jueves, 5 de mayo de 2011

En el día de (mi) derrota


¿Qué hace un escritor en el día oficial del declive? Pues se acerca a una librería. En el día oficial de la derrota uno se llega a mirar libros por el mero placer de que la vista resbale por las portadas, por el encuerado de tanto dolor, por las patitas de las letras impresas, por los títulos tan dañinos como un matarratas para él. En el día oficial de mi fracaso me atreveré a pisar una librería. Es un día tan malo como otro cualquiera, me diré, pero me engañaré de nuevo. Me engañaré como cuando descolgaba el teléfono y no escuchaba a nadie diciéndome que tenía mucho amor para mí. Me engañaré como cuando creí que publicando novelas sería escritor. Me engañaré como cuando viajaba y miraba a un lado y nunca estaba ella y quería creerme que estaba ella y le hablaba a ella y me contestaba por ella. Me engañaré como cuando creí que con la segunda novela ahogaría la maldición de la Literatura clavada en el corazón, esa que a punto estuvo de matarme con la primera publicación. Me engañaré como cuando le daba las buenas noches y ella no estaba allí para responder y respondía yo en su lugar. Me engañaré como cuando con la tercera novela creí renacer y tan sólo encontré una muerte literaria lenta e ignorada. Me engañaré como cuando escribía y la sentía mirando por encima de mis hombros, con la vista clavada en el ordenador, y me volvía y no había nadie y reunía ánimos para lanzar una pregunta a la pared con un ¿te gusta lo que he escrito? Pero pobre idiota... nadie me responderá jamás, en el día de la derrota.
Me engañaré como cuando creía que por tener mis novelas tenía algo, y sólo tenía en el corazón una gran pena y en el alma un agujero de gran calibre, a la espalda la carga de esos libros con todos sus personajes y el odio a un puñado de lecturas, y a las editoriales, y a las librerías en donde nada más entrar me pongo enfermo.
Me engañaré como cuando fingía que todo iba bien con un Orfidal y un whisky antes de dormir, única forma de no naufragar en el insomnio que lleva a una vuelta a empezar con una declaración de hoy no es un mal día, que yo mismo me respondo (¿quién podría responderme?) con un claro, cariño, hoy será un día más de tu derrota, sólo eso.
Y sólo eso había sido, pobre imbécil: el día de mi derrota, el día en que Casillero del diablo no estaba por ningún sitio a la venta. El día del libro. Pero jamás el día de mi libro.

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