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jueves, 6 de septiembre de 2018

Revista Madera Berlín: literatura a domicilio, sostenible y del siglo XXI



*Esta crónica apareció en achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/revista-madera-berlin-literatura-a-domicilio-sostenible-y-del-siglo-xxi/

Desde no hace mucho se está publicando en Berlín una revista literaria que merece la pena. Se llama Madera Berlín y una de sus peculiaridades, tal vez la mayor, junto con su apuesta por la calidad y el ecologismo traducido en la edición sostenible, es que se publica en español. Porque Madera Berlín nace como un vehículo solvente y sin trabas para los autores hispanos en Berlín, en Alemania, en Europa y, por supuesto, en el mundo entero. Así es esta revista, curiosa e innovadora, que debe gran parte de su éxito a Oliver Besnier. De él, de la revista, de todo ello, y de la editorial Cuadernos Heimat que se acaba de poner en marcha con una novela más que atractiva, Amenaza, quiero hablaros hoy en esta columna de El Odradek.

De manera que comenzaré por el principio: el creador de todo, Oliver Besnier. No lo conozco mucho, la verdad, he intercambiado unos cuantos correos electrónicos, algunos mensajes de Instagram y una conversación telefónica, pero he percibido al otro extremo de todos esos soportes a una persona hiperactiva, con la cabeza bulléndole como una olla a presión, repleta de ideas y de proyectos.
Oliver Besnier (foto por cortesía de él mismo).


Oliver puso en marcha el proyecto de Madera Berlín en 2017. La idea nació bajo unas premisas muy claras, tal y como declaraba su creador al medio digital ecuatoriano El telégrafo:
Madera no solo se posiciona como editorial, sino que todo el proceso se concibe desde un punto de vista autónomo. Somos un espacio de investigación continua de esa primera materia que aporta la base para los autores. Ser independientes nos permite, ante todo, controlar el proceso editorial, desde la impresión hasta la encuadernación y, así mismo, no depender de nadie para llevar a cabo nuestras ideas”.
Por ese motivo, cada número de Madera es distinto, completa y complejamente diferente. Y Oliver Besnier se pega una paliza encolando ejemplares, pero a la siguiente ocasión nos presenta un cuadernillo encuadernado a la japonesa, de forma completamente artesanal. Para el número 3 utilizó las fotos encontradas en una caja que alguien había tirado en las calles de Berlín, pegándolas en las revistas para que ninguna fuera igual, y añadió las ilustraciones de Mara Mahía, otro de los elementos fundamentales para que el proyecto salga a la luz.
Detalle de los dibujos de Mara Mahia que ilustran uno de los relatos de la revista.

Besnier entiende su actividad desde el compromiso total: compromiso con la literatura, compromiso con los lectores y compromiso con lo que define “literatura consciente”:
El mundo está muy mal como para no ser lo mínimamente consciente de la huella que dejamos. Madera, además de ser una editorial, es también una filosofía. Investigamos y trabajamos cada detalle; y al controlar todo el proceso, sabemos qué clase de papel o qué pegamento utilizamos. Debería ser obligatorio en cada uno de nosotros dejar el menor impacto posible en el ambiente”.
Puedes ver el artículo completo que recoge estas y otras declaraciones en:
Madera 4 y dos momentos de la encuadernación a la japonesa:


El compromiso de los que trabajan en este proyecto lo hace completamente fiable. Madera llega con puntualidad a las casas de los suscriptores en cualquier punto (porque aunque se hace en Berlín es una revista que se distribuye y se vende también en el extranjero) y al abrirla los relatos publicados en ella son de calidad. Sin duda, estamos ante una gran revista lite
raria que se va consolidando gracias al prestigio de sus contenidos.
La revista ha buscado la especialización con números temáticos. Así, la tercera entrega se dedicó a los Paraísos artificiales, y el número cuatro, 100 héroes íntimos, reunió a 100 autores que firmaron un relato breve. La próxima entrega será sobre la confusión, y después, para el número seis, el motivo unificador será la literatura de viajes. Además, están preparando un especial de poesía.
Listado de los 100 autores del número titulado “100 héroes íntimos”.
Madera Berlín ha presentado algunos de sus números en la berlinesa librería Bartleby and Co., un sitio que merecería un comentario aparte, que incluso ofrece una pequeña biblioteca para lectores de español. Os dejo el enlace de la página de la librería:
También lo han hecho en otro lugar especial, La escalera escondida. Os dejo el enlace:
Hablando de librerías. Madera se puede encontrar, además de en las librerías berlinesas de Bartleby and Co., La escalera escondida y Andenbuch, en varios puntos en España: En las barcelonesas Librería On The Road y Librería Calders; en Madrid está en Nakama Lib; en Sevilla se vende en la Librería Botica de Lectores; en Galicia hay varias localidades; en Numax (Santiago de Compostela),Beribiriana (A Coruña) y Versus (Vigo); y por último en San Sebastián, en Tobacco Days.

