
Si me cortaras con una cizalla las gotas de mi sangre podrían generar nuevos fracasos. Mi corazón vacío dejaría de latir y, soñoliento, me entregaría a una muerte lenta y gozosa; gozosa por lo que dejaría aquí, por lo que olvidaría aquí y ahora.
Habría que generar toda una nueva antropología para estudiarme. Hay que acostumbrarse a verme, como al Hombre Elefante, hay que aprender a mirarme, como a una aberración. Soy una amalgama funesta, una ameba de dolor que violenta la vista.
No me engañaré jamás: soy un monstruo.Tal vez una desviación a ratos soportable, tal vez una desgracia necesaria para reflejar el triunfo de los demás. Minotauro en el laberinto o sirena de Fidji, parada de freak o Gabinete de Caligari, soy sólo eso: nada más que eso.
Obviamente, nadie puede permanecer más de cinco minutos a mi lado. La deformidad de mi alma, la joroba de mi ser, espanta al más decidido. Y si alguien se aproxima y me tiende una mano corre serio riesgo. De un zarpazo le abriré el pecho y con mi puño le arrancaré el corazón. Drenaré su sangre en un barril y la beberé mientras, con los ojos en blanco por la agonía, le recordaré a gritos que la sangre es más densa que el agua, como mi dolor es más denso que cualquier amor.
Esto me resulta familiar, aprender a mirar, acostumbrarse a ver...
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