miércoles, 28 de abril de 2010

En lacre


En lacre sellé mi angustia. Bajo lacre apacigüé la bestia y bajo lacre encerré mi odio. Preservado por el sello construí mi holocausto y lo envié a tu casa con dirección y señas. Mi sobre de Pandora reposó, retomando nuevas fuerzas genocidas, en el fondo de los buzones de correos, fue amorosamente transportado por el cartero hasta debajo de la puerta de tu casa.
Con una sonrisa te despiertas (siempre tuviste buen despertar) y le dedicas una caricia a la espalda que respira a tu lado. A unos metros de allí, el sobre palpita en el suelo. Tras la ducha, en el desayuno, te desvives por atender a tu hombre. Extiendes mermelada en las tostadas como un rojo lacre, un rojo sanguina. El café caliente y negro como tu sangre coagulada flota anodino en su taza, a la espera del crimen.
Y el sobre, mi sobre, lo contempla todo con calma; paciente, espera su momento, espiándolo todo desde su ojo de lacre.
Felices, os encamináis al trabajo. Despedida con un fugaz beso en la boca que tal vez haga demasiado ruido, aunque no hay allí nadie más para sentirse avergonzado. Bueno, si que hay algo, está mi sobre, que él vislumbra antes de salir por la puerta y te extiende con una gran sonrisa y un: es para ti.
Sorprendida, buscas un cuchillo para cortar el lacre, la sangre de mi corazón, y esbozas una estúpida mueca de complacencia azorada. El filo entra bajo el sello como astillas bajo las uñas y, con un chasquido, acabas de inmolar tu vida en mi holocausto.

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