Oliver Besnier ha ido un paso adelante, aunque ya al iniciar la andadura de Madera Berlín la idea era que, una vez consolidada la revista, se pudiera crear una editorial. Nace así Cuadernos Heimat. El espíritu de este proyecto se define de esta manera en la contraportada de la primera publicación, la novela breve Amenaza:
Heimat es una palabra alemana que tiene varios significados. Hay gente que dice que no tiene traducción posible al español, otros dicen que sí, que tal vez signifique patria, hogar, o corazón; pero desde luego se refiere a algún punto intermedio, o tal vez a todos ellos. Cuadernos Heimat nace de la necesidad de tener un lugar donde encontrarnos. Nuestra meta es compartir historias de verdad, que nos pertenecen. Cada escritor y cada lector tiene su propio Heimat, pero creemos que todos compartimos un pedazo de ese “hogar” mal traducido, de esa armonía, de esa melodía, de esas memorias borrosas que nos mantienen vivos. Cuadernos Heimat apuesta por la narrativa libre, por la aventura, la exploración. Se trata de encontrar y ofrecer literatura fresca, rarezas inesperadas y extraordinarias. Apostamos por la brevedad, porque creemos que los mejores perfumes como los mejores venenos, como los mechones robados, viajan en recipientes pequeños. Cuadernos Heimat promete historias humildes, sinceras, escritas con el corazón en la mesa, en la manga o en la yema de los dedos”.
Podéis buscar la página de la editorial en Facebook como @cuadernosheimat.
Besnier sabe muy bien cómo crear expectación, como vender las cosas de forma original y diferente, y dio un sorprendente golpe de efecto con esta primera publicación. Originalmente, Amenaza venía firmado por un enigmático M. B. Lunas. Una vez creado el conveniente misterio se desveló que la novela estaba escrita a dos manos. Por el propio Besnier y Mara Mahía, de quién ya os he hablado antes.
Portada de Amenaza, primero firmada por M. B. Lunas y después por sus autores reales:
Nunca he creído mucho en las novelas escritas a cuatro manos, o incluso por colectivos. Sin embargo, un ejemplo de gran brillantez es Q, de Luther Blisset, pseudónimo tras el que se encuentra un grupo de cuatro escritores italianos. Ellos hicieron una buena novela, ¿por qué no podría serlo Amenaza?

Y vaya que sí que lo es. Amenaza, seamos exactos, de Mahía/Besnier, es un breve trayecto literario de 97 páginas, repleto de talento y buenas intuiciones narrativas. El libro nos cuenta una destructiva historia familiar de dos hermanas repletas de enconos que no dejan de mirar al pasado trágico; las relaciones tóxicas con los padres, las cargas de culpa, la mala conciencia, los abandonos, la dejadez sentimental, el odio y el resentimiento.
Amenaza es un amargo compendio de las más habituales conductas humanas en una narración desde dos planos que se alternan: la historia de Jana y la historia de Alis. Esta bifocalidad le proporciona una agilidad especial al libro, que salta de un punto de vista a otro, pero siempre dándonos la impresión de que se nos oculta algo.
La tensión en Amenaza va creciendo a medida que las historias se solapan, cuando los odios impregnan no solo las relaciones, también los propios recuerdos. El lastre del pasado, de lo que se hizo en ese pasado, pero también de lo que no se llegó a hacer, es como un cáncer que todo lo corrompe, extendido hasta el tuétano en la familia de las dos hermanas.
Este texto ágil, rápido y voraz, saca a flote el análisis psicológico de los personajes, algo que tal vez ya no esté muy de moda; lo recupera y lo muestra como una forma de hacer buena literatura. Literatura de sentimientos, pero no de sentimientos ñoños, ni blandos, sino literatura de sentimientos caníbales, escritos desde el corazón y los pulmones, desde el hígado y los riñones, poniendo el alma y la anatomía en ello, para un ejercicio muy sólido de honestidad narrativa.

