluido el Esplandián, también el Florismarte o el Palmerín de Oliva. Pero entre los volúmenes indultados se encuentra el Palmerín de Inglaterra (Miraguano) de Francisco de Moraes.

Un libro muy interesante, que abunda en todos estos asuntos, es Los libros del conquistador (Fondo de Cultura Económica) de Irving Leonard, donde analiza las lecturas favoritas de los hombres que viajaron al Nuevo Mundo, y las que llevaron consigo. Se trata de un libro antiguo, de mediados del siglo pasado, pero que ha resultado capital para dar luz a algunos de los enigmas que presentaban estas obras que tanto influyeron en los expedicionarios. Sólo hay que tener en cuenta un dato para percibir la magnitud del asunto: en febrero de 1601 se enviaron cerca de 10 mil volúmenes a las Indias.

De manera que, aquellos que deseen adentrarse en este terreno tan desconocido por el lector medio, pueden iniciarse con el Amadís, el Tirante y, como complemento, alguno de los libros menos famosos; me permito recomendar el Morgante, del italiano Luigi Pulci, una obra que presenta algunas características bien interesantes: una estructura de episodios entrelazados en donde tienen gran protagonismo los gigantes, todo ello narrado desde un notable flash back.

Y como colofón, El libro de la orden de caballería (Alianza) de Ramon Lull, breve compendio de las reglas necesarias para llegar a ser un buen caballero. Además, los más curiosos pueden acceder a las guías de lectura caballeresca del Instituto Universitario de Investigación en Estudios Medievales y del Siglo de Oro “Miguel de Cervantes”, que complementan la colección de Los libros de Rocinante, y que son las ediciones de 31 libros de caballerías castellanos (entre ellos el Platir, el Felixmarte o el Policisne). 

Podéis consultarlos aquí:


Y las guías de lectura caballeresca:


En estos tiempos difíciles que corren, de insultos precipitados, descortesía a raudales, insolidaridad cimentada en el odio y nula empatía, tal vez venga bien recordar estos libros que para muchos no dejan de ser tomos rancios y aburridos, para quedarnos con los mejores valores que desprenden: el ansia de ayudar al prójimo, la generosidad de sus héroes y la actitud valiente con la que afrontar los retos y las situaciones comprometidas de la vida.


Quizás las cosas nos irán mejor si fuéramos un poco más Amadís.

viernes, 13 de octubre de 2017

Baklava


somos:
cinco capas
de un baklava

una primera
de piñones azules y salvajes
de chefchaouen
y miel de cantares
en tus labios

la segunda,
nueces tostadas en
la samarkanda de nuestro cuerpo
y aromas de agua de azahar en tus ojos

una tercera de
almendras y canela
derramadas en el pelo

la cuarta,
de hojaldres como las olas
en el abrazo de un mar luminoso

la quinta
es pistacho en nuestras manos,
almíbar al caminar
y roiboos
en el marrakech
de la noche

martes, 10 de octubre de 2017

Kafka y Conrad editados por Navona: dos venerables ancianitos que montan en skateboard


*Esta reseña apareció en mi columna semanal de los viernes, El odradek de achtungmag.com:

http://www.achtungmag.com/kafka-conrad-reeditados-navona-dos-venerables-ancianitos-montan-skateboard/


La transformación de Franz Kafka y El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, son dos grandes clásicos de la literatura. De eso no cabe duda. Y como tales los ha editado Navona, dentro de su colección Ineludibles. Porque, realmente, lo son: son dos textos imposibles de eludir, de ignorar.
Para superar el posible hartazgo con el que alguien pueda recibir la enésima publicación de clásicos de esta magnitud, Navona ha revitalizado los textos presentando una nueva traducción junto con una edición sobria, funcional, agradable y cuidada. De esta forma, Kafka y Conrad se han visto redimensionados, y ahora podemos disfrutar de estos textos, que son como dos venerables ancianitos cargados de sabiduría, con un nervio y un pulso de jovenzuelos.

Como crítico y teórico de la literatura, es bastante dificultoso ofrecerle a un lector veterano argumentos diferentes para aproximarse a estos dos libros. Sin embargo, y contando con que su nuevo envasado editorial ya es de por sí una buena excusa, supongo que los lectores curtidos sabrán excusarme si no soy capaz de añadir casi nada nuevo de reclamo. Ahora bien, el número de personas que envidio profundamente, aquellas que aún se mantienen virginalmente instaladas en el desconocimiento del goce que les proporcionarán semejantes obras, quizás encuentren atractivas mis palabras a la hora de decidirse por las ediciones de Navona, huyendo de algunas otras traducciones alambicadas, o de aquellas ediciones de saldillo que abundan de ambas novelas.

