lunes, 19 de abril de 2010

De camino al infierno...


Dejaste que sucediera de nuevo. Una vez más. Otra vez más. Quebraste, resquebrajaste el momento y la situación. Hundiste las ilusiones. Mis ilusiones. Asesinaste mis esperanzas. Dejaste que se reventaran contra el suelo todos los buenos momentos. Permitiste su estallido. Que se destruyeran en mil pedazos como un jarrón se empotra contra el pavimento. Que mi corazón se desintegrase en mil pedazos... mil pedazos... mil pedazos mil pedazos mil pedazos mil pedazos mil pedazos mil pedazos mil pedazos mil pedazos mil pedazos mil pedazos mil pedazos mil pedazos mil pedazos mil pedazos mil pedazos...
Si la noche es un momento tan frío para ti como lo es para mí...
Los automóviles cruzan como puntos luminosos procedentes de otra galaxia. Había reunido el valor para llamarte. Dentro del coche -con la radio y la calefacción a tope- no se está mal del todo. Llamé y respondió tu contestador. El puto contestador. No me atreví a dejar mensaje. Ya has vuelto a destruirme. Soy más valiente para huir que para acudir a buscarte a casa. Para llamarte de nuevo. Ahora lucho por atesorar valor otra vez. Una vez más. Otra vez más. El compás que marcan los chirriantes, engomados y grimosos limpia parabrisas ayuda a concentrarse. A olvidar la soledad. Durante unos instantes. Nada más. Conduzco hacia no sé donde y te despiertas sobre tu sudario pringado de semen. Te revuelves, buscas y -tristemente para mí- encuentras su cuerpo al lado. A tu lado. A ese lado que me aniquila. Continúo por la autovía. me alejo, paulatinamente, de esos pedazos de corazón esparcidos a lo largo de mi rastro. De mil esquirlas de te quieros clavadas en no se bien que recuerdos. Las gotas de lluvia se deslizan sobre el cristal del coche, sobre los amplios ventanales empañados de vaho generado por el revolcón animal que horas antes hubo entre vosotros -ahora comprendo porqué no cogías el teléfono-. Las gotas se escurren por ambos cristales y al final mueren... en los dos sitios... en tu casa y en mi coche. Como aquellas perlas que se despeñaron por entre tus muslos y se derritieron abajo... a la altura de los tobillos. Como ese olor amargo que flota en el ambiente. Deja bien a las claras que yo debería estar allí... Y que nunca, ya, estaré allí.
Tras de mí quedan los desvíos como tras de ti las palabras. las que se ha llevado el viento de unos amores furiosos. Tu última conquista yace al lado. Suspira satisfecho. ha sido un buen polvo. ¡Qué cojones!... Un gran polvo. ¡Sí señor! Para contar, presumir en la mierda de oficina. ¡Así se hace! Ignora que has elegido compartir la vida con él. Cuando lo sepa se llevará una alegría infinita. Yo no sé lo que es eso. No, no lo sé. Reflejos en el retrovisor como los de tu pelo a la luz de la luna. Una luna que no ilumina a todos por igual. A ti, su azulada luz te golpea sobre la cama, en el alma, te funde en una tranquilidad post coito. A mí me ciega en la carretera. Me viola, humilla, despelleja. Ahoga. Recuerdo tus uñas correr por mi cuerpo. Recuerdo como mi imaginación corre por el tuyo mientras recorro la autovía del ensueño. De mi propio ensueño. Mi triste ensueño. Esta noche la luna es una mierda.
Quedan atrás los desvíos... numerosos pueblecitos de casas iluminadas al anochecer. las horas transcurren veloces. En la radio un puñado de canciones acunan mi desesperación, me ayudan a no olvidar... Si la noche es un momento tan frío para ti como lo es para mí...
