domingo, 18 de abril de 2010

Tras la puerta


"Pase", dijo. Y me abrió la puerta. Encontré una enorme sala repleta de cajas apiladas. Di unos pasos, que resonaron al compás de mis excitados latidos, y me asomé al contenido de una: "¡Son libros de Kafka!", exclamé sorprendido. "Sí", repuso el guardia, que me había acompañado solícito esgrimiendo una sonrisilla de bedel mefítico. "Es su cementerio. Los ha matado a todos y ahora yacen aquí". "¿Podría coger uno?" "¿Coger uno y quedárselo?" "Sí, claro, quedármelo". "¡No, de ningún modo!". Le pregunté porqué no podía hacerlo. "Esos libros están aquí por un motivo" -me dijo-, "para no ser leídos por nadie jamás". Me sacó a empujones, apagó la luz y cerró la puerta de golpe. Sumió a los libros en la luminosa oscuridad que se encerraba entre sus tapas. En el fondo de sus cajas. Ahora lo sabía: como escritor yo era un completo fracasado. Y como persona. Tal vez valiese para ser personaje de novela, pero por poco rato. De esos que desaparecen casi al principio. Aquello era lo que se encontraba tras la puerta, Ante la Ley: mi completo y maquinal fracaso.

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