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sábado, 28 de octubre de 2017

De Guinea al Magreb, pasando por Costa Rica



*Esta reseña apareció en el sitio Mi Nueva Edad:

https://www.minuevaedad.com/actualidad/2017/10/18/el-disco-del-mes-bo-djubi-songh-de-candelaria/


Interprete: Candelaria
            Título: Bo djubi songh
            Discográfica: Whatabout Music
            Género: Jazz Fusion/World Music
            Duración: 43m; 50s.
            Número canciones: 6
            Fecha de publicación: 7 de febrero, 2012

De Guinea al Magreb, pasando por Costa Rica
           
La industria musical es cruel y, generalmente, desagradecida. Por ese motivo, acostumbra a sepultar intérpretes y grupos de sobrado talento bajo toneladas de mediocridad y música para radio-fórmulas. Solo así se puede explicar, en un negocio cuya ceguera solo es comparable a lo inmenso de su insensibilidad, que discos como el que hoy recomendamos en Mi Nueva Edad hayan pasado de largo.
            Bo djubi songh, al parecer el nombre de una danza de Guinea-Bissau en idioma Kiriol, es el luminoso y optimista segundo disco de la banda Candelaria. Lo luminoso, y lo optimista, en este trabajo, vienen de la mano del free-jazz fusionado con ritmos africanos. En efecto, aquí hay mucho de los míticos Weather Report, del propio Joe Zawinul, pero los sonidos de África recuerdan, también, al disco Tchokola del violinista Jean-Luc Ponty e, incluso, las guitarras se aproximan a Pat Metheny.
            Con todas estas influencias, o con el rastro que podemos encontrar de estos músicos en el disco, parece difícil creer que semejante obra no haya tenido la repercusión merecida. Pero, lamentablemente, ha sido así.
            El disco arranca con una invitación para ser escuchado de la mano del saxofón de Fran Mangas al inicio de Tegucigalpa, primera canción de este manifiesto musical del buen gusto. Inmediatamente después, llega una de las canciones estrella, Caldera Power. La guitarra de Israel Sandoval y las percusiones de Jesus Mañeru se acoplan para levantar una pieza de un ritmo vertiginoso.
            En Corsica, el espíritu de Weather Report que inspira todo el disco se hace patente, de la mano de las flautas de Juan Carlos Aracil que traen ecos de Tim Weisberg, el flautista norteamericano de jazz fusión. Y después, cuando ya estamos completamente rendidos a Candelaria, brota el gran tema de este Bo djubi songh: Pura Vida. Una experiencia vital en Costa Rica inspiró esta canción de casi 14 minutos. La forma en la que se desencadena la batería al principio, arropada por el bajo, inmediatamente puede recordarnos a una composición de la banda de jazz de Phill Collins, los míticos Brand X; sin embargo, en un giro sorprendente, la pieza se llena de sonidos con regusto al Magreb, compaginados y alternados con toques jazzísticos de muchos quilates y acostados sobre un efervescente teclado manejado por Mario Díaz.
            Una ambiental, atmosférica y relajante Humo, con un reposado saxofón, nos conduce por esta carretera musical hasta su última entrega, la canción que da título al disco, ejercicio vocal y de percusión africana como epílogo a un trabajo en donde han aparecido corrientes, tendencias e influencias de los mejores intérpretes de jazz del mundo. Y no sólo eso, porque el espíritu funk de Earth, Wind & Fire asoma su cabeza por el fondo.
Un trayecto que abarca desde Guinea hasta el Magreb, pasando por Costa Rica, lo que consigue, curiosamente, que el disco muestre una sólida y monumental personalidad propia; una presencia apabullante de lo que pueden alcanzar un grupo de excelentes músicos cuyo objetivo es la delicadeza y la inspiración en cada una de sus composiciones.
            Y, dado el maltrato de la industria, es casi imposible comprar el disco, pero se puede escuchar, y merece mucho la pena, en el siguiente enlace de Spotify:
https://open.spotify.com/artist/7ks3PBmgylaxcrmfbefGsi
Os invito a todos a oírlo, como una forma de hacerle justicia a este disco y a estos músicos.
  


martes, 18 de julio de 2017

Ronald Campos: Poeta de certezas y claridades


*Mantuve esta entrevista con el poeta Ronald Campos para el blog de pensamiento poético Verde Luna:

https://verdeluna2012.wordpress.com/2017/07/14/respuestas-de-la-tierra-en-los-albores-del-estio/


Ronald Campos nació en San José de Costa Rica, en 1984. Profesor de Lengua y Literatura en la Universidad, su obra publicada ya puede considerarse extensa y clave dentro del panorama poético de su país, con proyección en Hispanoamérica. Ha publicado los siguientes poemarios: Deshabitado augurio (2004), Hormigas en el pecho (2007), Navaja de luciérnagas (2010), Varonaria (2012), Mendigo entre la tarde (2013), La invicta soledad (2014) Quince claridades para mi padre (2015) y el poemario que ha propiciado esta entrevista, Respuestas de la tierra (2016).



