lunes, 10 de mayo de 2010

Alguien lloró por mi sangre derramada


Yo, que tantas veces he sido salvado por la literatura, al final he sido condenado por ella. Una vez me rescató de abismos de tejados y azoteas, otra de cuchillos y cortes... incluso me protegió de alguien que lloró por mi sangre derramada. Pero, de repente, esos cuchillos anidan ahora en mí, esos abismos enladrillados se perpetúan en mi cabeza y en mi ánimo, y la sangre derramada... la sangre derramada.
Yo, que fui salvado, lo admito, por lo mucho que tenía por escribir, ahora estoy condenado por lo mucho que tengo por escribir. Y sencillamente, no puedo. Ni quiero.
Guardaré un tintero con la sangre derramada para que alguien escriba, algún día, las más bellas palabras, esas que pudieron salvarme y no lo hicieron, las que pudieron redimirme y no quisieron. Palabras, palabras, palabras... palabras y frases estériles como losas de mármol de cementerios, sentencias inacabadas, sentencias de muerte.
Una vida en blanco y negro enrojecida por la sangre derramada. La condena está en la literatura, esa que en otra ocasión me salvó.
Ahora no podrá ser ya.

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