*Esta columna se publicó originalmente en el sitio achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/literatura-genero-distopico-ficcion-realidad/
Esta
semana he terminado de ver la serie Black
Mirror, una producción impecable emitida en el formato de compilación, es decir, con episodios
que se pueden ver independientemente unos de otros, pero que juntos conforman
un todo; un universo particular. Y en este caso, el universo de Black
Mirror es una sociedad futura
en la cual los avances tecnológicos pretenden hacernos la vida más sencilla.
Sin embargo, eso no es así, y al final la utopía
de la ciencia se convierte en la esclavitud del hombre. La serie me ha
llevado a reflexionar sobre este tipo de universos ficticios en donde el
presunto bienestar oculta un grado de opresión y sufrimiento intolerable para
el ser humano. Es lo que se ha venido a denominar literatura distópica, y me pregunto: ¿es tan solo una ficción?
En
Black
Mirror todos los personajes se mueven en un universo similar, aunque
pertenezcan a diferentes capítulos: un mundo sobre-tecnificado en donde las
mejoras cibernéticas que pretendían facilitarnos la vida, precisamente, nos la
complican. Aparte de advertirnos del lado siniestro de la ciencia, y de la
catástrofe que significa la mala aplicación de la tecnología, en muchos de los
escenarios se nos presenta un Estado
que, en pos del bienestar de sus ciudadanos, ha implantado medidas que resultan
opresivas. Estas tramas nos conducen directamente a la literatura de género distópico, algo a lo que, visto
el panorama actual, quizás deberíamos prestar mucha más atención.
La distopía se contrapone, evidentemente,
a la utopía. Utopía (Alianza Editorial) fue un libro escrito
por Tomás Moro en 1516, con el explicativo subtítulo de Libro del Estado ideal de una República en
la nueva isla de Utopía. Utopía será,
de esta manera, el Estado político
ideal. Y por su propia idealidad, imposible e inexistente. Sin embargo, la
proposición de Moro era muy
atractiva.
Ahora
bien, ¿qué ocurriría en el seno de un Estado
perfecto? ¿Sus habitantes serían más felices o más infelices? ¿Mediante qué
resortes puede el Estado imponer esa
presunta perfección? Dilemas demasiado atractivos como para no dar lugar a
algunas de las mejores novelas de la historia de la Literatura, más aún cuando el siglo
XX, con el comunismo y el nazismo, pretendió encarnar el gobierno utópico amparado en las dos
ideologías más criminales que hayan existido.
Producto
de esta inquietud, los escritores han ido poniendo en pie un nuevo género
literario, el género distópico. En
estas novelas siempre se muestra un sistema político y social que, amparado en
el bienestar de los súbditos, esconde un régimen totalitario represivo y
sanguinario, en donde se desarrollan las mayores aberraciones con objeto de
perpetuarlo: desde eugenesia y
sacrificios rituales de la población, pasando por mentiras y manipulaciones de
la realidad, hasta torturas,
prohibiciones de los derechos fundamentales en aras del beneficio social y,
finalmente, opresión, guerras, genocidios
y muertes.
Una
de estas primeras novelas distópicas
fue Los
viajes de Gulliver (Alianza
Editorial), de 1726. La obra, de
Jonathan Swift, está escrita con
cierto espíritu satírico para denunciar los Estados europeos, los peligros de los avances científicos…, en una
obra que es mucho más que un relato infantil-juvenil. Después, en 1885, H. G. Wells y La máquina del tiempo (Valdemar) se encargaron de viajar a una
época en donde la sociedad de los Eloi vive
instalada en la despreocupación paradisiaca, pero albergan su reverso en los Morlocks, criaturas salvajes y asesinas
que representan esa paradoja de la sociedad perfecta. No puede existir una
utopía sin su correspondiente distopía.
Mucho
más interesante me resulta Nosotros (Akal) del ruso Evgueni
Zamiátin, que escribió esta novela en 1924
y, al amparo de los regímenes totalitarios del siglo XX, se convirtió en la obra fundamental sobre la que se han
ido apoyando el resto de novelas distópicas
posteriores. Esta novela surge como un rechazo a la Revolución Rusa, denunciando algunos de esos pilares fundamentales
que buscaban imponer la hermandad y la fraternidad universales: el sacrificio
de vidas humanas en pos de los ideales, la figura de un líder de naturaleza
casi divina —el Benefactor— y los
resortes de violencia que hacen posible que un régimen así cristalice. Una
buena novela para recomendar a todos aquellos que todavía defienden que, a
diferencia del nazismo y para marcar
una estúpida zanja que separe a ambas ideologías asesinas, las ideas comunistas
eran unos bellos ideales que se llevaron mal a la práctica.