1-En primer lugar, ¿qué significa la poesía para ti? ¿Por qué esa necesidad de poetizar la realidad?
La poesía no es una cuestión de palabras, decía Aleixandre. Hablar de poesía es tan inefable como lo que la misma poesía persigue. Acaso puedo decir que sea un centro, hacia donde el poeta se dirige a sí mismo y al poema y al lector, y un vehículo, laborado y creador, por medio del cual se llega a un ámbito cotidiano, es decir, fenomenológico y trascendente, profano y sagrado, real e irreal. De ahí que la necesidad de poetizar responda a concretar ese ámbito de manera que sea percibido e intuido por aquellos tres que, contingente y casualmente, se (con)funden en el siempre instante cuántico en que solo dicho ámbito tiene lugar.

2-¿Es el poeta un niño que juega con la realidad o un adulto que se refugia en el juego poético para defenderse de las ofensas de la vida?
Es un adolescente. El poeta está a medias entre el niño, al que regresa intuitiva y lúdicamente porque aprendió estas aptitudes de él, y el adulto, al que escucha y obedece a fin de tenderle trampas al lenguaje y al poder. Es un adolescente que está descubriendo constantemente su voz e identidades, a caballo entre lo que reconoce y acepta, y lo que le dicen debe ser. En medio de este estado, de esta tensión, el poeta, consciente de su capacidad contemplativa, intuitiva, de ensoñación poética e imaginación simbólica, explora la realidad acaso para refugiarse, acaso para renombrarla y, así, recrearla como la vive o no.

3-¿Qué significa para ti Castilla y lo castellano como objeto poético?
Castilla es parte de mi niño. Cuando comencé a escribir a los 17 años, visité la biblioteca de mi colegio y, al azar, llegué hasta dos poemarios que estaban yuxtapuestos: Cantos de vida y esperanza y Campos de Castilla. Los dos se convirtieron en centros y vehículos. Y, claramente, el segundo de ellos aportó un plano, un espacio que yo imaginaba como de libertad y, a la vez, de empoderamiento, de realización imaginaria y, por tanto, plena, en ese momento tenso que todo adolescente, y más uno gay, padece al (des)oír las voces de lo que debe ser y la que está buscando ser, decir. Castilla en mi adolescencia fue uno de mis primeros ámbitos cotidianos. Lo castellano, recientemente descubierto por mí en su materialidad física y simbólica, me ha revelado la heterogeneidad cultural que soy, y somos, a ambos lados del Atlántico, en tanto sujetos hispánicos. Porque lo castellano es, como parte de lo hispánico, también una voz de voces donde se escuchan cuánticamente lo indoamericano, lo hispano-cristiano, lo hispano-judío, lo hispano-musulmán y muchos más ecos.

4-En tu poemario Respuestas de la tierra vemos como sería Castilla mirada con ojos tropicales, pero ¿y Costa Rica, el trópico, visto con ojos castellanos? ¿Cómo sería?
El ámbito verde. Lo verde que a Castilla le falta y que, por ello, asombra, escapa de sus posibilidades, conduce a la ensoñación. Lo verde que, como todo lo americano y nuestra historia, a través de la poesía es manantío expresivo, caudal, potencia, montaña, centro de reunión que, aunque no lo reconozcan ni acepten quizás algunos ojos castellanos, es igualmente una voz de voces de lo hispánico. Costa Rica, en las fantasías actuales, es un paraíso, es “pura vida” y, tal vez, hasta un poco Keylor Navas; sin embargo, mi país, con su literatura y cultura, es un ámbito que invito, no solo a los castellanos sino también a todos los españoles, a descubrir, ya que podría sorprenderlos, a pesar de ser un territorio pequeño o inclusive incierto, pues muchos no saben ni donde se ubica.

5-En España, la mitad de los españoles ha escrito un libro, y la otra mitad lo está escribiendo… En Costa Rica… ¿la mitad son poetas y la otra mitad quieren serlo? Me ha parecido percibir un cierto cansancio poético allí, y una intención de revitalizar la narrativa… ¿es así? Entonces, ¿hacia dónde se dirige la poesía actual?
La narrativa, tanto en Costa Rica como España y en otras latitudes, goza de salud. Pero la poesía anda eufórica, enérgicamente desatada. En cada esquina se encuentra uno un poeta y así variedad de voces, ecos, cuchicheos, susurros, silencios. Como en todos lados, y esto es parte de la literatura en general, existen quienes desean monopolizar e institucionalizar lo que es la poesía; sin embargo, y para bien, se da la heteroglosia, aunque por esta misma razón existan poesías que gritan, poesías que cantan, poesías que repiten y, por suerte, poesías que, vinculadas a lo primordial y creador, balbucean. Hace un tiempo dejé de interesarme en hacia dónde se dirige la poesía; me interesa ver cómo conviven sus distintas manifestaciones, aunque dicha convivencia a veces lo lleve a uno a querer balbucear en solitario.


