
Afuera, acaso, caía toda la lluvia del mundo. Adentro, el croar de la madera interpretaba sinfonías compuestas por dudosa mano. Los crujidos del teatro se acoplaban a las notas desgajadas de violines temblorosos, interpretados "con fuoco".
En los palcos eclipsados se intuían las figuras recortadas de panamá y habano, venidas de antaño, con retrogusto de rones.
Las fusas y semifusas intentaron acallar por un instante los quejidos de la madera cuando descubrí que eran los lamentos de otro siglo, tal vez de otra época, época de cafetales y hastío en la que el Teatro Nacional quería reencarnarse.
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