Cuadernos Heimat no podría debutar mejor. Esta primera entrega —creo que puede encontrarse en la biblioteca del metro de Barcelona—, es una promesa de muchas cosas atractivas e interesantes que pueden venir de la mano creativa de Oliver Besnier. Porque la buena literatura no conoce de lugares excluyentes, tal y como al final de Amenaza, con mucha perspicacia, se advierte: el libro se terminó de imprimir “en algún lugar de Polonia”.
Alfred Jarry, cuando estrenó su inmortal obra Ubú, Rey (un 10 de diciembre de 1896 en el Noveau Theatre de París), dio un pequeño discurso introductorio en el que afirmó que:
En cuanto a la acción que va a comenzar, se sitúa en Polonia, o sea, en ninguna parte”.
Por eso Amenaza, la propia editorial de Cuadernos Heimat —por otro lado con mucha fidelidad a lo que definen como Heimat—, se ubican en algún lugar de la ubuesca Polonia, es decir, en ninguna parte y en todas, porque la literatura pertenece al lugar al que llega y desembarca o aterriza, al lugar de nuestro interior en donde la albergamos para que nos acompañe siempre. Y en este caso, además, se ubica en los buzones, cuando el cartero nos trae, en una mañana gozosa, un nuevo ejemplar de Madera Berlín.
La revista acepta pedidos on line en su página, que os dejo a continuación:
Y si os interesa saber algo más de las revistas literarias, pero de las que se publican en España, os comparto enlace de un artículo que hicimos en Achtung!:

miércoles, 14 de noviembre de 2012

regalo (post número mil)

os hice
un montón
de regalos
como estigmas

¿pero qué tengo
yo
que adorne
las espinas?

tuviste la cruz de
budapest
y las boinas de
berlín
en mi blitzkrieg
derrotada

a mi me sangra
el hilillo de tu recuerdo
con el cd de style council
cuando el extraño
contraataque
de añoranza en
parís

a ti
te regalé
mis novelas de hambre
un disco de
satie para las tormentas
otro de
izzy para los días de sol
que pasabas en el parque
montando en bicicleta
sin mí
y unos pendientes de
costa rica
con delfines de plata
que ojalá se ahoguen
o sean devorados
o apaleados
en mares de sangre

yo
de ti
no tengo nada
nada             nada             nada

collares y aros
anillos de todos mis viajes
cuando marcho en busca de la realidad
que se oculta detrás de las
borracheras
de las copas que bebemos
juntos
en las noches de
semáforos y taxis

yo sólo guardo
una foto
tuya
atronadora en sus alaridos
desde el fondo del
cajón

y tú
que también tienes mis novelas
famélicas
y te entregué mi vida
sin que lo supieras
te la dejé entre las manos
como en un nido
de letras y poemas
fumigado con
insecticida

no me dejaste
nada             nada             nada

y también
que me regalaste
una botella
naufragando en ese mar
de miniaturas
para intentar anestesiar
la enorme decepción

en todos los
regalos
os he entregado
mi vida desgastada y roma
mi vida sin esperanzas
mi vida

un trozo envuelto
en celofanes y lacitos
que fue al contenedor
de reciclaje
mientras entornabais
los párpados
no sin algún que otro
gemido

ahora os ofrendo
desde mis manos
llagadas
este post
de mierda
en este blog
de mierda

mi post
de mierda
número
mil
para añadir
una cifra más
que acompañe
los días que llevo sin verte
los insultos que pronunciaste
o los meses que hace
que no me llamas
ni me hablas

mi estúpido
e indefenso post
número mil
es mi jodido regalo
de vida
porque este
blog
además
un estupendo entretenimiento
con el que evitar suicidarme
todavía

todavía


lunes, 26 de marzo de 2012

El Reich de fuego (y 2)


El Reich de fuego

-Berlín, diez de marzo de 1933-

Una lluvia de pavesas, de cenizas, inundaba los alrededores de la Opernplatz de Berlín, se depositaba sobre los tejados de las casas, encima de las repisas de las ventanas, se acumulaba en montoncillos de polvillo blanco: era el producto de la combustión de millares de libros que ardían en la inmensa hoguera de la plaza, dispersado por el viento mucho más allá de la pira de fuego donde se quemaban las obras de autores enemigos del Reich, escritores depravados o, simplemente, judíos, mentes enfermas que necesitaban de la acción purificadora del fuego según ordenes de Goebbels.