6-Háblanos un poco de tus maestros en poesía, de tus lecturas favoritas, de aquellos que más te hayan influido en la poesía y, por extensión, en la literatura. ¿Qué has encontrado en ellos?
Al inicio cité a Aleixandre. De él, sus formas, imágenes y ese ámbito cósmico donde los seres irreales —¡y qué más irreal que un sujeto homosexual pues está relegado a la irrealidad (la inexistencia e irrealización) dentro del ámbito real: el orden (hetero)patriarcal— combaten lo que deberían ser, sus enajenaciones culturales y se representan, son, viven, aman como cuerpos liberados con nuevos campos de percepción y afectividad de forma abierta y en conexión con la naturaleza, con la necesidad primigenia de pertenecer a los ciclos. Luego mencioné a Darío y Machado. De ellos, la heterogeneidad y la creación de los espacios poéticos adonde ir y llevar al poema y al lector. He estado (re)descubriendo últimamente a mis otros maestros y maestras del 27, así como a poetas hispanomusulmanes, hispanojudíos, indoamericanos y más contemporáneos, españoles y latinoamericanos, como Claudio Rodríguez, Lezama Lima, Esthela Calderón, entre otros. Sin embargo, el poeta que más ha influido en mí como persona, poeta y académico ha sido Laureano Albán. De él aprendí no solo técnicas, estrategias textuales, sino también a autodescubrir mi propia voz y perspectiva con respecto a lo que deseo y creo como poesía. Laureano ha sido mi maestro, mi amigo y le debo mucho. He dedicado tiempo y esfuerzo a estudiar y dar a conocer su amplísima y valiosa producción, la cual es sin duda cima, tanto como las de Darío o Neruda, de la poesía hispánica.

7-¿Qué opinas cuando te dicen o escuchas comentar que eres el próximo Laureano Albán? ¿Cuándo dicen que has heredado su poesía, su conciencia poética, o que serás un prolongador de su escuela lírica…?
Es un halago, pero no una verdad. Laureano Albán y yo hemos compartido durante mucho tiempo y hasta hoy sigo aprendiendo de él y, como dije, me enseñó lo principal: a descubrir mi propia voz. Coincidimos en la perspectiva trascendentalista, pero cada uno tiene su propia huella para devolver en forma de cantos los rastros del misterio. Nunca me he propuesto ser el próximo Laureano Albán. He leído y escuchado decir que yo soy el “Laureanito rosa”; lo de “rosa” por mi esfuerzo de enunciar y visibilizar lo homoerótico a través de mi palabra. Dentro del piropo, les agradezco porque reconocen también que mi obra estaría en un nivel y visión de mundo de alta calidad estética hacia la cual, con aciertos o no, he tratado de dirigirme, eso sí, conscientemente desde el inicio de mi carrera literaria. Por otra parte, Laureano Albán no tiene escuela. Él no enseña un método de escritura. Él ha llevado a que muchos encontremos nuestra propia voz. Esto lo saben mis compañeros del Círculo de Poetas Costarricenses y el Grupo Trascendentalista de Aranjuez. Más allá de nosotros, algunos le reconocen y agradecen tal enseñanza. Otros la niegan y aborrecen. O malentendieron o no pudieron entenderla, por cuestiones de ego o conveniencias editoriales y amiguismos. Cada quien sabrá, pero repito: Laureano Albán no tiene escuela: tiene magisterio, como demiurgo que es, y no ha hecho más que compartir sus aprendizajes, inquietudes, dudas y verdades a través de su poesía, ensayos, sobremesas, talleres, recitales, confesiones. Si seré prolongador de este acervo de conocimientos, no lo sé, pero me gustaría rescatarlo y darlo a conocer.

8-Si la poesía es un arma cargada de futuro… ¿qué es la narrativa? ¿Una bomba atómica? O una pérdida de tiempo…
Complicado nos lo pone Gabriel Celaya con esta metáfora. Yo no restringiría a la poesía la tarea o pretensión de soñar y crear ese futuro, esa utopía donde todos podamos convivir en la heterogeneidad que somos. La poesía hace lo que puede, como también la novela, y aun el ensayo, el teatro, el cuento y otros. Ningún texto literario puede entenderse como pérdida de tiempo; cada uno logra o intenta, a su manera, ser “arma cargada de futuro”; cada uno estalla, nunca destructiva, sino constructivamente en sus cómplices que lo reciben.

