martes, 24 de mayo de 2011

Herida


Siempre pensé que te encontraría en las colas de los cines. Todos estos años -más de veinte- estirando el cuello y fijándome con esperanza y el corazón alborotado cada vez que pasaba por delante de un cine.
Todos estos años.
Siempre pensé que te encontraría en las colas de los cines, pero te encontré en la mesa de un restaurante. Yo, comía sólo y apartado en una esquina, cuando entraste tú, rodeada de tus cinco hijos: Goebbels te habría condecorado.
Te habría condecorado.
Siempre pensé que te encontraría en las colas de los cines, pero apareciste entre la sopa de cebolla y el tártar de salmón. Rodeada de hijos: recia y contundente matrona paleolítica.
Paleolítica.
Después de la charla de aquella sobremesa llegué a una conclusión: tras todos estos años con tu recuerdo prendido de mis solapas, justo al lado del corazón, tú te habías dedicado, afanosamente, amorosamente, a construir.
Yo: me había consagrado a destruir.
Esa era la inmensa magnitud de la herida.

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