La lluvia de cenizas y pavesas se depositaba mansamente sobre los adoquines de la Opernplatz, hasta donde llegaban sin cesar camionetas que transportaban bibliotecas enteras requisadas a los judíos y carromatos tirados por caballos con lo expurgado en los archivos municipales. Se formaban largas colas de personas que traían bajo el brazo dos o tres libritos que durante toda la vida mantuvieron en casa sin prestarles la menor atención, ignorando que estaban demonizados.

La mayoría de las obras que ardían llevaban estampadas las rúbricas de esos exiliados que, impotentes, ya nada podían oponer a la destrucción de sus trabajos.

Los caballos de los carros detenidos en la Opernplatz, como otrora Los Pequeños Caballos Azules, se mostraban bastante nerviosos por las llamaradas que iluminaban la plaza con sus guiños anaranjados. A las bestias, atadas a los carromatos que lucían unas inscripciones en tiza que indicaban las bibliotecas de procedencia, no les agradaba nada la hoguera. Una especie de terror instintivo, que se elevaba por encima de los siglos, les mordisqueaba los belfos, les golpeaba en las narices, igual que a los grupos de gente, que no daban crédito ante lo que presenciaban, personas ocultas en sus guetos y que rezaban para que el futuro que se avecinaba no llegase jamás...

-¡Dejen paso, dejen paso!- chillaba Thomas Buch, un miserable medico del tres al cuarto, afincado en los arrabales de Potsdam, que esa tarde lo dejó todo en suspenso nada más enterarse del llamamiento –Buch tenía que haberle sajado el absceso a una anciana señora- para encaminarse hasta la Opernplatz con un solo libro bajo el brazo. Su único libro estigmatizado, maldito.

A codazos, Buch logró abrirse paso y ganó la pira escoltada por un grupo de camisas pardas que recibían los libros de la gente y los arrojaban al fuego. En los instantes en que el vulgo no les proporcionaba los libros, los agentes se aplicaban con empeño a la desaparición de bibliotecas enteras que aguardaban su turno en carretillas y carromatos, periódicamente descargadas de los transportes para ser devoradas por las llamas.

-¡No, no! -le gritó furibundo al miembro de las SA que pretendía arrebatarle el libro para arrojarlo al fuego- ¡Quiero tirarlo yo mismo, yo mismo! -se empeñó Thomas Buch. El hombre de las SA se apartó a un lado y agachó la cabeza con un gesto displicente que parecía decir un adelante, hágalo, si ese es su gusto. Thomas Buch tomó una leve carrerilla y con un amplio movimiento del brazo lanzó el volumen lo más cerca posible del centro de la inmensa columna de fuego. Alrededor del círculo que crepitaba agradecido y ahíto tan sólo restaban algunas hojas retorcidas y amarillas por los lametones de las llamas, algo de ceniza en suspensión y los torturados lomos de cuero de las encuadernaciones más resistentes como, por ejemplo, los libros Talmúdicos, los tratados religiosos hebreos y las obras completas de Freud. Las tapas de los gruesos tomos de la Torá eran las que con mayor encono se defendían del efecto depurador del fuego.

El volumen arrojado por Thomas Buch sobrevoló el inicio de la pira y cayó a uno de sus lados para, inmediatamente, prender en él un haz. Los ojos de su lanzador brillaban de fiebre y pasión nacionalsocialista entre las sombras ondulantes de la plaza. Thomas Buch no reparó en que, durante el vuelo del libro, se desprendieron varias cartas de su esposa, de los tiempos en que eran dos jóvenes enamorados, además de un retrato de ella de la época en que se conocieron, cariñosamente dedicado. Todo ello ardía ahora, también, en el fondo de esos infiernos

-¡Quémate, maldito judío! -le gritó al libro que ya se consumía en la hoguera. Era el Libro del asma, un tratado de Maimónides. Tan sólo un libro sobre el asma, tan peligroso como eso.

domingo, 25 de marzo de 2012

El Reich de fuego (1)


La noche de las antorchas

-Berlín, treinta de enero de 1933-

El monumental desfile de antorchas que atravesaba Berlín dividía la ciudad de parte a parte con un muro refulgente, como varias decenas de años después lo haría otro muro más real e infranqueable…

En esa noche, empezaba el nuevo orden en Alemania y, por ende, en Europa, difunta ya la vituperada República de Weimar, sistema que cobijó a una pléyade de intelectuales, poetas, escritores, pintores, arquitectos, filósofos, pensadores, los próceres de la patria, un grupo que nada pudo ante el ascenso del NSDAP de Adolf Hitler y cuyos integrantes reaccionaron con el abandono de la nación como forma de protesta, atemorizados, atenazados por el pánico.