Empezaré por Kafka y La transformación. En efecto, Navona, o su traductor y autor de un pequeño prólogo, Xandru Fernández, le han dado a la narración el título adecuado. Como muy bien afirma en dicho prólogo, si Kafka hubiera querido llamarlo La metamorfosis lo hubiera titulado así, Die Metamorphose, pero se decidió por llamarlo Die Verwandlung: La transformación.

Cuando Gregorio Samsa se despierta, “después de un sueño intranquilo”, ya se ha convertido en un insecto. La metamorfosis tendría mucho de proceso evolutivo, de mutaciones en diversas formas, y presenciaríamos en la narración los cambios estructurales que abarcarían desde una fase de pupa hasta el estadio de insecto de Gregorio Samsa. Pero la narración comienza in media res, cuando el protagonista ya se ha transformado por completo.

Kafka ha compuesto un relato que muy bien puede entenderse como una obra cumbre de la ciencia ficción, pero esa es sólo una de las muchísimas lecturas que permite un texto de una riqueza tan enorme como este, y además, entenderlo como una joya de la Sci-Fy tal vez sea la aproximación más simple. Porque La transformación está atravesada de un carácter simbólico en donde toda la historia es una metáfora de la incomunicación del hombre, aplastado, angustiado, sometido.

De esta manera, entendiendo el relato de Kafka como algo simbólico, podemos darle todo el sentido que contiene: La transformación se ha producido, realmente, en el interior del hombre, y se trata de un protagonista colectivo, dado que nos representa a todos nosotros.

Por ese motivo, que Samsa haya mutado en cucaracha, o escarabajo, realmente carece de importancia. De hecho, el propio Kafka le insistió a su editor Kurt Wolff que en ningún caso podía aparecer un insecto en la portada, lo que dio lugar a una de las cubiertas más emblemáticas de la historia de la literatura.

Sirva como anécdota el dato de que la primera traducción de una obra de Kafka a otro idioma fue La Transformación, vertida al castellano en junio de 1925, apenas un año después de la muerte del autor, y casi tres años antes de que apareciera en francés. El texto apareció como una traducción anónima en los números 24 y 25 de Revista de Occidente, bajo el título de La Metamorfosis. Desde entonces, se divulgaría con ese nombre por todo el orbe de habla hispana —y se especula con dos buenos conocedores de la lengua alemana como posibles autores: el director de la Revista, Ortega y Gasset, o tal vez el secretario de redacción, Fernando Vela—.

Si os interesa una interpretación más profunda de las muchas lecturas que se pueden hacer del texto, aquí os dejo un enlace a un trabajo mio:


Recordemos unas palabras de Kafka sobre las cualidades de un buen libro:

Creo que debemos leer solo la clase de libros que nos hieren, que nos apuñalan. Si el libro que estamos leyendo no nos despierta con un golpe en la cabeza, ¿para qué leemos?... Necesitaríamos libros que nos afecten como un cataclismo, que nos acongojen profundamente, como la muerte de alguien a quién hemos amado más que a nosotros mismos, como si nos hubieran desterrado a una selva, lejos de todos, como un suicidio. Un libro debe ser el hacha para el mar congelado que tenemos dentro de nosotros”. 
Con La Transformación lo ha conseguido.
Por su parte, mi historia con El corazón de las tinieblas de Conrad es una relación de amor y de odio…, que acaba de solucionarse gracias a la edición de Navona y, hay que decirlo, por la insistencia de mi amigo Ignacio Vacchiano en que le concediera nuevas oportunidades en forma de lectura. Tenía razón.
A la hora de leer a Kafka es difícil sacudirse el asunto del insecto, el de la figura de un hombre entenebrecido por la presencia del padre, o aquello de que decidió quemar toda su obra, como casi imposible resulta abstraerse de las muchas interferencias que pueden obstaculizar a El corazón de las tinieblas. En primer lugar, que en cierto modo es un recorrido como el del descenso de Dante a los Infiernos, o las incansables comparaciones de la película Apocalypse Now con el libro, del cual, evidentemente, toma gran parte de la trama.

