domingo, 25 de abril de 2010

La literatura es dolor


La literatura es dolor. No hacen falta complicadas teorías ni manuales de Welleck, ni las clases de García Berrio, para concluír que es dolor, nada más que dolor. Lo sabía Kafka, y lo sabía Pessoa, y Joyce, y Pavese cuando se suicidó: que terrible le debió de parecer esa habitación de hotel de Turín.
No necesito a los frustrados formalistas para saberlo, igual que tampoco necesito a Derrida ni a Eco. La literatura es dolor, mi martirio de San Sebastian en donde cada palabra es una flecha que se me clava en la carne, cada letra una gota de sangre en el sudario, cada página una astilla de la corona de espinas de mi escritura.
La literatura es demasiado dolorosa para que ahora llegues tu con esa sonrisa pintada en la cara con aspecto de que aquí no ha pasado nada. Para que te creas que estoy dispuesto a admitir lo inadmitible a cambio del daño que vierto en cada párrafo. Para que puedas vivir de bonitos versos y best-sellers, de adaptaciones cinematográficas del tres al cuarto mientras otros agonizamos con cada punto y aparte. No, no puedes. Y no puedo permitírtelo.
La literatura es el dolor de las horas colapsadas como monstruosas úlceras, como una espera sin tiempo en que nada importase salvo ahogarse.
La literatura es dolor, lo se bien: porque sangro cuando escribo y vacío mis heridas en cada novela. Y eso duele. No veas como duele.

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