Esa noche, la noche del desfile de las antorchas por Berlín, los entusiasmados seguidores de Hitler y de su política se lanzaron a las calles para festejar lo que acababa de ocurrir y que apenas podían creerse. Como dijo Goebbels: Hitler es canciller del Reich. Es como un cuento de hadas; alentado por el éxito, bien pronto se apresuró el hombrecillo a improvisar el desfile: desde las siete de la tarde –terminaría bien entrada la medianoche- la procesión de luminarias arrancaba en el Tiergarten, llegaba a la Potsdamer Platz, seguía por Leipzigstrasse, giraba a la izquierda para enfilar la Wilhelmstrasse y pasaba ante los edificios de la presidencia del Reich y de la Cancillería, para terminar en la Puerta de Brandenburgo. La marea humana, compuesta por miembros de las SA y de sociedades de ultraderecha como los Stahlelm, celebraba de esa manera que el cuento de hadas se hacía realidad.

Todo el proceso se sublimaba con el juramento del cargo de Canciller: pasado el mediodía de ese treinta de enero, la comitiva, con Hitler a la cabeza, se personó en el despacho de Hindenburg, el anciano y enfermizo presidente del Reich. El lugar no era muy grande, los integrantes del gabinete de Hitler abarrotaron la estancia. Debo de arreglar esto cuanto antes, se propuso, obsesionado por la arquitectura: ya se imaginaba en su cabeza una nueva Cancillería de pasillos amplios, con enormes salas de conferencias y un monumental despacho rematado en mármoles y azulejos. Para eso, aún faltaba un poco de tiempo, pero ese tiempo, el tiempo de los asesinos, también llegaría.

Hindenburg, visiblemente molesto por la espera -era un hombre metódico y de costumbres fijas-, pronunció un discurso de bienvenida, perorata en la que se congratuló de que la derecha nacionalista fuese capaz, al final, de alcanzar un acuerdo de gobierno con el que solventar la crisis institucional del Estado. Von Papen ofició de introductor oficial y presentó a Hitler para el cargo, que juró sin dilación:

-Juro solemnemente cumplir con las obligaciones inherentes al cargo de canciller del Reich sin tener en cuenta intereses propios ni de partido, pienso siempre cumplir con mi obligación para el bien de toda la nación –Hitler se pasó la lengua por sus labios algo resecos a causa de los nervios que lo atenazaban. Miró de reojo a Hindenburg, que asintió y dio su aprobación con un leve cabeceo, con un movimiento paternal que le otorgaba vía libre-.

-Y estoy dispuesto -los arengó Hitler en un breve discurso improvisado, pero por ello no menos celebrado- a defender y a cumplir la Constitución, a respetar los derechos del presidente del Reich –Hindenburg, aquí, por la parte que le tocaba como presidente que era del Reich, esbozó una amplia sonrisa de satisfacción, aprobatoria; incluso diríase que su mal humor se disipó en esos instantes-, y no escatimaré esfuerzos en imponer un régimen parlamentario normal –terminó el canciller entrante de pronunciar esa ristra de mentiras que brotaron como pus de su boca.

El silencio tomo asiento en los butacones del despacho presidencial. El tiempo pareció estirarse ante la expectativa de cómo Hindenburg terminaría con el proceso de jura y sancionaría al nuevo gobierno. Esbozó una sonrisa beatífica, pintó en su cansado rostro una expresión de gratitud y con plena satisfacción zanjó el acto:

-Bueno, caballeros, ahora adelante con la ayuda de Dios.

Las antorchas se lanzaron a las calles y un periódico católico calificó la ascensión de Hitler como un salto a la oscuridad, pese a que toda la luz de las llamas flameaba en las avenidas. Las luces de las antorchas parecían dotar aún de mayor luminosidad a la persona de Adolf Hitler, el ahora canciller del Reich.

***

Luces y sombras en la Wilhelmstrasse

-en la misma ciudad y el mismo treinta de enero de 1933-

Habéis entregado nuestra sagrada Patria Alemana a uno de los mayores demagogos de todos los tiempos. Yo profetizo solemnemente que este hombre maldito arrojará nuestro Reich al abismo y llevará a nuestra nación a una miseria inconcebible. Las generaciones futuras os maldecirán en vuestra tumba por lo que habéis hecho...

