viernes, 17 de noviembre de 2017

Pink Tones en Madrid: El guitarrista a las puertas del alba


La crónica de este concierto apareció en achtungmag.com:

http://www.achtungmag.com/pink-tones-madrid-guitarrista-las-puertas-del-alba/


¿Qué significado tiene un grupo como Pink Tones, que roza la excelencia en la interpretación de las canciones de Pink Floyd? ¿Lo que despliegan sobre el escenario se ajusta a la definición de “grupo-tributo” o son algo más, muchísimo más? ¿Cómo es posible que sus fieles continúen siendo tan fieles, y que llenen las salas en donde tocan? Y sobre todo, ¿cómo se puede ofrecer, hoy en día, un espectáculo de casi tres horas de música? Las respuestas se encuentran en el viaje psicodélico con ribetes progresivos que Pink Tones proponen en cada concierto.

1-Despegue de la nave a velocidad interestelar

La propuesta de Pink Tones es tan sencilla como compleja: ejecutar canciones de Pink Floyd, como cuando una orquesta sinfónica ataca la partitura de La Sinfonía del Nuevo Mundo de Antonín Dvořák, o composiciones de Ígor Stravinski. Porque, en efecto, no existe diferencia, y ningún rubor, a la hora de calificar la suite Echoes, por ejemplo, y las escalas pentatónicas de la guitarra de David Gilmour, como música clásica.

Pero Pink Tones alcanzan más allá cuando penetran en lo borgiano, y de su mano, en lo cuántico. Porque fue el escritor argentino Jorge Luis Borges quién selló unos versos inmortales en su poema titulado La lluvia:

Bruscamente la tarde se ha aclarado
Porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado”.

La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado”, como la música de Pink Tones, propuesta cuántica de eterno retorno, que recupera una música que ocurre ahora, sobre el escenario de La Riviera, pero que ocurrió en el pasado, y que se proyecta de forma eterna en el futuro. La travesía musical es una propuesta para subir a bordo de una nave, un gran contenedor musical con destino a lo infinito. Y a lo eterno, porque, al fin y al cabo, todo esto no se trata más que de eternidad.

Canciones como Time, The Great Gig In The Sky, Brain Damage, Eclipse, Echoes o Shine On You Crazy Diamond, no hacen sino incorporarnos a esa gran aventura interestelar; nos hacen partícipes, como público, de esa tripulación. Es como si nos integrásemos en el interior de ese gran disco de oro albergado en el vientre de la sonda Voyager 1, con diferentes sonidos y composiciones grabadas como regalo a las civilizaciones de planetas ubicados más allá del cinturón de Kuiper.

No diría que la formación de Pink Tones se asemeje a la del Enterprise o a la del Nostromo, ni tan siquiera a la del Halcón Milenario. Más bien, es una Brigada Espacial comandada por Álvaro Espinosa al mando de su guitarra gilmouriana, escoltado por dos magníficos sobrecargos: en el bajo Edu Jerez, y en la guitarra y el saxofón, Pipo Rodriguez.

No hay tripulación espacial que no se precie de contar entre sus filas con el hombre duro que aparece con su fuerza para solucionar todos los problemas que requieren algo más que técnica: si hay que salir al exterior a cerrar una escotilla encallada, adentrarse en la bodega de carga para abrir una válvula salvadora, o arrojar a un Alien al espacio exterior y de vuelta con la madre que lo parió; para todo eso, Toni Fernández, el batería —que además introduce, en el momento exacto, el mejor bombo de la historia del rock, el de One Of These Days—.

Los viajeros cósmicos despiertan de su animación suspendida, como flotando en una resaca de psicodelia arropada por la introducción gélida de esos sintetizadores profundos y helados de Shine On You Crazy Diamond, capaces de segar de raíz cualquier dolor de cabeza; entonces, acuden a ese inmenso comedor aséptico y blanco, en donde resucitan con el aroma de su primera taza de café después de un sueño de años luz, y suelen toparse con el resto de la tripulación, que sonrientes, les dan unos buenos días atemporales.

Allí, terminan su desayuno espacial las dos vocalistas del grupo, Cris López (y su monumental poderío en The Great Gig In The Sky) y Suilma Aali, junto a un miembro determinante para el grupo y la conducción a buen puerto de la nave Pink Tones. Se trata de Lord Farfisa, el hombre de los teclados, el piloto Nacho Aparicio.

En gravedad cero, la música comienza a sonar. Objetivo: manejar los controles para alcanzar el corazón de todos los que estamos escuchándolos, boquiabiertos.

2-El Doppelgänger bueno o una historia de Jekyll y Mr. Hyde sin maldad

Según algunas sagas nórdicas, existe un doble maligno de cada persona, que se denomina Doppelgänger, y coincidir con él no es un buen augurio, desde luego. Así lo entendieron los cuentistas románticos alemanes, como E.T.A Hoffmann, el mago del horror norteamericano Edgard Allan Poe y, como no, el escocés Robert Louis Stevenson y su legendario Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

Mientras la nave sónica surca las escalas musicales del planeta Pink Floyd, algo así como ese planeta-océano de pensamiento que es el Solaris de Stanisław Lem, me siento obligado a reflexionar sobre las evoluciones de estos viajeros. Una cosa tengo muy clara: no son clones de Pink Floyd, ni siquiera son epígonos, y ni mucho menos son el Doppelgänger de la mítica banda.