9-La poesía, un poema, el trabajarlo… ¿es más una cuestión de desperdicio de papel o de inspiración?
El papel aguanta lo que le escriban. Y así hay publicaciones. Son parte de la diversidad. Trato de leer lo que se publica, comprender esta vastedad, pero también selecciono según múltiples criterio. El principal de estos es el trabajo con la metáfora, el trabajo con aquello no que hace a la poesía poesía, porque ella no es ni tiene una esencia, pero por lo menos aquello que intenta volverla ese centro, ese vehículo otro y que por medio de un trabajo lingüístico, intuitivo, simbólico e ideológico lo cautiva a uno mismo y al lector, y nos hace pensar que tal poema es un ámbito de profundidad y mostración inasequible por otro procedimiento. Por tanto, creo que un poema debe trabajarse, no es el resultado de un proceso de inspiración, del impulso que todos tenemos, pues el impulso creador poético está en el lenguaje y es el más democrático de todos, decía Borges, en algún momento todos hemos dicho al menos una metáfora o escrito un poema; pero a la vez, decía él, el poema es aristocrático, pues pocos lo conciben y logran como concreción artesanal que implica meditación, trabajo y dedicación. A ello mismo se refería el propio García Lorca con su diferencia entre poesía y poema. Ahora, que los poetas actuales consideren que sus textos son un desperdicio de papel, me parece que, si fueran conscientes de ello, evitarían tal despilfarro, ya que los árboles nos son mucho más necesarios y urgentes hoy.

10-Despídete con un pensamiento poético.
El poeta es aquel quien mueve, desde la marginalidad, su palabra, para volverla eterna. Esta ha sido mi frase desde hace algún tiempo; por eso, y en honor de esta perseverancia y dedicación, me gustaría compartir, más que un pensamiento poético, un poema, adelanto de una próxima depravación de la luz:


HABITAR EL MILAGRO

“Mi religión es la religión del amor,
dondequiera que se vuelvan sus cabalgaduras”

Ibn ‘Arabi (1165-1240)

No nos importa si
nuestro amor no es legal.
Tú y yo somos hombres-mujeres,
mujeres-hombres
y juntos otra cosa.
Nuestra sombra andrógina, ¡ya ves!, es un desastre.
Y ellos no pueden verlo, no por ciegos, sino
porque no es de estas sillas
y es de estas sillas.

Nuestra habitación, Franklin,
no temas, no es un encierro.
No es que triunfaran
insultos o amenazas.
Es que desde adentro le hacemos
el amor al bullicio,
depravados de luz,
voranescos de asombros,
con todo un antemar en el oído,
para escuchar lo blanco
distinto en las gaviotas,
para que tiemble
lo eterno
como solo Dios puede en sus espejos.

Desde adentro le hacemos
el amor a la injuria, Franklin.
Con tu cabello perdiéndose donde
ambinacen mis piernas,
¡adelantándose entre la niebla nuestras manos
juntas!
   Una
Descubriendo que el mundo
también había nacido en ella, pues
siempre           siempre
el verdadero espacio
nace del corazón

vertical de la luz.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

regalo (post número mil)

os hice
un montón
de regalos
como estigmas

¿pero qué tengo
yo
que adorne
las espinas?

tuviste la cruz de
budapest
y las boinas de
berlín
en mi blitzkrieg
derrotada

a mi me sangra
el hilillo de tu recuerdo
con el cd de style council
cuando el extraño
contraataque
de añoranza en
parís

a ti
te regalé
mis novelas de hambre
un disco de
satie para las tormentas
otro de
izzy para los días de sol
que pasabas en el parque
montando en bicicleta
sin mí
y unos pendientes de
costa rica
con delfines de plata
que ojalá se ahoguen
o sean devorados
o apaleados
en mares de sangre

yo
de ti
no tengo nada
nada             nada             nada

collares y aros
anillos de todos mis viajes
cuando marcho en busca de la realidad
que se oculta detrás de las
borracheras
de las copas que bebemos
juntos
en las noches de
semáforos y taxis

yo sólo guardo
una foto
tuya
atronadora en sus alaridos
desde el fondo del
cajón

y tú
que también tienes mis novelas
famélicas
y te entregué mi vida
sin que lo supieras
te la dejé entre las manos
como en un nido
de letras y poemas
fumigado con
insecticida

no me dejaste
nada             nada             nada

y también
que me regalaste
una botella
naufragando en ese mar
de miniaturas
para intentar anestesiar
la enorme decepción

en todos los
regalos
os he entregado
mi vida desgastada y roma
mi vida sin esperanzas
mi vida