El
índice de deshumanización es tal en
la sociedad distópica de Nosotros
que los ciudadanos poseen nombres-matrícula.
Y cuando es necesario, son lobotomizados
para que no creen problemas. La obra de Zamiatin,
capital en el gènero distópico, lo
llevó a tener que exiliarse de la recién nacida Unión Soviética. Nosotros, es una de las tres grandes
novelas distópicas del siglo XX. Las otras dos son: ¿Un
mundo feliz? (Debolsillo) de
Aldous Huxley y 1984 (Austral) de George Orwell, y ambos autores han reconocido la deuda que poseen
con el ruso.
La
novela de Huxley, de 1937, nos coloca en un Londres futuro en donde una sociedad
ultra tecnológica controla las emociones de los súbditos inhibiéndolas mediante
una droga llamada Soma, que los
convierte en una especie de esclavos del sistema. Por su parte, 1984 es una obra mucho más conocida, por
su acertada adaptación cinematográfica, y a que la mayoría de sus vaticinios
sobre nuestro futuro se han ido cumpliendo de forma aterradora.
En
1984 existe un Ministerio de la Verdad que se dedica a manipular la Historia, eliminando grandes partes de
ella y supliéndolas por mentiras; hay una Policía
del Pensamiento y un Partido
único regido por el Gran Hermano que
alimenta un continuo estado de guerra contra un archienemigo ficticio, para
alienar así a los ciudadanos, que se comportan como maniquíes al servicio del
sistema. La similitud con ciertos aspectos de nuestra realidad es pasmosa,
diríase que aterradora.
Aquí
os dejo la secuencia inicial de la adaptación al cine, que refleja lo que se
denominan como “los dos minutos de odio”:
A
estas obras capitales se pueden añadir algunas otras bien interesantes que
tocan el género distópico de forma
tangencial, o desde otras perspectivas: Rebelión en la granja (Destino) del propio Orwell, Fahrenheit 451 (Minotauro) de Ray Bradbury, La naranja mecánica (Booket) de Anthony Burguess —con su espectacular adaptación cinematográfica
por mano de Stanley Kubrick— o El
palacio de los sueños (Cátedra)
del albanes Ismaíl Kadaré, en donde
todo un Estado pretende conocer el
contenido de los sueños de sus súbditos como una forma de adelantarse a las
posibles conspiraciones.
Aquí
os enlazo a un par de reseñas críticas sobre la novela de Ismaíl Kadaré, que
pueden resultar útiles para ampliar información:
Me
he referido en esta columna, de una forma fugaz, a este tipo de literatura
únicamente mencionando algunas de las obras y de los escritores más notables
del género distópico. Por supuesto,
y no es este lugar para ello, sus tramas y estructuras son riquísimas,
presentando, además, toda una serie de similitudes entre ellas, especialmente a
la hora de retratar a los personajes protagonistas que intentan sublevarse al
rodillo totalitario del bienestar impuesto, sin conseguirlo.
Dejando
a un lado esas consideraciones que darían para una amplia clase de literatura, no puedo dejar de pensar en
que la percha de ciencia ficción
sobre la que se afirma el género
distópico, quizás, no sea tan ficticia, y que los avances tecnológicos que
aparecen en estas novelas, o en la serie de Black Mirror, si no han
llegado ya se encuentran a la vuelta de la esquina.
Quiero
decir con esto que, tal vez, nuestra tan cacareada democracia occidental, nuestra sociedad de consumo, nuestro Estado del bienestar, cada vez esté
derivando más hacia un totalitarismo
que impone el pensamiento único,
sanciona lo políticamente incorrecto,
castiga la capacidad de pensar de forma
individual y trata de mantenernos la mayor del tiempo alienados en el
consumo del ocio y en estado de pánico
gracias a una milimétrica desinformación
cuyo objeto es que no seamos capaces de pensar por nosotros mismos y
formularnos algunas preguntas que, de hacerlo, podrían terminar con el sistema
que, tan vanidosamente, ser jacta de ser la mejor forma de gobierno para los
hombres.
¿Lo
es? ¿Somos hombres o ya somos otra cosa, una especie acogotada, aplastada y
reprimida que juguetea con la tecnología, los móviles, las películas en 3D, los ordenadores de última
generación, y nos creemos que lo controlamos y que lo sabemos todo cuando, en
realidad, es completamente al revés, que estamos esclavizados por un sistema falsamente liberal que nos ahoga?
¿No
estaremos viviendo la mayor de las distopías
sin ser capaces de entenderla? Tal vez en las lecturas de estas novelas, o en
la serie Black Mirror podamos
encontrar un espejo que refleje alguna respuesta que consiga despertarnos de la
estupidez.
.
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