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Para Marina, la Sra. Bibliotecaria
de Instagram. No conozco a nadie que haga tanto por las pequeñas librerías y
las editoriales independientes y de calidad.
Pues
sí, hoy es el día de las librerías,
pero no de esas del IKEA, imposibles
de montar. Hoy es el día de las librerías que venden ese bien tan preciado,
extraño, y que algunos se atreven a declarar en vías de extinción: los libros.
Existe un recurso literario que consiste en la literatura que habla de la
propia literatura, y recibe el nombre de metaliteratura.
Pues bien, en un día tan señalado como hoy, voy a dedicar esta columna de El Odradek de los viernes a los libros
que hablan de librerías y libreros: o sea, los metalibros.
Y
empezaré confesando que la idea me rondaba por la cabeza desde el estreno a
bombo y platillo de la película sobre la novela de La librería (Impedimenta), basada en el libro de Penelope Fitzgerald. No he visto la
película, ni he leído el texto, de momento, así que me voy a referir aquí a
algunos otros textos que se ocupan del asunto. Algunos son muy conocidos, otros
nada.
Y
quiero comenzar por una joya de miles de quilates: Mendel el de los libros (El Acantilado), en algunas ediciones
antiguas aún preserva su título en alemán, Buchmendel, y su autor es Stefan Zweig. Publicado en 1929, se trata de un relato breve, pero
intenso y hermosísimo, que destila amor por los libros y los eleva a la
condición de todo un estilo de cultura y de vida, que al entrar en vías de
extinción corre el riesgo de perderse.
Mendel
es un librero de viejo, que pasa las horas desplegando su enorme sabiduría en
un cafetín de Viena, de la Viena del Imperio Austrohúngaro. Cuando se produce el colapso del Antiguo Régimen, su condición de judío
lo convierte en sospechoso de espionaje, y es recluido en un campo de
prisioneros. A su regreso, ya se ha consumado la catástrofe, y su mundo ha
cambiado radicalmente. Realmente, no queda ya espacio para la cultura, al menos
la cultura que Mendel representa:
clásica, erudita, reposada y tolerante.
Mendel es
un librero de lance, un buhonero que trata con libros de segunda mano. Puedes
encontrar en este enlace un artículo que publicamos en Achtung! sobre algunos de los libros más habituales que nos podemos
encontrar en el ecosistema de la
librería de saldo:
Más
conocido, al menos por el boom que experimentó en el mercado anglosajón, es Una
lectora nada común (Anagrama),
del británico Alan Bennett y
publicado en 2007. Es un libro
realmente curioso, en donde la Reina de
Inglaterra (la misma que en mi novela Softcore aparece retratada de una
forma un tanto diferente) descubre un súbito amor por los libros al toparse con
lo que por aquí denominamos vulgarmente como bibliobús.
En
efecto, es el bibliobús que nutre de
lecturas al personal del Palacio de
Buckingham, y un pinche de cocina se acabará convirtiendo en el asesor
literario particular de la Reina.
Hasta tal punto le toma gusto a la lectura, que la Monarca empieza a sentirse
fastidiada por los quehaceres propios de su rango, que le privan de las
placenteras horas que pasa con sus libros.
Placenteras,
he dicho, eso es. Porque lo que Bennet plantea
en la novela es la grieta que se abre en la Reina, consagrada hasta entonces a servir a su pueblo, al
sacrificio (todo esto desde un punto de vista muy británico, claro), y que encuentra
en la lectura el placer, ese placer que aquellos que ostentan semejantes cargos
parecen tener vetado. Un placer tan enorme como para… ¿plantearse abdicar para
consagrar todo su tiempo a la lectura?
Pero
claro, si se trata de librerías, ¿cómo no mencionar el relato de Borges, La biblioteca de Babel? Aparecido en el libro de 1941, El jardín de los senderos que se
bifurcan, forma parte del volumen Ficciones (Alianza). Los tics del escritor argentino, y algunos de sus tocs,
aparecen en este texto: la recursividad cuántica, la estructura de fractales, la
reflexión cosmológica… Todo esto convierte a este texto en un claro ejemplo de
aquello que denomino como Literatura
Cuántica.
La biblioteca de Babel
es una narración fascinante, ¿acaso existe alguna narración de Borges que no sea fascinante?, en tanto
que presenta el intento de una ordenación del cosmos como si fuera una
biblioteca. Una biblioteca ciertamente eterna y que se sobrepone al tiempo y al
espacio: permanece ahí desde siempre, y parece que siempre permanecerá. Sus
galerías son infinitas, y las estructuras de cada una de ellas se ordenan según
una matemática recursiva que va reproduciendo series de números, desde lo mayor
a lo menor. Algo así como nuestras huellas dactilares, que son iguales a las
espirales de las constelaciones que discurren sobre nuestras cabezas, a
millones de años luz.