Sin embargo, una vez olvidado todo esto y alejando de nosotros la falsa afirmación de que el texto es lento, como asfixiado por ese espíritu opresivo de la jungla que Conrad pretende retratar, si sabemos sobreponernos a la intromisión de algunas interpretaciones que solo encuentran una denuncia del régimen criminal del rey belga Leopoldo II en el Congo, podemos acceder a un trabajo literario de virtudes planetarias (y pienso en la sonrisa de satisfacción de mi amigo Ignacio al leer esto).
Desde luego, si no se ha leído nunca la novela de Conrad, la edición de Navona es la indicada para hacerlo. Y lo es, por ejemplo, por la traducción de un gigante como el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, que además es biógrafo de Conrad y ha conseguido algo muy peculiar y decisivo con El corazón de las tinieblas: dotarlo de una luz especial.
En El corazón de las tinieblas vamos a toparnos con un tratado sobre la angustia y la codicia, sobre la inmundicia humana, desplegada en el seno de uno de los lugares más hostiles para el hombre: la jungla pavorosa y asfixiante, que alberga un misterio de terror que termina enloqueciendo a quienes se adentran en ella. En este aspecto, no puedo dejar de poner en paralelo esta lectura con los Cuentos amor, locura y muerte del uruguayo Horacio Quiroga, donde la presencia de la selva y la muerte configuran un cronotopo muy parecido al de Conrad en El corazón de las tinieblas.

Leyendo a Conrad, y también leyendo a Quiroga, extraemos una reflexión inquietante: la profanación de la naturaleza, en este caso el saqueo de sus recursos y el maltrato y la esclavitud de aquellos que la habitan, desencadena consecuencias terribles. Fundamentalmente, la locura y la muerte.
Porque El corazón de las tinieblas es una novela sobre el mal, ya sea una perversidad albergada en el interior del hombre o la perfidia mortal que despliega el entorno selvático que lo rodea —en defensa propia ante los abusos que soporta, desde luego—; un mal que se desencadena como una venganza, es la respuesta de la tierra a una violación, lo que quizás podría vestir a la novela de Conrad con un interesante carácter ecologista que dispararía otras interpretaciones.
El mal está presente en la naturaleza como un castigo al hombre por haberla alterado, pero también como recordatorio de que, primigeniamente, pertenecemos a ese entorno y que debemos someternos a sus leyes: el ser humano es frágil, como todos los elementos que conforman la hostilidad de la jungla.
Mediante el relato dentro del relato, la historia que les cuenta Marlow a los tripulantes de un barco que aguarda el cambio de marea en las orillas del Támesis, el narrador revive la opresión que experimentó durante su estancia en el Congo. Se produce así una interacción externa-interna de los paisajes: el tiempo actual del relato junto al tiempo pasado de lo narrado por Marlow.
Y las claves del descenso a este infierno africano se encuentran en el cauce del río por el que ha navegado el protagonista a la búsqueda de Kurtz. La masa de agua se va convirtiendo en un curso sinuoso y terrorífico, hasta que deja de transmitir la sensación de río y se convierte en algo aplastante.
Es el entorno de una naturaleza inclemente, capaz de extraer toda la insoportable malignidad humana hacia el exterior. El hombre, oprimido por las fuerzas naturales, se convierte en un desecho nervioso presto a saltar a la yugular de su semejante ante la menor irritación, y debe morir para integrarse en la naturaleza que ha profanado, ya que la muerte es un estado natural que arregla las cosas, que las devuelve a su sitio.

Cuatro veces leí esta novela antes de toparme con la edición de Navona, que me ha permitido descubrir en ella gran parte de las virtudes que la hacen ineludible. Con estas nuevas ediciones, Kafka y Conrad, esos dos venerables ancianos que se aproximaban a pasitos lentos y cargados de sabiduría, arrojan al suelo sus sombreros de hongo y se convierten en jóvenes vivarachos que toman las tablas de sus skateboards y realizan las piruetas más arriesgadas con lo magistral de su literatura.

domingo, 1 de octubre de 2017

Literatura de viajes, viajeros y grandes exploradores: a la búsqueda de lo prohibido



*Esta columna apareció en achtungmag.com:

http://www.achtungmag.com/literatura-viajes-viajeros-grandes-exploradores-la-busqueda-lo-prohibido/


Hace unos días pude ver la película La ciudad perdida de Z, basada en el libro de David Grann (Debolsillo). Se trata de una historia biográfica sobre el explorador británico Percy Fawcett, obsesionado por encontrar una ciudad perdida en el Amazonas, siguiendo el rastro de la leyenda de El Dorado y la ciudad de oro. Mientras veía la película no podía dejar de acordarme de un libro bastante parecido, al menos coincidente en los aspectos de la figura del explorador y sus vicisitudes, El capitán Richard F. Burton, de Edward Rice (Siruela).

La principal diferencia entre Fawcett y Burton es que el primero nunca regresó de su última expedición, extraviado junto a su hijo en algún lugar recóndito del Amazonas. No se conoce bien cuál fue la suerte que corrieron padre e hijo. Se barajó la posibilidad de que hubieran muerto a manos de los indígenas, pero también se especuló que Percy Fawcett se quedase, extrañamente, a vivir con los indios al estilo de un Kurtz conradiano. Unos 100 hombres partieron en expediciones de rescate, con el objeto de hallar restos o indicios del explorador: ninguno de ellos regresó de un territorio extraordinariamente hostil y peligroso.