un trozo envuelto
en celofanes y lacitos
que fue al contenedor
de reciclaje
mientras entornabais
los párpados
no sin algún que otro
gemido

ahora os ofrendo
desde mis manos
llagadas
este post
de mierda
en este blog
de mierda

mi post
de mierda
número
mil
para añadir
una cifra más
que acompañe
los días que llevo sin verte
los insultos que pronunciaste
o los meses que hace
que no me llamas
ni me hablas

mi estúpido
e indefenso post
número mil
es mi jodido regalo
de vida
porque este
blog
además
un estupendo entretenimiento
con el que evitar suicidarme
todavía

todavía


sábado, 24 de marzo de 2012

Gótico Tropical

La conocí por la noche, en una discoteca de San José, sí, en Costa Rica. Tal vez el sitio fuera algo siniestro, incluso con ciertos tintes diabólicos o retorcidos, pero creo que, ni aún así, logro emplear las palabras acertadas para definirlo. ¿Barroco?, ¿gótico? ¿Cómo lo calificaría? Ahora ya no tengo dudas, lo califico como un lugar Gótico Tropical, eso es. Es el termino más acertado. Sí, seguro, Gótico Tropical y, además, se trataba de un lugar impregnado de satanismo. Así que puedo decir, y sin ánimo de equivocación, que la conocí en un lugar satánico. Aunque la catadura del antro, recuerdo que se llamaba Mar de Chira, no fue óbice para que mi amor germinase con rapidez. Bien pronto, mis escrúpulos abandonaron los miedos y gracias al caleidoscopio del amor la zahúrda plutoniana se metamorfoseó en un sitio maravilloso. Los cielos y el Paraíso se me ofrecían juntos cada vez que la veía por allí. Todo a mi alrededor, mi propia realidad, experimentaba una mutación astral, cósmica, provocada por su presencia. La quería, eso podía decirlo con la cabeza muy alta. Estaba loco por ella: hechizado, atontado, ahogado en su mentirosa realidad.

El fuego de la pasión me recorría el cuerpo en todas las direcciones, con chisporroteos eléctricos. La amaba, sí, la amaba. Durante un sinfín de noches la contemplé en silencio. Con sus negros cabellos desparramados en sicalíptico torrente de opacos sueños. Con los oscuros iris de sus ojos repletos de provocación. Siempre bebía lo mismo, la cálida absenta verde. Cuanto más rato permanecía el licor en contacto con los hielos, más verde se tornaba. Absenta verde... festival de colores y tonos apresados entre sus blancas manos de novia muerta, manos de estatua de blanca novia con ajuar de marfil. Contemplaba, arrebolado, el fúlgido color del vaso. Admiraba sus evoluciones con el corazón encogido, con el deseo de convertirme en uno de aquellos cubitos que sus labios rozaban, sutiles, a cada pequeño sorbo. Cubitos de hielo verdoso de mi pasión. Su lengua hendía el líquido, su saliva resbalaba dejando una finísima marca por el borde del vaso y tendía un invisible y efímero hilillo de baba hasta la boca: hilo verdoso de mi pasión.

El verde era entonces mi color preferido, mi color de la suerte. El verde significaba todo lo que un color puede significar. Todo... hasta la vida y la misma muerte. El hielo cada vez más verde. Hielo verdoso de mi pasión. ¿Existía un motivo para no estar absolutamente hipotecado por aquellos labios demudados que besaban con delicia y cariño la verde absenta? No, seguro que no… pero el motivo, existía, y yo, desafortunadamente, jamás me percaté a tiempo para salvar mi alma. Así de idiotizado me encontraba. Aunque el peligro reventara en mis oídos y ella me atrapara en la red, en la telaraña de verde hilo de absenta, en la trampa entretejida con el hilo verdoso de mi pasión.

Un día me habló: otro día bailamos: pronto: de la discoteca satánica, nos desplazamos a otros lugares que ella conocía bien: del centro de San José a postmodernos extrarradios, a un extraño barrio Gótico Tropical que yo jamás había imaginado: catedrales, pináculos, gárgolas recortadas frente a los palmerales, vidrieras, entre vaharadas de calor y lluvias torrenciales: esa catedral puntiaguda, naufragada en la bruma americana. Extraños ambientes de luces blancas, las humaredas generadas por máquinas de oxígeno líquido, de brillos morados, aderezados con los destellos de un neón rojo, decorados psicodélicos de ataúdes y cementerios, de cruces de piedra y hiedra... Ella era la reina, la reina, de todos los sitios que frecuentamos, la reina de todo. Bebía su absenta y yo, siempre, me encontraba a su lado contemplándola embobado. La reina de todo... de todo y de mi. Ella sabía muy bien de mi amor, pero no me concedía, de momento, una oportunidad para demostrárselo.