Hindenburg no atendió mucho a la nota que acababa de recibir de Ludendorff, su viejo amigo y camarada, compañero de armas y batallas, que de manera tan alarmista contemplaba la llegada de Adolf Hitler a la Cancillería. Son las reflexiones de un asustadizo, de un resentido, se dijo, acomodado en el balconcillo de su residencia en la Wilhelmstrasse, presto para disfrutar con las incidencias del desfile de antorchas que discurriría justo por debajo de la ventana. Nada le gustaba más, a ese hombre chapado tan a la antigua, que un buen desfile.

La multitud que se incorporaba espontáneamente a la marcha aclamaba a su nuevo Canciller, insultaba a los comunistas, profería descalificaciones contra la República de Weimar y en el ambiente se mascaba un extraño e inquietante sentimiento de temor, una atmósfera cargada de terror y violencia como se preña de pesadez el ambiente previo al estallido de la tormenta, cuando el aire apesta a ozono.

La sierpe formada por hombres y antorchas cruzaba el Tiergarten y también cruzaba, al fin, bajo de la Puerta de Brandenburgo: esto agradaba mucho a Hitler, un bonapartista convencido que, incluso, al estilo del Emperador francés, ya se planteaba la reforma del calendario alemán para conmemorar el treinta de enero de 1933 como el día del levantamiento nacional o el inicio del Nuevo Orden.

En el transcurso de la manifestación, Hermann Göring, una pieza importante del NSDAP, henchido de orgullo, anonadado de éxito, se apoderó de los micrófonos de la radio estatal de Berlín para pronunciar un discurso ampuloso, cargado de lugares comunes y adjetivos rimbombantes, de nauseabundas exaltaciones patrióticas y de loores al Partido. Al terminar le cedió la palabra a Goebbels, que se erigió en un improvisado comentarista de lo que sucedía ante sus ojos.

Lo que sucedía ante los excitados ojillos de Goebbels no era sino el inmenso desfile, el acto de clamor y comunión popular en que cerca de un millón de hombres tomaban Berlín para decirle al mundo que Alemania debía volver a ser Alemania y que, de la mano del nuevo Canciller, Adolf Hitler, serían capaces de conseguirlo. Los manifestantes que alcanzaban la Wilhelmstrasse a la altura del balconcillo de Hindenburg, donde se encontraba cómodamente sentado el antañón presidente del Reich, proferían algunas palabras de cariño y admiración, si bien una gran parte del populacho integrada por el tropel de miembros de las SA que lo aborrecía optaba por callarse y conducirse con un respetuoso desdén. Su figura era demasiado venerada como para insultarla.

Hindenburg contemplaba admirado el desfile, embutido en su uniforme de gala y pertrechado de un montón de brillantes condecoraciones que palpitaban a la luz del fuego de las antorchas. Le sorprendía tanta devoción por Hitler, a la par que el acto ya le empezaba a parecer interminable. Acariciaba la medianoche y él acostumbraba a recogerse sobre las siete de la tarde... Se sentía cansado, ¡pero le gustaban tanto los desfiles!

La muchedumbre llegó a la ventana en la que se asomaba un Hitler algo abrumado, como empequeñecido y contrahecho ante la magnitud del peso de su propio poder, o al menos eso era lo que aparentaba, como si de verdad fuera un hombre modesto desbordado por las circunstancias, vestido tal y como juró el cargo, con levita negra y elegante sombrero de copa. Entonces, bajo el mirador, la caterva estallaba, las hordas prorrumpían en cánticos, ovaciones, halagos, gritos frenéticos que Hitler ya experimentó esa misma tarde; justo después de que Hindenburg lo nombrase canciller regresó al Kaiserhof acompañado por las multitudes que vitoreaban entusiasmadas.

Sin embargo, no todos aclamaban al nuevo Canciller a la luz de las antorchas. En algunas terracillas, desde otras balconadas, entre la anónima multitud que se agolpaba en las aceras, muchos ciudadanos que también pertenecían al Nuevo Reich temblaban, sentían como se estrechaban sus gargantas apresadas y atenazadas por el pánico, al punto de que no eran capaces de tragar una gota de saliva ni podían articular una palabra. Tan sólo sentían el pálpito de sus alterados corazones, acelerados y asustados, latidos que articulaban un repiqueteo ensordecedor sobre las sienes.

