viernes, 23 de abril de 2010

En el Día Oficial del Declive


En el día oficial del declive se acercó a una librería. En el día oficial de la derrota se llegó a mirar libros por el mero placer de que su vista resbalara por las portadas, por el encuerado de tanto dolor, por las patillas de las letras impresas, por los títulos tan dañinos como un matarratas para él. En el día oficial de su fracaso se atrevió a pisar una librería. "Es un día tan malo como otro cualquiera", se dijo, pero se engañaba. Se engañaba como cuando descolgaba el teléfono y no escuchaba a nadie diciéndole que tenía mucho amor para él, se engañaba como cuando creyó que publicando novelas sería escritor, se engañaba como cuando viajaba y miraba a su lado y no estaba ella y quería creerse que estaba ella y le hablaba a ella y se contestaba por ella, se engañaba como cuando creyó que con la segunda novela ahogaría la maldición de la literatura clavada en su corazón y que a punto estuvo de matarlo con la primera publicación, se engañaba como cuando le daba las buenas noches y ella no estaba allí para responder y respondía él en su lugar, se engañaba como cuando con la tercera novela creyó renacer y tan sólo encontraba una muerte literaria lenta e ignorada, se engañaba como cuando escribía y la sentía mirando por encima de sus hombros, con la vista clavada en el ordenador, y se volvía y no había nadie y reunía ánimos para lanzar una pregunta a la pared con un ¿te gusta lo que he escrito? Pero pobre idiota... nadie te responderá jamás, en el día de tu derrota.
Se engañaba como cuando creía que por tener cinco novelas tenía algo, y sólo tenía en el corazón una gran pena y en el alma un agujero de gran calibre, a la espalda la carga de esos libros con todos sus personajes y el odio a un puñado de lecturas, y a las editoriales, y a las librerías en donde nada más entrar se ponía enfermo.
Se engañaba como cuando fingía que todo iba bien con un orfidal y un güisqui antes de dormir, única forma de no naufragar en el insomnio que llevaba a una vuelta a empezar con una declaración de "Hoy no es un mal día", que él mismo se respondía (¿quién si no?) con un "Claro, Cariño, hoy será un día más de tu derrota, sólo eso".
Y sólo eso había sido, pobre imbécil: el día del libro.

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