La línea continua, a ratos, se vuelve discontinua. Intermitente. Con intermitencias gemías cuando él -tan sólo hace unas horas- estaba sobre ti. Pensabas que hasta pesaba menos que yo. Con intermitencias eyaculó dentro de tu ser, luego sobre tus pechos y tu cara... dentro de tu boca, finalmente. Pringó todas tus manos... Si con mis ruedas pudiera quebrar la línea continua... si con tus uñas pudiera alinear mejor las rayas de coca... Y esnifas y esnifas, ya de madrugada. hay que combatir la ilusión con otras ilusiones mayores e irreales. Yo, con ansiedad, busco un cigarrillo en la guantera. Se me han acabado. Es una pena. Un pito en la boca compondría un buen cuadro. Conducir bajo la tormenta, despedazado, desesperanzado, rodeado de humo... fumar. Pero ni para la desesperación supe tener, nunca, una buena imagen. Tú si la tienes. Sientes la cocaína galopar por la nariz, bajar por la garganta... un amargor similar al saboreado cuando se la chupabas a tu amigo. Muy parecido a la flema del dolor, a la arcada de odio que trago y trago una y otra vez hasta que me detengo cerca de Burgos para tomar un trago y comprar tabaco. Las señales horarias repican con fuerza bajo la lluvia que comienza, rítmicamente, a cesar. Son las cuatro de la madrugada. Aparece la luna entre las nubes. Una luna de paz, de oscuridad... casi de muerte. levanto mi vaso. Esta noche hay luna sucia. Esta noche la luna es una mierda.
"Esta noche la luna es preciosa..." piensas, mientras dibujas un corazón sobre el empañado cristal de tu habitación. Con un violento gesto del dedo índice -cansado de explorar tu anatomía hace un rato- lo borras. Te avergüenzas de haberte sorprendido en un acto tan romántico. El ridículo te recuerda a mí. Lo estúpido te recuerda, siempre, a mí. Afortunadamente la espalda que contemplas sobre la cama te provoca ganas de gritar "¡mira que luna!". Corre, despiértale. Díselo. Abrazaros desnudos bajo su luz... pero no, mejor no. Podría reírse de ti. No entenderte como yo te comprendía. Romper el frágil encanto. Eso de quebrar el encanto te ocurría conmigo, pero al revés. Tú siempre te reías de mí. Y no me comprendías. Además nunca fuiste así, romántica. Así que ahoga tu estúpido romanticismo en una rayita más. Y continúa con la emisión de dañinas miradas tras el vidrio mojado. Mojado como el parabrisas de mi coche lanzado por la autovía en dirección a Bilbao. Mojado como tus bragas. Huyo de amenazante teléfono del área de servicio. Una mirada y pensé: "No, realmente no son horas de llamar. Seguro que está dormida, sola, triste y agotada del trabajo". La calefacción destruye el vaho, pero no el de mi mente. Vaho que aparece, tímido y gris, tras tu mirada. Tampoco elimina el vaho que se ha formado, como una pared de ladrillos, pegado a mi sucio -sucísimo- corazón. Corazón sucio como la luna, hoy, embarrada.
