Julián del Casal, dicen que de risa...
Silva, de un disparo en la diana pintada de su corazón. Sexton bebió
el tubo de escape de su automóvil, junto a unos cuantos Daiquiris.
Plath, con el gas de la cocina y la cabeza dentro del horno... Quiroga
brindó con cianuro. Pavese ingirió tranquilizantes: y una bolsa de
plástico en la cabeza. Hemingway y su escopeta... Ganivet y su empeño
por las aguas heladas del Duina... Potocki: horas en moldear y pulir su
balita de plata...
Larra y el pistoletazo en la sien. Lugones brindó por Quiroga y
brindó con cianuro. Storni se metió en el mar y Woolf lo hizo en el río
Ouse, con los bolsillos repletos: de piedras, para no flotar.
Kafka, Franz: hemoptisis. Y Gutiérrez Nájera, hemofílico. Heine:
esclerotizado. Y Cela rabioso y Delibes aburrido, derrotado tras una
vida de escritor.
Chatterton sinónimo de arsénico y Sá-Carneiro de la estricnina y Trakl de la cocaína y Nerval colgado de una farola de París.
El disparo de Maiakovski, el veronal de Sucre, los barbitúricos de Pizarnik...
Y yo: que lo haré por ti y de ti: será, será, será: siempre: seguro: será por ti.
Tú: cuando la muerte sea inminente y grite: ¡Chatterton, Chatterton,
Chatterton!, entonces, debes meter mis novelas junto a mí en el ataúd:
será la única forma de que se me devuelva todo lo que es mío y lo único
que de verdad fue mío. Y abandonaras por un instante la vista fija en el
Ipod y te darás cuenta de que no incineran a un poeta: se incinera a un
desgraciado.
Tú: mi disparo pintado en sangre, mi veronal y mis barbitúricos, las piedras en mis bolsillos.
Y mi primera y final hemoptisis.
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