domingo, 25 de abril de 2010

El odio


El odio no es una película de mierda. El odio es algo extracorporeo, algo de lo que no puedo hablar sin lágrimas en los ojos y la ira en el corazón. El odio es el fracaso de las esperanzas rotas, la amargura de la flema del dolor; el odio es repetirse, el escuchar reír a los demás y aborrecer con todas tus fuerzas.
El odio no es una película de mierda, no, tampoco es sólo una palabra, ni un estado de mi ánimo más extraño; el odio es mi apellido, mi alijo, el trebejo con el que me manejo en la vida. El odio es escuchar cien veces la misma canción y deleitarse cien veces en la herida que deja, el odio es hurgar en esa herida y disfrutar de ello. El odio es no tener con quién compartir el odio y alegrarse por ello.
El odio. O-di-o. Simetría labial, pronunciación cerrada abierta cerrada. El odio no es una palabra, no es una película de mierda, no te confundas, que no eres tú, tampoco. No, el odio no eres tú, nunca fuiste tú porque jamás llegaste a tanto. Ni siquiera cuando llorabas delante de mí o cuando derretías tus lágrimas en vasos de Jack Daniel´s con cubitos de hielo. El odio es no superar las cosas, amargarse por nada, el odio es un castillo de fuegos artificiales construido con la rendición y en el cual arden mis esperanzas.
El odio era verte llorar y acongojarme, el odio era confesarse, el odio era todo eso... el odio es lo inconsolable de mí, el odio es el reborde inflamado de la herida, el odio es ser incansable. El odio es rascarse hasta hacerse sangre y descubrir que no picaba tanto. O que no picaba nada. El odio es sorber esa sangre y disfrutar con su herrumbre. El odio es lamer esa sangre y desear quedar seco.
El odio no es una película de mierda, no; sigo el consejo de un colega escritor: ten güevos, ahora habla de ti. Tengo güevos, ahora hablo de mí, escribo de mí.
Escribo del odio.

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