Cuando desperté, las dos torres continuaban, todavía, ahí: pero
resquebrajadas: heridas sus estructuras por las que, como un húmero roto
asomado por la piel tumefacta, goteaban los pedazos de huesos retorcidos. En la
basa de cada columna una letra escrita en alabastro: la T y la M. Con un
bramido aterrador, primero se derrumbó la torre que contenía la T. Al poco, y
sobre mi sexo, se desplomó la torre de la M. Sobre el polvo de las ruinas era
consciente: para mi efímera vida de insecto se había colapsado una era y empezaban eones bajo la
héjira del pavor, el dolor y la muerte: una etapa medieval y pestífera de mi
propio conocimiento.
(pintura: El hombre en ruinas -Karl Hofer-).
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