Esa noche, multitud de judíos, comunistas, simpatizantes con la izquierda, homosexuales, artistas comprometidos, vanguardistas, enfermos crónicos, etnias y minorías, desplazados, inadaptados, asociales, retrasados mentales... temblaron, pavorosos e indefensos en los rincones más ocultos de sus casas; se sabían desamparados.

lunes, 27 de febrero de 2012

El lector de Dickens (parte 9 de 10)


En Praga: Domicilio de Milena Jesenska, 5 de junio de 1924.

Se aproximó al balcón, contempló la calle, el empedrado, un solitario coche de caballos que golpeaba con la uña los timbales del suelo. Se notaba la ausencia, la Gran Ausencia que planeaba en la ciudad. La Gran Ausencia en Praga, en Viena, en Berlín, en el mundo.

Las estatuas de las fachadas de los edificios, las gárgolas de San Vito, los parques, los jardines, las colinas, esos elementos, los objetos que llevaban siglos detenidos allí, anclados, arrojados a Praga como los restos de un naufragio, esos objetos, sentían, sabían de la enorme orfandad en la que se sumían y emanaban una melancolía insoportable. Ellos, construcciones, bloques de cemento, muros, la última y más pequeña piedrecilla, el más insignificante guijarro, eran conscientes de la Pérdida.

No así los ciudadanos de Praga que, un día más, deambulaban fantasmales por los puentes, cruzaban el río y arrastraban su ignorancia con enorme desfachatez. Ignoraban que desde ese día Kafka ya no existía en Praga y que Praga, con su muerte, daba un paso más en dirección a la Intangibilidad de las Ciudades, ese fenómeno mediante el cual la urbe se torna más y más etérea con la desaparición de cada hombre importante que la encarna. Hoy sería una esquina desdibujada, una farola translúcida, mañana un café fantasma, un lugar borroso, desleído bajo la capa de niebla; pasado, una calleja entera que deja paso a un descampado. Así, llegará el día en que un viajero acuda de visita a Praga y se encuentre con un socavón enorme, que ya no exista la ciudad, transmutada e incorpórea, agotada y evaporada por la fuga mortal de los genios que vivieron en ella.

Se apartó del balcón y regresó a su lugar, a su triste puesto frente a la máquina de escribir. La hoja en blanco nunca fue más aterradora para ella: la hoja en blanco aguardaba letras de tinta negra, grajos posados en un campo de espigas que compondrían la necrológica de Franz.

Empezó a teclear con mayor inseguridad que nunca:

Kafka permitió que la enfermedad soportara todo el peso de su miedo a la vida, una enfermedad que alimentó cuidadosamente, que animó a que se manifestara y creciera en su interior, un mal que entendía como un castigo justo y divino, aceptado por esos motivos con resignación, casi con una alegría inconsciente.

Milena suspiró: recordó sus paseos junto a Franz por los bosques de Viena, su cita en Gmünd durante un mes de agosto agobiante y que resultó un auténtico martirio para ambos…, pero especialmente para él, enzarzado en los brazos de un amor tan turbulento, poco correspondido. Sin embargo, Milena era incapaz de rescatar la primera vez en que se vieron, esa primera vez en un café, esa primera vez que Kafka tantas veces le contaba con todo lujo de detalles porque, si bien ella no reparó en la ocasión, a él se le grabó a fuego el instante en que, ante su espectral existencia, se manifestó “su Milena”.

Su Milena, con lágrimas, empapaba el folio en el que redactaba la necrológica y las letras, esos grajos esparcidos en campo de espigas, que amenazaban con desplegar sus alas y volar, azorados, sin rumbo.

***

“Franz Kafka era un hombre tímido, amable y bueno, pero los libros que escribió eran crueles, dolorosos. Él veía un mundo repleto de demonios invisibles que hacían la guerra a los indefensos seres humanos y los destruían…”

Robert Musil no continuó con la lectura de la reseña de Milena Jesenska publicada en el periódico Naródní Listy. Arrojó, enfurecido, la publicación que se acababa de recibir en Viena y miró por la ventana del cafetín. De repente, le dio la sensación, podría jurarlo, de que un banco de sólida y rústica madera situado enfrente, al menos por un instante, amagó por volverse transparente y desaparecer en mitad de la nada.

***

“Era lúcido. Demasiado sabio para vivir y demasiado débil para luchar…”

Una punzada dolorosa se apoderó del pecho de Max Brod. No era capaz de terminar las palabras de Milena, tan certeras. Apartó el periódico a un lado y se asomó a la balconada. Creyó reconocer a su amigo, tocado con un sombrerito, que arrastraba su delgadez a grandes zancadas, doblaba las esquinas de Praga. Una aparición, al estilo del Golem, de forma sorprendente y ficticia, acorde con el mito de la imaginación popular… En cierto modo Franz también era ahora así, una figura de la Praga popular. ¿Y si Franz Kafka no fuera sino un personaje de ficción que se inventaron entre todos los novelistas frustrados y los borrachos fracasados del foro, para que fuera más llevadera la penuria de sus vidas?

