jueves, 19 de mayo de 2011

Bin Laden


Tus sollozos, al pie de la cama, me despertaron aturdido. Han matado a Bin Laden, me dijiste. Al escuchar ese nombre, ¡zas!, de golpe, la imagen del segundo avión. ¿Y lloras por que han matado a ese hijoputa?, estuve tentado de responderte. Pero me callé: me callé porque entendía: no llorabas por el tipo aquel, abatido como un conejo en algún cubículo donde, en palabras de Houellebecq, "se rehogaba en su propia mierda". Llorabas por otra causa: tus lágrimas se iluminaban del azul eléctrico que penetraba por la puerta del dormitorio, entreabierta. Eran las cinco y media de la madrugada y tú llorabas, llorabas porque aquella noche (después de muchas noches de insomnio y llantos, rumiando el cómo), habías decidido terminar con lo nuestro.
Lo nuestro: después me dirías que no existía eso que yo denominaba "lo nuestro". Qué era eso de "lo nuestro". Nunca había existido. De qué estaba hablando. Pero lo cierto era que aquello (llámalo "lo nuestro" o llámalo fracaso) empezó tan sólo unos días después de que se hundieran las Torres, como si nuestro amor se pudiera injertar en los escombros, abonados con restos humanos, y pudiera germinar ante la devastación de Occidente.
Y, claro, no se podía injertar. Mucho menos, germinar.
Una vez lo hice en el mar -me confesaste-. Yo, perdí la virginidad con una turista, un verano en la playa -te contestaba, pero no era verdad, que va, toda mi relación contigo, toda mi vida asentada en la mentira. La verdadera historia era una prostituta de un motel de la carretera camino de Valencia, con un rótulo de latón de Estrella de Levante y, aún así, ni siquiera toda esa historia era cierta.
Te levantaste y saliste en dirección al saloncito de la televisión, a irradiarte con sus rayos azules. Entonces, lo supe: era como Bin Laden. Y me parapetaba en aquella habitación a la espera de que tus comandos entraran y yo, como una gallina asustada, fuera abatido en mi refugio de cobardía y me quedara sin corazón.
Entonces, cuando giraste el pomo de la puerta, dispuesta a entrar de nuevo y liquidarme, un verso me vino a la memoria:
Te mostraré el miedo en un puñado de polvo.
Y fui: hierros que revientan, ventanas que se desgajan, vidrios que se rompen, ladrillos y cemento que se colapsan: un barbudo temeroso y una llamarada de fuego.
Sin posibilidad de resurrección:
Una bocanada de mierda.

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