Un volantazo. Un volantazo... un volantazo, un volantazo... Un puto volantazo. Tan sólo eso. Un volantazo y salirme de la carrera. Precipitarme al río, al páramo colindante (¿es el páramo del fracasado?). No. Me falta decisión para dar el volantazo de la paz. Sientes un escalofrío recorrer toda tu espina dorsal. Esa misma espina que antes, arqueada, suplicaba más y más. Apretada a la altura del hueso sacro. Cuando empujaba el pubis. Estás enfriada. De ahí el escalofrío. Llevas horas tras la ventana. Completamente desnuda. Desnuda y pegajosa. Pegajosa por sus babas. Por sus fluidos... y también por los tuyos. Surtidores de traición. Fuentes destructoras inagotables. Los únicos surtidores que contemplo y que no, no me son ajenos, son los de las gasolineras. Te metes de nuevo en la cama. Junto a él. Al hacerlo rozas su entrepierna con el talón. Un flash sacude tu cabeza. La mente te delata. Cómo es posible que un apéndice proporcione tanta felicidad... aunque bien pensado tus dedos -y en especial el índice- tampoco se quedan atrás. Y no tienes que soportarles a tus dígitos todo lo que sufriste conmigo. Él, profundamente dormido, se revuelve. Le abrazas. Posas la cabeza sobre su pecho y cierras los ojos plácidamente. Rebosas tranquilidad. La luz de la luna ilumina tenuemente la habitación que huele, agria, a sudor. El vaho tras el cristal se ha evaporado y un fuerte viento azota la ventana. Afuera la noche es tan fría... Si la noche es un momento tan frío para ti como lo es para mí... Te sumes en un reposado y satisfecho sueño. Sientes su cuerpo caliente latir al lado. Apresado por tus brazos. Y su mente por tu coño. Entras en calor. Abres los ojos para comprobar, una vez más y antes de dormir, que es realidad todo lo maravilloso que te rodea en esta jodida noche. Ves la luna tras el cristal, allí, en lo alto. Sin nubes. Con alguna estrella. "Hoy está preciosa, piensas, antes de dormirte de nuevo. Sigilosamente penetro en Bilbao. Ciudad desierta. Muerta en la dolorosa y fría madrugada del norte. Me detengo en un solitario semáforo en rojo que a gritos clama atención. Bajo la ventanilla y un gélido aire me azota reforzado con cierta pestilencia. La ría está cerca. Sobre mi cabeza la jodida luna parece advertirme de tu externa existencia colgada, aferrada a mi alma. Tu recuerdo es la luna. Esta noche la luna es una mierda.
El cuero del volante no es el cuero de tu piel, pero su tacto provoca los mismos callos que se enquistaron en mi corazón... Subo por Sabino Arana en busca de un lugar donde aparcar y, aparcar también, mi arrastrado ánimo. Mientras vago por al lado de la ría y me empapo de su infecto aroma tú sueñas... eres feliz. Eres feliz en sueños. Ya no existo. Caminas pacíficamente por las calles de una luminosa ciudad. Le llevas de tu brazo. Continúa, continúa con los sueños... Amanece un tímido sol. Encuentro una tasca que acaba de abrir. Intento desayunar algo. recalientan un poco de caldo sobrante de la noche anterior. Miro un calendario y comprendo, ahora, a qué se debe el repugnante aspecto del suelo del bar. Hoy es sábado. Periódicos extendidos sobre el piso. Por encima de nosotros ha pasado, como un ciclón, la asquerosa noche del viernes. Pelarzas de gambas, restos de comida, palillos... todo cubre el piso. Afuera, sobre la todavía húmeda calle, serrín y vino se conjugan en un pegajoso liquidillo color arcoíris. Pringosas vomitinas reposan sobre el empedrado. San Mamés al fondo preside la estampa de mierda. Tras un eructo decido regresar. Tan sólo son las ocho. La mañana planea sobre Licenciado Poza. la mierda planea sobre mi ser. Atravieso Bilbao a toda velocidad. Las ventanillas bajadas del coche congelan mi cara. El olor, el olor... ese olor de Bilbao que te hace saber que estás allí... como tu colonia hace que te recuerde una y otra vez. Una y otra vez, una y otra... Y el pestazo a vómito-vino-serrín-sudor-estiércol-resaca me inunda. Junto a la ría pienso vez más en el volantazo. Pero lo desecho de mi vida de deshecho. Estoy desecho pero aún soy capaz de plantarle cara a la realidad (¿pero soy capaz de plantarle cara a algo?). Una realidad que te golpea con los rayos del sol sobre la cabecera de la cama. Son las nueve. te levantas para disfrutar del sábado. Mueves el culo hacia la ducha. Un latigazo en tu corazón te hace recordar como lo movías al hacer el amor con él. Aún duerme plácidamente. Sí, está ahí. Es tuyo. Continúa atrapado bajo las sábanas. Bajo el peso de tu clítoris. El agua cae por tu cuerpo. Se atrancan las gotas en el recio vello del pubis... hasta rodar en catarata de olvido. Para ti ya no existo. Llamo por teléfono desde la carretera. No contestas. El duerme y disfrutas tanto de tu cuerpo -pezones erectos- que no eres capaz de escuchar un S.O.S matinal proveniente de un desahuciado. De un desahuciado por ti que pide, clama e implora, ayuda. Socorro. He colgado. Tras oír tu voz en el mensaje del contestador. Arriba, en el cielo, la luna pálida lucha por persistir junto al sol. Pero el astro ya ciega todo lo que rodea. Como tu abrazo. Una pálida luna... esta noche la luna fue una mierda... si la noche fuera un momento tan frío para ti como lo ha sido una eternidad para mí...
