-Dígame… -lo apuntó con su cuestión y también con una de las patillas de sus gafas de pasta que sostenía en la mano en ademán inquisitorial e insolente-: ¿No teme que sus lectores no comprendan su libro?
Ya estaba: acababa de lanzarlo, no podía creerlo, era un tipo osado y estupendo, le dio la sensación de que el café en donde se entrevistaban se detuviera en el tiempo, las figuras petrificadas antes la magnitud del planteamiento de lo cuestionado, un camarero que volcaba una bandeja y el café con leche en cascada o chorretón marrón detenido en el aire, las señoronas del fondo congeladas en ridículo amaneramiento al sorber sus tacitas de poleo menta… todos a la espera de la respuesta.
-Pues mire… -El Fracasado apuró su vasito de vinagre y remató su respuesta mientras, mecánicamente, introducía una nota de rechazo editorial en su lugar alfabético correspondiente, casi al fondo de uno de los montones que se apilaba en la mesita-: No me preocupa en absoluto que mis lectores no entiendan…
El periodista, angustiado ante el fracaso de su perforación interrogativa, que no sacaba sangre del interpelado, se apresuró, con la boca muy abierta, a formular alguna impertinencia hiriente, pero El Fracasado se anticipó, cerrando la entrevista:
-Exactamente, tengo tres lectores: yo mismo iré a sus casas, dedicaré una tarde a cada uno, y les explicaré mi novela mientras hacen calceta, escuchan la radio o abren una lata de sardinas.
Y satisfecho, El Fracasado se sacudió al gaznate un nuevo vasito de vinagre.
¿!tres lectores?! esto para mí no es un Fracasado! y mucho menos si les dedica un tiempo para explicar su propio libro.
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