La crónica de este concierto apareció en achtungmag.com:
http://www.achtungmag.com/pink-tones-madrid-guitarrista-las-puertas-del-alba/
¿Qué significado tiene un grupo como Pink Tones, que roza la excelencia en la interpretación de las canciones de Pink Floyd? ¿Lo que despliegan sobre el escenario se ajusta a la definición de “grupo-tributo” o son algo más, muchísimo más? ¿Cómo es posible que sus fieles continúen siendo tan fieles, y que llenen las salas en donde tocan? Y sobre todo, ¿cómo se puede ofrecer, hoy en día, un espectáculo de casi tres horas de música? Las respuestas se encuentran en el viaje psicodélico con ribetes progresivos que Pink Tones proponen en cada concierto.
1-Despegue de la nave a velocidad
interestelar
La
propuesta de Pink Tones es tan
sencilla como compleja: ejecutar canciones de Pink Floyd, como cuando una orquesta sinfónica ataca la partitura de
La
Sinfonía del Nuevo Mundo de Antonín
Dvořák, o composiciones de Ígor Stravinski. Porque, en efecto, no existe diferencia, y ningún
rubor, a la hora de calificar la suite Echoes,
por ejemplo, y las escalas pentatónicas de la guitarra de David Gilmour, como música clásica.
Pero
Pink Tones alcanzan más allá cuando
penetran en lo borgiano, y de su
mano, en lo cuántico. Porque fue el
escritor argentino Jorge Luis Borges
quién selló unos versos inmortales en su poema titulado La lluvia:
“Bruscamente la tarde se ha aclarado
Porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado”.
“La lluvia es una cosa que sin duda sucede en
el pasado”, como la música de Pink
Tones, propuesta cuántica de
eterno retorno, que recupera una música que ocurre ahora, sobre el escenario de
La Riviera, pero que ocurrió en el
pasado, y que se proyecta de forma eterna en el futuro. La travesía musical es
una propuesta para subir a bordo de una nave, un gran contenedor musical con
destino a lo infinito. Y a lo eterno, porque, al fin y al cabo, todo esto no se
trata más que de eternidad.
Canciones
como Time, The Great Gig In The Sky,
Brain Damage, Eclipse, Echoes o Shine On You Crazy Diamond, no hacen sino incorporarnos a esa gran
aventura interestelar; nos hacen partícipes, como público, de esa tripulación.
Es como si nos integrásemos en el interior de ese gran disco de oro albergado
en el vientre de la sonda Voyager 1,
con diferentes sonidos y composiciones grabadas como regalo a las
civilizaciones de planetas ubicados más allá del cinturón de Kuiper.
No
diría que la formación de Pink Tones
se asemeje a la del Enterprise o a
la del Nostromo, ni tan siquiera a
la del Halcón Milenario. Más bien,
es una Brigada Espacial comandada
por Álvaro Espinosa al mando de su
guitarra gilmouriana, escoltado por dos magníficos sobrecargos: en el bajo Edu Jerez, y en la guitarra y el
saxofón, Pipo Rodriguez.
No
hay tripulación espacial que no se precie de contar entre sus filas con el
hombre duro que aparece con su fuerza para solucionar todos los problemas que
requieren algo más que técnica: si hay que salir al exterior a cerrar una
escotilla encallada, adentrarse en la bodega de carga para abrir una válvula
salvadora, o arrojar a un Alien al
espacio exterior y de vuelta con la madre que lo parió; para todo eso, Toni Fernández, el batería —que además
introduce, en el momento exacto, el mejor bombo de la historia del rock, el de One Of These Days—.
Los
viajeros cósmicos despiertan de su
animación suspendida, como flotando en una resaca de psicodelia arropada por la
introducción gélida de esos sintetizadores profundos y helados de Shine On You Crazy Diamond, capaces de
segar de raíz cualquier dolor de cabeza; entonces, acuden a ese inmenso comedor
aséptico y blanco, en donde resucitan con el aroma de su primera taza de café
después de un sueño de años luz, y suelen toparse con el resto de la
tripulación, que sonrientes, les dan unos buenos días atemporales.
Allí,
terminan su desayuno espacial las dos vocalistas del grupo, Cris López (y su monumental poderío en The Great Gig In The Sky) y Suilma Aali, junto a un miembro
determinante para el grupo y la conducción a buen puerto de la nave Pink Tones. Se trata de Lord Farfisa, el hombre de los teclados,
el piloto Nacho Aparicio.
En
gravedad cero, la música comienza a sonar. Objetivo: manejar los controles para
alcanzar el corazón de todos los que estamos escuchándolos, boquiabiertos.
2-El Doppelgänger bueno o una historia
de Jekyll y Mr. Hyde sin maldad
Según
algunas sagas nórdicas, existe un doble
maligno de cada persona, que se denomina Doppelgänger, y coincidir con él no es un buen augurio, desde
luego. Así lo entendieron los cuentistas románticos alemanes, como E.T.A Hoffmann, el mago del horror
norteamericano Edgard Allan Poe y,
como no, el escocés Robert Louis
Stevenson y su legendario Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
Mientras
la nave sónica surca las escalas musicales del planeta Pink Floyd, algo así como ese planeta-océano de pensamiento que es
el Solaris
de Stanisław Lem, me siento
obligado a reflexionar sobre las evoluciones de estos viajeros. Una cosa tengo
muy clara: no son clones de Pink Floyd,
ni siquiera son epígonos, y ni mucho menos son el Doppelgänger de la mítica banda.