Ni un automóvil camino de Madrid. Camino del infierno. Viajo, como siempre, sin compañía. Sin copiloto. El desayuno es mermelada en su boca y mantequilla en tus caderas. Es goma y llanta. Frío y barro para mí. Café y azúcar, sus músculos en una luminosa matinal. Pasar el día de compras. Ir del brazo por el Retiro. Besarse con calma. Eternamente. Dar de comer a los patos y alimentar el olvido de mi recuerdo. Comer en un restaurante y reír a carcajadas. Sonrisa contra sonrisa. Llegar a Madrid a la hora de comer. Odio el sol que me recibe. Yo estoy oscuro y eclipsado. Escucho tu contestador al llamarte de nuevo. Inútil, hago intento por dejar mensaje. No hay valor, me falta decisión. Silencio y cuelgo. Inútil dejar mensaje... inútil luchar ya más por ti. Tengo todos los huesos doloridos. Me siento como un perro mojado por la lluvia. Con su fétido olor desprendido. Apaleado por algún portero. El hueso de tu corazón se destruye al sentir el hueso de su pene al abrazaros. Cómo le deseas... Rosas, carreras bajo el gélido cielo de la capital, sesiones de cine y copas al atardecer. Yo, mientras, sollozo tras la cafetera, en la cocina de mi casa. Lloro parapetado en té con limón, en alguna mesita de algún lugar, frente a una pareja que se besa sonoramente tras haberse perdonado no sé qué estupidez. Perdón... perdón... tan sólo eso: perdón.
La tarde se acogota en el crepúsculo. Por encima de los tejados berrea en vano intento de no extinguirse. te preparas para disfrutar de esta noche de sábado. Para formar parte de ese grupo de elegidos, de afortunados, que se jactan de poder compartir cúbitos de hielo y chundaratas a la luz de los neones. A la luz de la luna, por supuesto. Que se aprietan fuertemente unos contra otros en las esquinas, en los portales, amparados por claroscuros en los asientos traseros de coches, butacas de cines o paradas de autobuses a medianoche. El telón nocturno cae como capa que cubre, vela, mi propio dolor. Las capas de esmalte se resecan en tus uñas como el reguero de semen entre tu escote. Tus labios brillan -y la luna también- e introduces un preservativo en el bolso que luego, enredada en la cama, te introducirán a ti. Dentro de ti. Dentro de tu cuerpo. Dentro de tu vagina y dentro de tu boca. Y hasta puede que dentro de tu culo. Ese que meneas respingón. La noche de cierne de nuevo. La luna vuelve a ser una mierda esta noche... tan fría para mí.
