miércoles, 6 de abril de 2011

El corazón arponeado


Saliste una tarde, cuando ya se ponía el sol, en tu barquito algo desvencijado (que todo hay que decirlo) -desvencijado por la soledad y el óxido-. Navegabas sin rumbo, hasta que te topaste con mi túmulo. Allí yacía yo, enterrado en mi cofre marino. Quizás pensaste en Celán, quizás. Yo, en mi enterramiento, no dejaba de recordar que bajo las tumbas de los poetas se oculta un corazón arponeado, el mío, sobre el que lanzaste tus dardos tan certeros como venenosos. Tan repletos de vida como rezumantes de muerte.
Requiescat In Pace.

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