martes, 10 de septiembre de 2013

Teoría y práctica de la ficción



Con Francisco –siete años- y viendo Doraemon, el gato cósmico:

-Ese Nobita es medio tonto-, le digo.
-¿Cómo va a ser tonto si es un personaje de dibujos animados?, me dice.

Francisco, siete años, acaba de derruir, incluso se diría que deconstruir, dos siglos largos de teorías literarias y, para gran placer mío, pateado la psicocrítica, el estudio de análisis de personajes y se ha ciscado en Barthes, Eco, Paul de Man, Wellek, Hamburguer y toda la corte celestial de la crítica.

Y yo que me alegro.

Y luego me apresuro a devolver en secretaría algunas matrículas de honor obtenidas en mi pasado, vinculadas en cierto modo a que Doraemon, incluso Nobita, son personajes de dibujos animados y ni son listos ni bobos, ni sienten ni padecen, ni han tenido infancias que los hayan marcado: son ficción, monigotes, sí, monigotes, señores críticos. Y lo mismo ocurre con Fanboy y Chum Chum, y con Raskolnikov y, ya que nos ponemos, con Holden Caulfield, el barón de Charlus, Pascual Duarte, Kafka Tamura, y Josef K., el Caballero del verde Gabán y el coronel Aureliano Buendía.

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