Un tacón pueden resbalar dolorosamente sobre un charco y un tobillo torcerse e hincharse. Mi nombre resbala por el sumidero de tu ignorancia y tu recuerdo se retuerce e inflama mi corazón. La luna pálida palpita. El mensaje en el contestador brama. Tú y tu amigo sois felices otra noche más. Escucho tu voz y cuelgo de nuevo. Comprendo la inutilidad de buscarte por donde da la vuelta el aire, por donde da la vuelta tu nombre. Es absurdo. Es que es absurdo. Resulta absurdo. Absurdo. Absurdo, absurdo, absurdo... Absurdo. Nunca te encontraría. Además, has regresado pronto a casa. Ardías bajo la minifalda. Se incendiaban sus vaqueros. Os habéis devorado el uno a otro de nuevo. Has gozado de esos momentos en los que tu pelvis ha ignorado el recuerdo del empuje de otras caderas. Otras caderas que empujaban. En el pasado remoto y triste. Otro recuerdo empujaba para extraviarse, al final, en el orgasmo del olvido. Apercibido de extinción en el último rincón de tu mente. En el rincón más remoto, en la cavidad más escondida, en el pliegue más recóndito de tu vagina, en el milímetro más sensible de tu clítoris, en el sitio más acalorado, en las suaves curvas, en todos y cada uno de tus conductos. El recuerdo de otro cuerpo sudoroso. De mi cuerpo sudoroso. De otra boca jadeante. Mi boca. De otra lengua rasgante, de otro olor ácido, de otra sensación entre tus piernas. De otra ropa interior tirada, de un sabor diferente. De otros fluidos distintos. El pecho sube y baja excitado al compás de los latidos de mi corazón y del timbre de teléfono que comunica. Lo has descolgado. La lámpara de tu habitación se parece a la mierda de la luna. La cocaína es blanca y el hombre al que amas está en tu cama, al que amaste ya lo has olvidado. Pero está, en la fría noche y bajo la mierda de luna, pensativo. Recordándote. A ti. A ti... Por calles y bulevares, bares y cafés, lloro, sufro por ti...
Un nuevo amanecer. la madrugada de un domingo siempre resulta tranquila. Una paz que inquieta a los corazones acurrucados de nuevo bajo las sábanas ya que no encuentran nada en absoluto que compartir. No encuentran a nadie con quién compartirse... Un amanecer de tristeza, de penuria y miedo, de dolor... el viento sopla en las esquinas. La lluvia se clava en las costillas y en el alma. Desayunar a primera hora de la mañana con el ritmo del televisor como única compañía. Cursos de inglés o la Santa Misa. Caricias en la ducha. Tu ducha. Felicidad removida en la negra taza de café. Sexo pegajoso como la mermelada de melocotón sobre el croasán a la plancha. La gente acude a la iglesia o al parque. La amargura acude a mi cabeza.
Escampa y el sol se desprende de entre las nubes. Vuelvo a llamarte. Contesta una voz de hombre. Me habré equivocado. Marco de nuevo mientras te marchas con él a explotar de alegría entre los cálidos rayos dominicales. A insultar con tu alegría. Ahora me responde el contestador. Con su voz. La voz de un hombre dice que NO ESTÁIS en casa. Cuelgo desolado. Estaba desolado. Estaba dispuesto a dejar mensaje. Ahora estoy dispuesto a degollarme con mi afilada desgracia.
Todo mi valor por el fregadero... la jodida telefonía.


Ya no queda tiempo, ni espacio tampoco, para cambiar un destino inalterable. Es imposible variar el futuro que me toca vivir desde ahora. Tal vez ejecute alguna llamada de teléfono para escuchar tu voz y decepcionarme al oír la suya. La de tu hombre. Para una vez que no me había faltado decisión... Tal vez apurar un poco la copa del odio. Conducir de camino a un infierno y abandonar otro. De camino a mi propio infierno y vuelta a empezar... todo se reduce a una cuestión: cuándo, dónde y cómo y -en especial- sobre qué o quién terminar por eyacular encima. Esta es la única cuestión, borracha, extraviada en las Siete Calles de mi desesperación.

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