
-¡Elija la vida, rechace la muerte!
-¡Silencio! ¡No hable en alto, este es un lugar de oración!
La mujer, de rostro asediado por la vejez y la piel de
rones por el trabajo en el campo, no dejaba de
gritarle al vigilante:
-¡Elija la vida, rechace la muerte!
El vigilante, con una placa de
identificación en la que podía leerse "
búho" y el pelo cortado a cepillo, reaccionó con brutalidad: un empujón desplazó a la
mujer, que patinó por los escaques de la Catedral en un grotesco
curling caribeño. Quedó frente a una imagen de San José y, a gritos, se dirigió a ella:
-Soy María
Fernanda Valbuena, madre de tres hijas y natural de
Cartago, y te pido que tengas compasión...
El vigilante la sujetó del
brazo para despacharla
de la Catedral. La gente miraba con asombro,
indignación y compasión. Incluso un
proyectucho de escritorzuelo tomaba notas mentales para reproducir
miméticamente en su blog el suceso.
-¡Le he dicho que se calle!
La mujer, al sentir la presa metálica en su piel, se revolvió y le chilló al guardia:
-¡Elija la vida, no la muerte!
Pero él no tuvo necesidad de elegir. Un
golpetazo en la cara sumió a María
Fernanda, natural de
Cartago, en la espiral de la
vergüenza. Y fue, tal vez, como si todo el
azúcar de las cúpulas se
desmoronara sobre ella.
Y yo, pobre estúpido, tan sólo pude refugiarme del dolor punzante de aquella escena arrastrando mis pensamientos por las frescas losetas de la Catedral y pensando, una vez más, en ti, enmarañada en las redes de Internet.