jueves, 1 de septiembre de 2011

Sol Negro


En Praga, junio 1914.

Kafka regresaba de su agradable paseo y se encaminó a casa con la mente puesta en la sesión de trabajo nocturno: escritura que esperaba fértil y que le aguardaba tras la cena familiar.

La agonía de la tarde se reencarnaba en las primeras luces nocturnas de la ciudad. Desde la embocadura de la Plaza del Ayuntamiento atisbó sorprendido unos extraños crespones negros. Los llorones claveteados en las banderolas que pendían a media asta en las balconadas de los edificios oficiales parecían unos repelentes murciélagos que moraban en las enseñas.

¿Qué personaje tan importante acababa de fallecer? ¿Un venerable Chambelán de Palacio? ¿El Consejero Áulico? ¿Un ilustre miembro del Consistorio? ¿Tal vez el propio Alcalde de Praga? Un ambiente extraño se respiraba en las vaharadas de la ciudad; era escasa la gente que deambulaba por las calles y los pocos con quien acertaba a cruzarse aceleraban el paso, arrojaban un semblante temeroso, preocupado, y sujetaban bajo el brazo un ejemplar de última hora del Praguer Tagblatt. Sin duda, fuera lo que fuera, se trataba de una enorme desgracia.

Al doblar una esquina se tropezó con un apresurado viandante y el periódico cayó al suelo. Contempló a Kafka con ojos de pavor y, sin disculparse por el encontronazo, se agachó para recoger su ejemplar.

-¿Sería tan amable, caballero, de decirme lo que ocurre?

El hombre sujetó con fuerza el periódico, lo desplegó y le recriminó un: ¿pero hombre de Dios, no se ha enterado todavía?, ¿en qué mundo vive usted? Le enseñó el titular impreso en gran tipografía. A Kafka le dio la sensación de que esa tinta tan negra, de tan mala calidad, tan oscura como el brillo de un Sol Negro, era la sangre que sudaba el periódico:

El heredero al trono y su esposa, embarazada, asesinados en Sarajevo.

“En efecto”, se dijo, “he acertado”.

Esas letras, el titular: escritos con sangre.

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