Kafka personaje de novela. Pensó en eso. Deseó verlo aparecer tras la esquina.

Nunca más surgió tras ninguna esquina.

***

“Como hombre y como artista, era tan infinitamente escrupuloso que permanecía alerta incluso cuando otros, los sordos, se sentían seguros”.

-Firmado por Milena Jesenska –añadió Robert Klopstock que, con gran presencia de ánimo, sin que su voz temblara nada más que un par de veces, lo suficiente, acababa de leer en alto la necrológica para los parroquianos del café Arco. Sentado en una silla más alejada se encontraba Leo Nemec, que no podía reprimir una incómoda humedad en sus ojos.

Transcurridos unos instantes, la clientela retornó a sus quehaceres habituales: encendieron las pipas, fumaron, bebieron sus aguardientes, charlaron de la situación política de la República Checoslovaca, tan rodeada de países que la codiciaban...

Nemec se levantó y cruzó con decisión el saloncito para detenerse frente a Robert Klopstock.

Los dos hombres se miraron en silencio, rostro contra rostro se aguantaron con dureza para girar a la par sus cabezas en dirección al rincón en donde Franz Kafka solía sentarse.

Allí no había nadie.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Todas las ciudades


Todas las ciudades me recuerdan a ti. Londres, las rejas verdes de Wimbledon y tus besos bajo la llovizna. Y la estación de Paddintong, la tienda de discos Plastic Passion, Nothing Hill Gate, Bayswater, Marble Arch y tu sonrisa mientras esperábamos el metro en Edgware Road. Y Blur y los Pet Shop Boys. Y Rent.

Todas las ciudades me recuerdan. Berlín y el eco de tu risa mientras subíamos a la torre de televisión de la Alexanderplatz y el olor de tu pelo mojado por el chubasco frente al memorial de Treptower Park.

Todas las ciudades me. Sofía y ese merengue de arquitectura que es la catedral de San Alexander Nevsky, iluminada por tu sonrisa y mis manos en tu cintura sentados, muy juntos, en el teleférico que nos subía al monte Vitosha.

Todas las ciudades. Praga, la casa de Mozart en Bertramka y la música de tus caderas, las estatuas del Puente Carlos y el bronce de tu cuerpo.

Todas las. Varsovia, los dorados de tu pelo en las hojas del otoño del parque Lazienki, con el monumento de Chopin al fondo: y su corazón: y tu corazón. Al latir.

Todas. Brujas, en la bruma en la que te extravié, en el canal en el que me ahogué, las callejas y el cerco de la cerveza rubia en tus labios. Y el cerco de la cerveza amarga en mis labios.

Madrid: el insomnio de tu ausencia a tan escasas líneas de metro, a unas cuantas casas y paradas de autobús, en la lejanía de las placas con nombres de las calles que no reproducen el tuyo.

Ante el azul del televisor de una madrugada de insomnio descubro que, en efecto, todas las ciudades me recuerdan a ti porque en todas esas ciudades estuve sin ti y me dediqué, obstinado, empeñado, a recordarte: perdí el tiempo entre parques y jardines en recordarte, en imaginarte, en existirte. En respirarte en la ausencia.

jueves, 13 de mayo de 2010

Berlín tuvo mar


Un día, por unos instantes, Berlín tuvo mar. El mar de tus ojos que desde la ventana se proyectaba sobre el Spree, el mar de tu pelo que caía en cascadas sobre la almohada, el mar de tu nombre sobre el que nadé para extinguirme en sus orillas.
Berlín -unos segundos- tuvo mar, inundó con las ondas de tus labios la Puerta de Branderburgo, anegó con las olas de tu cuerpo las escalinatas del Reichstag. Las mareas de tu corazón, el sístole y diástole que marcaban bajamares y pleamares, bajamares y pleamares en los que dulcemente me dejaba mecer, en los que plácidamente me dejaba ahogar...
Sí, por unos momentos Berlín tuvo mar, pero en un suspiro -tu suspiro arrastrado por el viento- dejó de tenerlo. Y todo fue lodo y barro, se retiraron las aguas y, tras ellas, sólo dejaron muerte y destrucción.