Por fin, una noche, me invitó a una fiesta que celebraba en su casa. Acudí ilusionado, un poquito más allá del barrio de Escalante… me dijo, y me topé con una extraña casa victoriana, crujiente, de portones y sotanillos, de ventanucos y áticos que encerraban gotas de maldad. Habitaciones repletas de gente extraña, ataviados con unos trajes solemnes. Las mujeres se movían vaporosas, adornadas con extravagantes y raros vestidos de noche. Los invitados no cesaban de beber absenta verde: la absenta verde era la única bebida existente en la fiesta. La probé, y el fantasma de la borrachera me abrazó en volandas, en verdes espirales de gozo. Ella también me capturó entre sus brazos y susurró un deseo compartir toda la eternidad contigo. Muy bonito, pensé, aturdido por completo. Era feliz, creo que en aquellos momentos era feliz. Si, estoy seguro, se puede decir así, era feliz, completamente feliz. Soy tu cubito de hielo, murmuré. Eres el hielo verdoso de mi pasión, me dijo. La besé: me sumí en el abandono.

Un dolor agudo: una punzada en el paladar: un beso doloroso: un beso frío: la saliva arrastraba el sabor de la sangre y del metal garganta abajo: un beso con regusto a acero: era el beso del compromiso eterno: el beso que arrancó sangre de mi cuerpo, de mi boca, de mi cuello… Entonces: me miró. Pude escudriñar el congelado infinito de sus bellos ojos. ¿Acaso no se encontraba allí dentro esa eternidad de la que ella acababa de hablarme? Ojos tan bellos como los de una princesa muerta. Ojos tan inexpresivos como los de un cadáver. Lo comprendí todo, se trataba de una eternidad helada, fría, gélida. Me asomaba al borde de un infinito terrorífico. Un verde mineral: gemas, piedras preciosas, rubíes en lugar de ojos, balcones tendidos al abismo de la congelación. Desesperación es el nombre de mi esmeralda.

Ahora yo también era uno de ellos: debía sentirme alegre por compartir para siempre la eternidad junto a mi amada. Esas fueron sus palabras. Ese fue su deseo. Mi escaso segundo de radiante y desbordada felicidad se sumía, ahogado, en una noche eterna de aborrecimiento.

Todos los sacrificios por amor son pocos: yo sacrifiqué mi alma. Ahora, bebía absenta verde y mataba. Pasé de ser pitanza líquida, un buen vaso de hemoglobina, a convertirme en un Romeo zombi, en un galán de entre los muertos. Y culminé el proceso con la más aterradora de las variaciones, pues de Romeo zombi, de galán de ultratumba, terminé como un Drácula de los trópicos. Y, mierda, ni siquiera me había leído ese libro… Burdo egoísmo de ultratumba. Las bajas pasiones del más allá. Declaraciones de amor de sarcófago carcomido. Besos, muchos besos... besos de colmillo retorcido. Gusanos, muchos gusanos que roen sin cesar.

Pronto aborrecí la nueva situación. Me cansaba de trasnochar, de mis agudos colmillos, del metálico sabor de la sangre, de vagar horas y horas por las calles de San José, medio desiertas y desangeladas. Aborrecía perderme entre la neblina calurosa. Harto de acechar a mis víctimas amparado en las sombras, a traición. Escondido en mi cobardía y en mis trucos, en un puñado de golpes de efecto. Mis víctimas, sí... un puñado de pobres, de viejos miserables, la mayoría de las veces alcohólicos cuya sangre no era más que agüilla -mezcla rosada de vino-, fuerte y agria, machacada por tantas papelinas de vinazo peleón.

Borrachos, desnutridos, vagabundos... de eso me alimentaba. Debiluchos que nunca opusieran demasiada resistencia. ¿Demasiada? Mejor: ninguna resistencia. Algo cómodo. Era difícil capturar a los mortales de las discotecas. Se marchaban muy rápido, montaban en veloces automóviles y no dejaban tiempo para reaccionar. Eso, si no me tomaban en busca de lío, a la caza de jóvenes guapos. O confundían a mi eterna amada con una puta y a mí con su chulo del tres al cuarto. ¿Podía actuar entonces? ¿De qué manera se supone que debía reaccionar ante aquellos errores? No tenía fuerzas, ni ganas de gritar, de advertir a quienes me ofendían que entonces insultaban al Rey de las Tinieblas, al Príncipe del Mal, al Gran Enemigo. Sin ilusión, sin ninguna ilusión por utilizar todos esos absurdos términos que se pronuncian en las películas. Con mi aspecto me habrían partido la cara, seguro. Los vampiros, la verdad, carecemos de dignidad.

