lunes, 27 de noviembre de 2017

De librerías, libros y libreros... en el día de las librerías


Esta columna apareció en achtungmag.com:

http://www.achtungmag.com/librerias-libros-libreros-dia-las-librerias/


Para Marina, la Sra. Bibliotecaria de Instagram. No conozco a nadie que haga tanto por las pequeñas librerías y las editoriales independientes y de calidad.

Pues sí, hoy es el día de las librerías, pero no de esas del IKEA, imposibles de montar. Hoy es el día de las librerías que venden ese bien tan preciado, extraño, y que algunos se atreven a declarar en vías de extinción: los libros. Existe un recurso literario que consiste en la literatura que habla de la propia literatura, y recibe el nombre de metaliteratura. Pues bien, en un día tan señalado como hoy, voy a dedicar esta columna de El Odradek de los viernes a los libros que hablan de librerías y libreros: o sea, los metalibros.

Y empezaré confesando que la idea me rondaba por la cabeza desde el estreno a bombo y platillo de la película sobre la novela de La librería (Impedimenta), basada en el libro de Penelope Fitzgerald. No he visto la película, ni he leído el texto, de momento, así que me voy a referir aquí a algunos otros textos que se ocupan del asunto. Algunos son muy conocidos, otros nada.

Y quiero comenzar por una joya de miles de quilates: Mendel el de los libros (El Acantilado), en algunas ediciones antiguas aún preserva su título en alemán, Buchmendel, y su autor es Stefan Zweig. Publicado en 1929, se trata de un relato breve, pero intenso y hermosísimo, que destila amor por los libros y los eleva a la condición de todo un estilo de cultura y de vida, que al entrar en vías de extinción corre el riesgo de perderse.

Mendel es un librero de viejo, que pasa las horas desplegando su enorme sabiduría en un cafetín de Viena, de la Viena del Imperio Austrohúngaro. Cuando se produce el colapso del Antiguo Régimen, su condición de judío lo convierte en sospechoso de espionaje, y es recluido en un campo de prisioneros. A su regreso, ya se ha consumado la catástrofe, y su mundo ha cambiado radicalmente. Realmente, no queda ya espacio para la cultura, al menos la cultura que Mendel representa: clásica, erudita, reposada y tolerante.

Mendel es un librero de lance, un buhonero que trata con libros de segunda mano. Puedes encontrar en este enlace un artículo que publicamos en Achtung! sobre algunos de los libros más habituales que nos podemos encontrar en el ecosistema de la librería de saldo:


Más conocido, al menos por el boom que experimentó en el mercado anglosajón, es Una lectora nada común (Anagrama), del británico Alan Bennett y publicado en 2007. Es un libro realmente curioso, en donde la Reina de Inglaterra (la misma que en mi novela Softcore aparece retratada de una forma un tanto diferente) descubre un súbito amor por los libros al toparse con lo que por aquí denominamos vulgarmente como bibliobús.


En efecto, es el bibliobús que nutre de lecturas al personal del Palacio de Buckingham, y un pinche de cocina se acabará convirtiendo en el asesor literario particular de la Reina. Hasta tal punto le toma gusto a la lectura, que la Monarca empieza a sentirse fastidiada por los quehaceres propios de su rango, que le privan de las placenteras horas que pasa con sus libros.

Placenteras, he dicho, eso es. Porque lo que Bennet plantea en la novela es la grieta que se abre en la Reina, consagrada hasta entonces a servir a su pueblo, al sacrificio (todo esto desde un punto de vista muy británico, claro), y que encuentra en la lectura el placer, ese placer que aquellos que ostentan semejantes cargos parecen tener vetado. Un placer tan enorme como para… ¿plantearse abdicar para consagrar todo su tiempo a la lectura?

Pero claro, si se trata de librerías, ¿cómo no mencionar el relato de Borges, La biblioteca de Babel? Aparecido en el libro de 1941, El jardín de los senderos que se bifurcan, forma parte del volumen Ficciones (Alianza). Los tics del escritor argentino, y algunos de sus tocs, aparecen en este texto: la recursividad cuántica, la estructura de fractales, la reflexión cosmológica… Todo esto convierte a este texto en un claro ejemplo de aquello que denomino como Literatura Cuántica.

La biblioteca de Babel es una narración fascinante, ¿acaso existe alguna narración de Borges que no sea fascinante?, en tanto que presenta el intento de una ordenación del cosmos como si fuera una biblioteca. Una biblioteca ciertamente eterna y que se sobrepone al tiempo y al espacio: permanece ahí desde siempre, y parece que siempre permanecerá. Sus galerías son infinitas, y las estructuras de cada una de ellas se ordenan según una matemática recursiva que va reproduciendo series de números, desde lo mayor a lo menor. Algo así como nuestras huellas dactilares, que son iguales a las espirales de las constelaciones que discurren sobre nuestras cabezas, a millones de años luz.