En
Pink Tones se da un extraño fenómeno
de doble personalidad, un curioso caso de Dr.
Jekyll y Mr. Hyde, en donde el señor
Hyde es un gemelo positivo. Todos los integrantes adoptan sus roles de Gilmour, Waters, Mason y Wright, de una forma positiva,
elegante, mayúscula, logrando la proyección de una imagen en relieve de un
grupo de intérpretes, virtuosos, que siguen una partitura clásica.
Pink Tones
es un cuarteto de cámara (si dejamos a parte a las vocalistas), que ataca
piezas de compositores clásicos. Igual que ovacionábamos a Claudio Abbado, Lorin Maazel
o Nikolaus Harnoncourt en sus
inmortales ejecuciones de Mahler, Sibelius o Mozart, o recientemente a Simon
Rattle con Dvořák o a Riccardo Muti
con Beethoven, debemos aplaudir
ahora de forma incondicional la personalización de la partitura de Pink Floyd que realizan Pink Tones.
De
esta forma, entendiendo al grupo como lo que es, una pléyade de expertos y
admiradores del rock clásico,
podemos alejarnos de la idea de que Pink
Tones son un “grupo-tributo”, un
epígono o un gemelo maligno de los británicos. Así, concluimos que estos
intérpretes brillantes son una especie de Doctores
Jekyll que se alimentan de una pócima maravillosa que los transforma en
unos Mr. Hyde al pisar el escenario,
justo cuando se encienden las luces de irisaciones rojizas y arrancan los
acordes de la canción The Return Of The
Son Of Nothing.
La
magia cuántica de la bilocación provocada
por el ensalmo de la música, ubica en el escenario a los Floyd y a los Tones a la
par, y el Mr. Hyde es, ahora, un Mr. Hyde bondadoso que en ningún caso
saldrá por Londres a sembrar el
terror con su maldad, sino que derrama su cornucopia de felicidad sobre el
público madrileño.
Tal
vez sea como en ese cuento de E.T.A
Hoffmann, El caballero Gluck, cuando
el narrador se topa con el compositor Willibald
von Gluck veinte años después de su muerte, vagando a la captura de la
esencia que conforma el verdadero elixir de la música. Quizás sea esa pócima de
la que han bebido los integrantes de Pink
Tones, entre bambalinas, poco antes de entregarnos su asombro.
3-El guitarrista a las puertas del
alba
La
nave de Pink Tones tiene forma de
triángulo, muy parecida a ese triángulo que aparece en la portada del disco The
Dark Side Of The Moon. El viaje ha alcanzado la singularidad de las
espirales de las constelaciones en la interpretación de Echoes y ahora, como si el módulo se liberara de una parte de su
cohete justo al alcanzar la heliopausa
y abandonar las más remotas fronteras de lo cósmico, se prepara para saltar a
la velocidad-luz.
El
show, el recorrido sonoro, se parte por la mitad en ese salto vertiginoso. In The Flesh? restalla como esos fuegos
multicolores serpentean en los cristales del Halcón Milenario, y el segmento compuesto por los temas de The
Wall conduce al nirvana, más allá del espacio y del tiempo.
El
objeto volante, la nave triangular, el platillo de Pink Tones se aproxima al término del concierto, pero no de su
viaje. Run Like Hell y, como no, Confortably Numb, rubrican una nueva
obra maestra de casi tres horas de duración. Álvaro Espinosa interpreta ese solo final con la determinación de
un astronauta que se sabe camino del espacio profundo, de la zona interestelar,
un musiconauta en misión de
exploración de los límites, de los bordes de un enigma tan ingente como el
cosmos mismo, y que representan las canciones de Pink Floyd.
Alvaro Espinosa
es, entonces, un guitarrista punteando cercano a las puertas del alba, justo en
el instante en que aparece, en una pantalla, la proyección de una fotografía
con los miembros de Pink Floyd.
Ellos fueron los pioneros, los primeros en adentrarse en los terrenos celestes
desconocidos, Odiseos a la búsqueda
de una Ítaca remota detrás de cada
acorde, de cada nota, dejándonos un legado imposible de borrar.
Los
miembros de Pink Tones prosiguen la
senda de esos pioneros, derramando esa música como una música de ayer, de hoy y
de siempre.
Al
salir de La Riviera me da la
sensación de que el tímido otoño de la capital se ha enfriado un poco y ha
decidido rociarnos con unas leves gotitas de lluvia. Mentalmente, anoto en el
diario de a bordo de mi nave personal, en la bitácora de mi viaje, que la
lluvia, como dijo Borges, es algo
que sin duda sucede en el pasado, pero que como las canciones de Pink Floyd siempre pertenecerá al
futuro.
Se
trata de una lluvia que conforma ese futuro luminoso y pintado de psicodelia
que Pink Tones acaban de adherirme a
la piel como un tatuaje cósmico y que brilla fulgurante en mi interior mientras
me aproximo hacia el alba.
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