Me encontraba harto de aquelarres, de confusiones, de malentendidos, de ocultar -permanentemente- mi auténtica vida, de horas y horas de espera en cementerios y de una existencia repleta de los tópicos del vampiro. Hastiado de la humedad de las fosas, de los barrizales a la puerta de los panteones, de sangrientos ritos que lo ponen todo perdido, de manchas de sangre difíciles de limpiar, de la mala cara que tienen los muertos, de la podredumbre de la descomposición... todo ello a la sombra de los palmerales, a las orillas del Pacífico, en la cintura del mundo, en el centro del continente. Apestaba a cera barata, a madera de ataúd de saldos. Consumido -y nunca mejor dicho- decidí acabar con todo aquello. La solución al problema parecía simple. La mataría, a ella, a mi amor, y me suicidaría después... ¿puede un vampiro suicidarse?

El tópico era real una vez más: ni balas, ni venenos, ni nada. Sólo una estaca en el corazón. Bien profunda, clavada en la carne, como la aguja de muerte que ella me hundió en la yugular con el afilado beso de acero. Ante sus ojos negros, mi abismo y mi perdición, podría pensar -triste consuelo- que aún me quedaba ella, mi amada, por toda la eternidad. Para querernos y para ser felices. No. Ella se encargó de evitar que tuviera reparos a la hora de ejecutarla. Eligió el camino contrario, desintegró mis deseos de permanecer a su lado. Se enamoró de otro vampiro y tornó la eternidad -mi eternidad- en una maldición de engaño y celos.

Ella eligió enamorarse del vampiro dueño de la satánica discoteca, de aquél Mar de Chira globulítico, plaquetario, plasmario. Propietario, además, de un mausoleo con templete en el cementerio más noble de la ciudad. Un lugar donde descansar a salvo de la humedad, a cubierto de la temporada de las lluvias torrenciales, en el interior de magníficos féretros de caoba con aplicaciones de oro y un cálido acolchado de plumas de ánade real. Allí no se pringaban de barro los bajos de los vestidos al salir de la cripta. Sí, una coquetona cripta… demasiado atractivo para que ella pudiera resistirse.

Me faltó valor para arrebatarme la... ¿vida? Mi gran amor extratemporal yacía a mi lado. Sus inmensos ojos abiertos y sus afilados colmillos desencajados. Con la estaca clavada en el pecho. Con una expresión acusadora en la cara. Me advertía de lo idiota que era. Denunciaba lo absurdo de mi comportamiento. En el interior del lujoso mausoleo también reposaba ya, definitivamente, el dueño de la discoteca, al que decapité, para mayor seguridad, después de transir su codicioso corazón. Corazón de No Muerto que me arrebató lo que más quería.

En teoría, debería ser yo el siguiente, el siguiente en dejar de existir, pero era un cobarde. Además de vampiro: cobarde: un vampiro cobarde. Jamás reuniría el valor suficiente y necesario para asestarme un estacazo en el corazón o dejarme achicharrar por el sol del amanecer: un maldito cobarde.

Y ahora: sí que soy el mayor de los tópicos. El tópico por excelencia. El vampiro retirado, triste, decadente. Habito en un castillo abandonado, de romántica historia, perteneciente a un pretérito señorío de rancio abolengo apergaminado. Cada noche aterrorizo a los aldeanos y degüello unas vacas en la insoportable lucha por beber sangre... en algún innominado lugar entre Heredia y San José, tal vez, al pie de un volcán asmático.

Eso soy, un vampiro solitario y apenado, que piensa en lo mejor que resultó cualquier tiempo pasado. Nubes de recuerdos y reflexiones nublan mi mente mientras me amorro a la jugosa y exuberante yugular bovina. Colgado del cuello siento como golpean mis rodillas las ubres bamboleantes. La sangre espesa y caliente en mi boca rememora aquel maldito beso. Muchos acusan al Chotacabras de mis actos. Ni tan siquiera me queda el consuelo de una paternidad clara en las desgracias. Los vampiros, como tal, ya no provocamos más que risa. Somos seres ridículos. Desgastados por el tópico. Es más sencillo asustarse del Chotacabras. Al menos, da más miedo… Tal vez, un día, los labriegos me planten cara y terminen con mis martirios al ensartarme una horquilla herrumbrosa en el pecho. Pero lo dudo, dudo de su valor. Huyo de ellos cuando organizan batidas a la caza del vampiro, animados por el alcohol e inflamados por la testosterona. Con cada nuevo atardecer, asusto a sus rollizas hijas, que imaginan mi pavorosa silueta recortada en las sombras crepusculares. Asusto a los propietarios de calenturientas imaginaciones, pero no hinco el diente a un ser humano desde hace años... y lo peor es que amo demasiado mi no-vida de hematófago como para clausurarla.

