
Me contaron una vez que un hombre de 
Linz, que trabajaba en una empresa de 
Salzburgo vigilando el subsuelo de 
Salzburgo, las alcantarillas, los colectores, los sumideros, las 
desembocaduras, los sifones, ese hombre de 
Linz, que trabajaba en 
Salzburgo, decidió un día, bueno en realidad ese hombre de 
Linz que trabajaba en 
Salzburgo lo decidió una noche porque trabajaba en el turno de noche vigilando el subsuelo de 
Salzburgo, decidió, decía, que esa mañana, cuando todos se incorporaran al trabajo en el vetusto palacete de 
Salzburgo en donde estaba instalado el Centro de Vigilancia de 
Subsuelo, decidió que esa mañana los mataría a todos. Para eso, aquella noche de helada en 
Salzburgo, el hombre se llevó una escopeta de caza de cañones recortados con la que solía matar pájaros en el 
Obersalzberg. Así que esa mañana, cuando llegaron sus compañeros a darle el relevo, los mató uno a uno, incluso a su jefe, hasta alcanzar la docena. Después, confesó a la policía de 
Salzburgo que lo hizo porque había estudiado la carrera de Literatura en la localidad belga de 
Lovaina y, desde entonces, deseaba hacer algo al estilo de 
Thomas Bernhard en su libro El Imitador de Voces. Y aquello es lo que había hecho el hombre de 
Linz que trabajaba en 
Salzburgo vigilando el subsuelo de 
Salzburgo y había estudiado Literatura en 
Lovaina: algo al estilo de 
Thomas Bernhard.