La biblioteca de Babel
está repleta de trampas algebraicas,
guiños numéricos y otros enigmas que la convierten en un lugar que parte del
interior de nosotros mismos y se proyecta al infinito. Todos los demás enigmas
que alberga este texto hipnótico ya los dejo al gusto del lector. Buena suerte.
Algo
mucho más ligero en cuanto al planteamiento juvenil, son las deliciosas
aventuras de un muchacho que trabaja en una librería de Zagreb. Estoy hablando del más que minoritario libro del autor
croata Ivica Prtenjača, un auténtico
ídolo literario en su país. Se trata de la novela Que bien, qué bonito (Baile del Sol ediciones), de 2006, en cuya traducción del doctor Francisco Javier Juez Gálvez tuve la
ocasión de intervenir, muy modestamente, aportando mi espíritu literario.
La
novela, fresca y divertida, pero también con una nube de pesadumbre o pesimismo
generacional, presenta una ciudad de Zagreb
ciertamente complicada, para una especie de autoficción con grupo juvenil al fondo. Llama poderosamente la
atención la circunstancia de que el autor elija un minimalismo literario a la hora de utilizar los recursos en la
novela, lo que la dota de relieve y de una garra extraordinaria.
En
el siguiente enlace os dejo una crítica que realicé para el número 33 de los Cuadernos del Ateneo de La laguna:
Hay
un relato muy notable dentro de una colección de cuentos titulada El
hombre invadido (Anagrama),
del escritor italiano Gesualdo Bufalino,
publicado en 1986. De más que
curioso nombre, Las visiones de Basilio o
bien La batalla de las polillas y de los héroes, se nos presenta un momento
de la historia de la humanidad en donde se ha decidido guarecer en una inmensa
fortaleza todo el saber del mundo, enviando en barcos el contenido de
innumerables bibliotecas. El cogollo, esa centena de textos que albergan el
saber universal, se guarecen en la Torre de la fortaleza, con la esperanza de
poder protegerlos de un gusano devorador
de papel, mientras los químicos se afanan en descubrir el veneno que pueda
doblegarlo.
El
novicio Basilio, —sin olvidar que el
relato, aunque en su parafernalia recuerda a una puesta en escena medieval,
ocurre a finales del siglo XXI, después de ignominiosas catástrofes— queda recluido
como único vigilante del preciado tesoro del saber. Desde luego, Bufalino, hombre cultísimo y de gran
formación clásica, nos proporciona un relato que permite una lectura profunda
riquísima, pero si nos quedamos en lo meramente lineal, no podemos dejar de sorprendernos
por lo original del desarrollo del asunto.
A
pesar de las precauciones tomadas, el gusano empieza a roer el núcleo del saber
más importante. Las polillas destruyen los libros por doquier —deliciosa la
reflexión metafórica que Bufalino lleva
a cabo sobre la destrucción del lenguaje— hasta que Basilio encuentra una solución drástica para terminar con la
amenaza que pone en riesgo lo más valioso del conocimiento de la humanidad… Leed
el cuento si queréis saber cómo termina esta pequeña obra maestra. Solo diré
que el novicio Basilio es el paradigma
de librero o bibliotecario sacrificado, abnegado y perfecto en su cometido de
preservar el saber albergado en los libros.
Así,
nadie podrá decirme eso de que hago spoliers,
aunque a estas alturas todos los que me siguen ya deberían saber que la verdadera
riqueza de la lectura no se encuentra en el desenlace de un libro, sino en
el viaje delicioso realizado hasta allí.
Y
quizás, porque el viaje realizado hasta el final de 84 Charing Cross Road (Anagrama), de Helen Hanff, no me resultó nada satisfactorio, y no digamos ya el
de la novela El lector (Anagrama)
de Bernhard Schlink, no las he
traído hasta mi compendio que busca llevar a cabo un homenaje a las librerías y
a los libreros. Sinceramente, creo que deslucirían bastante, aunque muchos os
preguntéis, y os entiendo, qué clase de males les encuentro a estas obras.
En
estos dos enlaces, si os interesa,
podréis descubrirlo:
Hoy
es un día especial porque es el día de
las librerías. No hay que olvidarlo. Son el pequeño reducto que nos queda
para salvaguardarnos de la mediocridad, del hastío repetitivo de la rutina y de
la crueldad de nuestros semejantes.
Celebrémoslo
entrando en una librería de lance, visitemos a nuestro Mendel particular, y adoptemos el volumen que nos inspire mayor
lástima, mayor abandono, dándole un refugio cálido en los plúteos de nuestro
estudio, en el salón de casa, junto a las queridas ediciones de lujo de las
novelas que más apreciamos. Así, nosotros, también seremos como el novicio Basilio.
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