La biblioteca de Babel está repleta de trampas algebraicas, guiños numéricos y otros enigmas que la convierten en un lugar que parte del interior de nosotros mismos y se proyecta al infinito. Todos los demás enigmas que alberga este texto hipnótico ya los dejo al gusto del lector. Buena suerte.

Algo mucho más ligero en cuanto al planteamiento juvenil, son las deliciosas aventuras de un muchacho que trabaja en una librería de Zagreb. Estoy hablando del más que minoritario libro del autor croata Ivica Prtenjača, un auténtico ídolo literario en su país. Se trata de la novela Que bien, qué bonito (Baile del Sol ediciones), de 2006, en cuya traducción del doctor Francisco Javier Juez Gálvez tuve la ocasión de intervenir, muy modestamente, aportando mi espíritu literario.

La novela, fresca y divertida, pero también con una nube de pesadumbre o pesimismo generacional, presenta una ciudad de Zagreb ciertamente complicada, para una especie de autoficción con grupo juvenil al fondo. Llama poderosamente la atención la circunstancia de que el autor elija un minimalismo literario a la hora de utilizar los recursos en la novela, lo que la dota de relieve y de una garra extraordinaria.

En el siguiente enlace os dejo una crítica que realicé para el número 33 de los Cuadernos del Ateneo de La laguna:


Hay un relato muy notable dentro de una colección de cuentos titulada El hombre invadido (Anagrama), del escritor italiano Gesualdo Bufalino, publicado en 1986. De más que curioso nombre, Las visiones de Basilio o bien La batalla de las polillas y de los héroes, se nos presenta un momento de la historia de la humanidad en donde se ha decidido guarecer en una inmensa fortaleza todo el saber del mundo, enviando en barcos el contenido de innumerables bibliotecas. El cogollo, esa centena de textos que albergan el saber universal, se guarecen en la Torre de la fortaleza, con la esperanza de poder protegerlos de un gusano devorador de papel, mientras los químicos se afanan en descubrir el veneno que pueda doblegarlo.

El novicio Basilio, —sin olvidar que el relato, aunque en su parafernalia recuerda a una puesta en escena medieval, ocurre a finales del siglo XXI, después de ignominiosas catástrofes— queda recluido como único vigilante del preciado tesoro del saber. Desde luego, Bufalino, hombre cultísimo y de gran formación clásica, nos proporciona un relato que permite una lectura profunda riquísima, pero si nos quedamos en lo meramente lineal, no podemos dejar de sorprendernos por lo original del desarrollo del asunto.

A pesar de las precauciones tomadas, el gusano empieza a roer el núcleo del saber más importante. Las polillas destruyen los libros por doquier —deliciosa la reflexión metafórica que Bufalino lleva a cabo sobre la destrucción del lenguaje— hasta que Basilio encuentra una solución drástica para terminar con la amenaza que pone en riesgo lo más valioso del conocimiento de la humanidad… Leed el cuento si queréis saber cómo termina esta pequeña obra maestra. Solo diré que el novicio Basilio es el paradigma de librero o bibliotecario sacrificado, abnegado y perfecto en su cometido de preservar el saber albergado en los libros.

Así, nadie podrá decirme eso de que hago spoliers, aunque a estas alturas todos los que me siguen ya deberían saber que la verdadera riqueza de la lectura no se encuentra en el desenlace de un libro, sino en el viaje delicioso realizado hasta allí.

Y quizás, porque el viaje realizado hasta el final de 84 Charing Cross Road (Anagrama), de Helen Hanff, no me resultó nada satisfactorio, y no digamos ya el de la novela El lector (Anagrama) de Bernhard Schlink, no las he traído hasta mi compendio que busca llevar a cabo un homenaje a las librerías y a los libreros. Sinceramente, creo que deslucirían bastante, aunque muchos os preguntéis, y os entiendo, qué clase de males les encuentro a estas obras.

En estos dos enlaces, si os interesa, podréis descubrirlo:


Hoy es un día especial porque es el día de las librerías. No hay que olvidarlo. Son el pequeño reducto que nos queda para salvaguardarnos de la mediocridad, del hastío repetitivo de la rutina y de la crueldad de nuestros semejantes.


Celebrémoslo entrando en una librería de lance, visitemos a nuestro Mendel particular, y adoptemos el volumen que nos inspire mayor lástima, mayor abandono, dándole un refugio cálido en los plúteos de nuestro estudio, en el salón de casa, junto a las queridas ediciones de lujo de las novelas que más apreciamos. Así, nosotros, también seremos como el novicio Basilio

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