viernes, 11 de noviembre de 2011

Las efervescentes aventuras de Franz y Joseph : un retablo centroeuropeo (2)



En el café de Praga, Franz y Joseph sentados cara a cara, uno deglutiendo un bocadillo y el otro dando cuenta de una botella de licor.
Franz tenía una manía: la fletcherización. Es decir: según un tal Fletcher, masticar insoportablemente los alimentos hasta reducirlos a pulpa.
Joseph tenía una manía: beber, al menos, una botella de coñac, o de ginebra, o de lo que fuera, al día; pero nunca empezaba a beber antes de la media mañana.
Así que allí estaba sentados, uno miraba al otro, poniéndose cada vez más nerviosos e irritados. Franz, masca que masca, hundido en su delgadez, con esa cara como de mochuelo asustado y sus grandes ojeras. Joseph, con los temblores de sus regordetas manos alcoholizadas, aguardando a que fueran las doce, embutido en su traje raído que se le había quedado pequeño, con su vientre hidropésico que le había reventado un botón de la camisa, los tobillos hinchados, el rostro colorado y sudoroso con esos dos ojillos negros y hundidos.
Munch munch, munch, masticaba Franz.
-Por el amor de Dios… -musitó Joseph, que no podía soportarlo más-. ¡Como siga usted así se le va a desencajar la mandíbula!
Franz se limitó a lanzarle una mirada de indiferencia, pero Joseph volvió a la carga:
-Ahora entiendo por qué usted apenas escribe, por qué tarda tanto en dar a imprenta una obra suya: ¡mastica su escritura como la comida! ¡Hasta reducirla a escombros!
A Franz no le hizo nada de gracia esa afirmación. La literatura lo acomplejaba. Era sufrimiento, y no toleraba que Joseph se burlase:
-Es mejor su caso… -observó tras tragar, al fin, un bocado-: toneladas y toneladas de páginas alumbradas al calor de la borrachera…
Joseph se indignó, tanto que estaba a punto de levantarse y abandonar a su amigo ante tamaño insulto, que se jorobase allí sólo, rumiando su estúpida comida. Pero, en ese instante, en ese mismo instante, el reloj de la Plaza dio las doce campanadas.
-¡Es mediodía! –exclamo Joseph alborozado, que volvió a acomodarse en su taburete, se pasó la lengua por los carnosos labios y con cuidado de no derramar una gota por los temblores, se acercó la copa a los labios. Bebió con avidez, exhaló un suspiro placentero y, entonces, difuminada por la lluvia que caía tras la cristalera, toda Praga le resultó mucho más agradable, e incluso, el memo aquel, entregado a su tritura-tritura, se le hizo hasta soportable.
(Ilustración: pintura de Ernest Descals).

3 comentarios:

  1. Hola, si es posible, te agradeceria mucho pudieras poner en las dos entradas el nombre del autor de las pinturas sobre las cafeterias de Praga, ERNEST DESCALS-PINTOR, muchas gracias.

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  2. Pues me acabo de enterar de este comentario y del nombre del pintor, que pasó añadir gustosamente.

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  3. Espero haber arreglado el entuerto.
    Saludos y gracias por el aviso.

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