Vale, okay,
supongamos que Superman en vez de caer sobre Kansas cae sobre la Unión
Soviética con ese simpático tipo del bigote de cepillo y la pipa de maíz en la
boca y que manda tanto, sí, en la URSS de Stalin. Supongamos por un instante
eso. Que Jor-El y sus esfuerzos por enviar a su hijo a la Tierra le salen como
el culo, y en vez de arribar a la Tierra de las Oportunidades se golpea de
bruces con el país de los lagers y los gulags. Imaginemos por un momento a ese
Superman criado a los pechos del Komsomol, entre parafernalia del Primero de
Mayo y los cultos a la personalidad… porque es un puro azar, porque igual que
aterrizó en Kansas podía haberse empotrado en Tunguska o, aún peor, en la China
de Mao o en la Camboya de Pol Pot…
Volvamos a la
Rusia de Stalin: Superman ha caído allí, a su padre celestial la ha salido la
maniobra como una cagada de campeonato, y con nueve años Superman es un
Superpionero, con quince ya realiza sus primeras superdenuncias de campesinos
que esconden cosechas contra la colectivización o de trabajadores que engañan a
la norma individual y no cumplen con las cuotas del plan quinquenal. A
los diecinueve entra en el KGB, a los veinte, con sus superpectorales, su
superfuerza y toda su super mala leche, reparte hostias como panes entre el
mundo occidental y estaliniza a Europa e, imparable, a los Estados Unidos –qué
quizá le opongan un famélico Batman que aguante unos segundos de combate, o quizás
ni eso, ni Transformers, ni la Cosa, ni la Masa, ni Optimus Prime, nadie puede
detenerlo-, y luego somete al mundo con una hoz y un martillo colorados sobre
sus pechos, o dibujado el rostro de bigote de cepillo firmador de sentencias de
muerte y todos tan contentos mientras marca paquete bajo las mallas.
Supongamos, es un
suponer, que Superman cae sobre la Unión Sobreviética de Stalin. Ahora, yo no
estaría diciendo esto, o lo haría en cirílico para, acto seguido, ser denunciado,
juzgado y ejecutado. Menos mal que Superman es un personaje de cómic y que nos
da bastante igual en dónde caiga, todo se limitará a cerrar el tebeo por la
página que nos desagrade. Así que, puestos a imaginar, imaginemos que Stalin
nunca ha existido y eso tal vez, solo tal vez, pueda hacer sonreír a sus
víctimas, desde donde estén, y se digan, Stalin ya no existe, hemos muerto de
un desastre natural, un terremoto o un Tsunami, y no por capricho de ese
grandísimo hijo de puta.
Puestos a
imaginar… eso es lo mejor que podemos imaginar…
-¡Oiga, oiga!
Puestos a imaginar podemos imaginar que Superman cae en medio de la plaza de
toros de las Ventas a las cinco de la tarde, justo antes de la corrida de la
Beneficencia, y que se cría a los pechos de una tonadillera y un torero de la
prensa del colorín, y luego no hay corrida en la que Superman no corte el rabo
y las dos orejas, porque es tan Supertorero que no necesita ni picadores, que
se pica el mismo a los toros con su supervelocidad, y que con sus rayos láser
en los ojos les administra las banderillas…
-¿Pero es que
usted tiene que joderlo todo?
-Perdone… sólo
quería ayudar en la historia…
-¡Ande, cállese!
¡Mozo, dos blanquillos!
-¡Y otra de
pajaricos!
-Vale… ¡otra de
pajaritos fritos!
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