En Pink Tones se da un extraño fenómeno de doble personalidad, un curioso caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, en donde el señor Hyde es un gemelo positivo. Todos los integrantes adoptan sus roles de Gilmour, Waters, Mason y Wright, de una forma positiva, elegante, mayúscula, logrando la proyección de una imagen en relieve de un grupo de intérpretes, virtuosos, que siguen una partitura clásica.

Pink Tones es un cuarteto de cámara (si dejamos a parte a las vocalistas), que ataca piezas de compositores clásicos. Igual que ovacionábamos a Claudio Abbado, Lorin Maazel o Nikolaus Harnoncourt en sus inmortales ejecuciones de Mahler, Sibelius o Mozart, o recientemente a Simon Rattle con  Dvořák o a Riccardo Muti con Beethoven, debemos aplaudir ahora de forma incondicional la personalización de la partitura de Pink Floyd que realizan Pink Tones.

De esta forma, entendiendo al grupo como lo que es, una pléyade de expertos y admiradores del rock clásico, podemos alejarnos de la idea de que Pink Tones son un “grupo-tributo”, un epígono o un gemelo maligno de los británicos. Así, concluimos que estos intérpretes brillantes son una especie de Doctores Jekyll que se alimentan de una pócima maravillosa que los transforma en unos Mr. Hyde al pisar el escenario, justo cuando se encienden las luces de irisaciones rojizas y arrancan los acordes de la canción The Return Of The Son Of Nothing.

La magia cuántica de la bilocación provocada por el ensalmo de la música, ubica en el escenario a los Floyd y a los Tones a la par, y el Mr. Hyde es, ahora, un Mr. Hyde bondadoso que en ningún caso saldrá por Londres a sembrar el terror con su maldad, sino que derrama su cornucopia de felicidad sobre el público madrileño.

Tal vez sea como en ese cuento de E.T.A Hoffmann, El caballero Gluck, cuando el narrador se topa con el compositor Willibald von Gluck veinte años después de su muerte, vagando a la captura de la esencia que conforma el verdadero elixir de la música. Quizás sea esa pócima de la que han bebido los integrantes de Pink Tones, entre bambalinas, poco antes de entregarnos su asombro.

3-El guitarrista a las puertas del alba

La nave de Pink Tones tiene forma de triángulo, muy parecida a ese triángulo que aparece en la portada del disco The Dark Side Of The Moon. El viaje ha alcanzado la singularidad de las espirales de las constelaciones en la interpretación de Echoes y ahora, como si el módulo se liberara de una parte de su cohete justo al alcanzar la heliopausa y abandonar las más remotas fronteras de lo cósmico, se prepara para saltar a la velocidad-luz.

El show, el recorrido sonoro, se parte por la mitad en ese salto vertiginoso. In The Flesh? restalla como esos fuegos multicolores serpentean en los cristales del Halcón Milenario, y el segmento compuesto por los temas de The Wall conduce al nirvana, más allá del espacio y del tiempo.

El objeto volante, la nave triangular, el platillo de Pink Tones se aproxima al término del concierto, pero no de su viaje. Run Like Hell y, como no, Confortably Numb, rubrican una nueva obra maestra de casi tres horas de duración. Álvaro Espinosa interpreta ese solo final con la determinación de un astronauta que se sabe camino del espacio profundo, de la zona interestelar, un musiconauta en misión de exploración de los límites, de los bordes de un enigma tan ingente como el cosmos mismo, y que representan las canciones de Pink Floyd.

Alvaro Espinosa es, entonces, un guitarrista punteando cercano a las puertas del alba, justo en el instante en que aparece, en una pantalla, la proyección de una fotografía con los miembros de Pink Floyd. Ellos fueron los pioneros, los primeros en adentrarse en los terrenos celestes desconocidos, Odiseos a la búsqueda de una Ítaca remota detrás de cada acorde, de cada nota, dejándonos un legado imposible de borrar.

Los miembros de Pink Tones prosiguen la senda de esos pioneros, derramando esa música como una música de ayer, de hoy y de siempre.

Al salir de La Riviera me da la sensación de que el tímido otoño de la capital se ha enfriado un poco y ha decidido rociarnos con unas leves gotitas de lluvia. Mentalmente, anoto en el diario de a bordo de mi nave personal, en la bitácora de mi viaje, que la lluvia, como dijo Borges, es algo que sin duda sucede en el pasado, pero que como las canciones de Pink Floyd siempre pertenecerá al futuro.

Se trata de una lluvia que conforma ese futuro luminoso y pintado de psicodelia que Pink Tones acaban de adherirme a la piel como un tatuaje cósmico y que brilla fulgurante en mi interior mientras me aproximo hacia el alba.

                                                          

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