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Bebo absenta verde a la luz de la luna llena. Al fondo, un coro de mugidos de vacas temerosas aguarda a que mi apetito me obligue a rendir sangrienta visita. Es mi vida. Mi reducida vida de trescientos años de apatía. Un grupito de reses pastan sobre un campo de color verde absenta. Cuatro labriegos supersticiosos, corren asustados mientras se santiguan. Buscan refugiarse bajo el cobijo de sus supercherías. Huyen de mi presencia y me muestran crucifijos. Ni siquiera tengo ganas de incendiar, con un seco movimiento de la mano, las cruces de madera que me plantan delante de la cara. Es un buen golpe de efecto, sin duda, pero ya me aburro de hacerlo. Está muy visto.

Soy un prisionero de las eternas ojeras y del eterno trasnochar. Eternas ojeras moradas, ronchas violáceas. Ojeras, círculos amoratados para la perpetuidad. El eterno recordarte, hilo verdoso de mi pasión. Recordándote a perpetuidad, mi cubito de hielo empapado en absenta verde, hielo verdoso de mi pasión. Así, hasta que un valiente, llegado desde muy lejos, acierte con la llave correcta de la cripta, levante la tapa del ataúd correspondiente y no falle con el golpe propiciado al compás de un violento giro de las muñecas. Un golpe seco, de cuajo. El redentor golpe de guadaña.

Todo ello bajo el cielo tropical.

Y todo esto: por un beso.


jueves, 3 de marzo de 2011

Olores de la fruta y la verdura


Oliste a melón maduro en las playas de la Costa Rica del recuerdo; oliste al plátano verde y amargo en las costas de pistachos; oliste a piña, a trufa, a verduras en sazón (con unas gotitas de amoniaco desinfectante).
Oliste a todo eso , pero, sobre todo, apestaste a ti: fruta prohibida/fruta podrida.

jueves, 22 de julio de 2010

Catedral de San José (II)


-¡Elija la vida, rechace la muerte!
-¡Silencio! ¡No hable en alto, este es un lugar de oración!
La mujer, de rostro asediado por la vejez y la piel de rones por el trabajo en el campo, no dejaba de gritarle al vigilante:
-¡Elija la vida, rechace la muerte!
El vigilante, con una placa de identificación en la que podía leerse "búho" y el pelo cortado a cepillo, reaccionó con brutalidad: un empujón desplazó a la mujer, que patinó por los escaques de la Catedral en un grotesco curling caribeño. Quedó frente a una imagen de San José y, a gritos, se dirigió a ella:
-Soy María Fernanda Valbuena, madre de tres hijas y natural de Cartago, y te pido que tengas compasión...
El vigilante la sujetó del brazo para despacharla de la Catedral. La gente miraba con asombro, indignación y compasión. Incluso un proyectucho de escritorzuelo tomaba notas mentales para reproducir miméticamente en su blog el suceso.
-¡Le he dicho que se calle!
La mujer, al sentir la presa metálica en su piel, se revolvió y le chilló al guardia:
-¡Elija la vida, no la muerte!
Pero él no tuvo necesidad de elegir. Un golpetazo en la cara sumió a María Fernanda, natural de Cartago, en la espiral de la vergüenza. Y fue, tal vez, como si todo el azúcar de las cúpulas se desmoronara sobre ella.
Y yo, pobre estúpido, tan sólo pude refugiarme del dolor punzante de aquella escena arrastrando mis pensamientos por las frescas losetas de la Catedral y pensando, una vez más, en ti, enmarañada en las redes de Internet.

domingo, 18 de julio de 2010

Catedral de San José (I)


Una puñalada de nieve en el pecho que te abrasa al respirar. Un inmenso terrón de azúcar que empalaga sobre tu cabeza. La duda del silencio en los oídos y la certeza de las pisadas aferradas en el eco... en la catedral mientras busco, busco tras los cirios resinosos, busco en los perfiles de cada sombra, busco entre el mutismo maldito de las estatuas.
Busco, no sé que quizás te encuentres, esperándome ahora, entrelazada en las líneas de Internet.

sábado, 17 de julio de 2010

Teatro Nacional de San José


Afuera, acaso, caía toda la lluvia del mundo. Adentro, el croar de la madera interpretaba sinfonías compuestas por dudosa mano. Los crujidos del teatro se acoplaban a las notas desgajadas de violines temblorosos, interpretados "con fuoco".
En los palcos eclipsados se intuían las figuras recortadas de panamá y habano, venidas de antaño, con retrogusto de rones.
Las fusas y semifusas intentaron acallar por un instante los quejidos de la madera cuando descubrí que eran los lamentos de otro siglo, tal vez de otra época, época de cafetales y hastío en la que el Teatro Nacional quería reencarnarse.