Otra de las diferencias, y muy notable, es que mientras Fawcett limitó sus andanzas al Amazonas, Richard F. Burton llevó sus expediciones mucho más allá. Es en este sentido cuando el libro de Edward Rice adquiere un relieve notable. El retrato que hace de Burton es soberbio, atento al detalle, pero sin desenfocar el verdadero espíritu y personalidad del personaje biografiado: antropólogo, militar, traductor de árabe y lenguas orientales, cartógrafo, poeta, lingüista, botánico, geólogo, traductor de Las Mil y una Noches… y, obviamente, explorador y descubridor.

Burton atesora en su carrera algunos hitos legendarios. Fue uno de los pocos occidentales en entrar en La Meca, con todo el riesgo que aquello entrañaba en el año 1853. A tal efecto, su obsesivo trabajo de estudio sobre las costumbres y comportamientos de los árabes lo llevaron a mimetizarse de tal forma que pudo pasar por uno de ellos —llegó, incluso, a circundarse—. De esta forma, siguió las andanzas del boloñés Ludovico de Varthema que, ya en 1503, lo había conseguido. La editorial Akal publicó en 2010 la primera traducción moderna de la edición latina que Arcangelo Madrigiani llevó a cabo sobre el viaje del explorador italiano en 1511. Después, fue el viajero portugués Pedro da Covilha el siguiente europeo en entrar en la Kaaba.

Aunque también fue el primer europeo que entró en la ciudad prohibida de Harar, en Somalia, realmente, por lo que Burton debería pasar a la posteridad, es por su descubrimiento de las Fuentes del Nilo Blanco y el lago Tanganika, hitos que su compañero, pero también rival John H. Speke, se atribuyó, iniciando una larga y agria polémica. Sospechosamente, el mismo dia de 1864 en el que la Asociación Británica Geográfica de Bath había designado para resolver el conflicto, mediante un careo ente ambos exploradores, Speke falleció en un extraño accidente de caza en Somerset, víctima de un disparo proveniente de su propio rifle.

Volviendo al retrato que de Burton lleva a cabo Edward Rice, cabe destacar que las páginas de su biografía son unas páginas vibrantes y repletas de vida. Contienen momentos memorables, y además sabe alimentar el misterio y el misticismo del explorador.

Burton admiraba al barcelonés Domingo Badía, más conocido como Ali Bey, que en cierto modo es el modelo que el británico imitó. Bey, también militar y experto arabista, viajó por tierras musulmanas a petición de Manuel Godoy, ministro de Carlos IV, compaginando sus dotes de explorador con los de espía al servicio de la corona española. Bey fue el tercer occidental en acceder a La Meca, pero el primero en documentar el lugar con dibujos y planos.

Producto de sus andanzas, aparecieron los libros con sus viajes en 1814. Existe una magnífica edición en tres tomos, editada por Almed en 2012. Alí Bey fue envenenado con una taza de café por los servicios secretos británicos en Damasco, mientras realizaba una misión de espionaje para Francia.
Pero no todo es brillante en la literatura de viajes o de grandes viajeros, y quiero traer aquí un par de esos libros que me han decepcionado profundamente. Se trata de Guia para viajeros inocentes (Ediciones del viento) de Mark Twain, y La vuelta al mundo en 81 días, (Debolsillo) de Manu Leguineche.

En el primero, el norteamericano, por otra parte un excelente narrador, alcanza límites insoportables con unas humoradas que pretenden ser sutiles pinceladas de socarronería, y que terminan por hartar; mientras, en el segundo, el reportero español anda más atento a erigir un monumento a su ego descomunal, relatándonos las personas importantes que conoce y lo importante que es él mismo, que a lo interesante del viaje. Al final, es el mismo defecto el que frustra ambos libros: un ego descontrolado que antepone a los autores por encima de los viajes.

Si os interesa un análisis más en profundidad del libro de Mark Twain, podéis encontrarlo en este enlace; se trata de un estudio que realicé hace tiempo:


Y para el libro de Manu Leguineche, igual:



No quiero terminar sin volver al motor que ha movido esta columna, el excepcional relato biográfico del capitán Burton que lleva a cabo Edward Rice. Un libro monumental que asegura fascinación desde el principio hasta el final, y que viene a recordarnos que la biografía es un género que permite trabajos realmente emocionantes para los lectores. Y además, fue una de las obras favoritas de mi hermano, y para mí, con eso, ya está todo dicho.