viernes, 12 de abril de 2013

La biblioteca atlántica de Mémez Verte


Mémez Verte: ese prócer de la patria, el fénix de ingenios, ese maestro de la palabra, ese ES-CRI-TO-RA-ZO, tan ducho en tantas cosas, pero fundamentalmente en el arte de escribir, en la militaria y en la marinería, decidió un buen día utilizar uno de sus barcos de recreo (la bestselerizada vida del autor era generosa en ingresos y caprichos) como biblioteca flotante.

Mémez Verte proveyó a uno sus mejores buques con metros de estanterías corridas, con archivos y con depósitos bibliográficos. En pocos meses, pero tras un trabajo arduo y enciclopédico (tal y como solía construir sus novelas de época) poseía la biblioteca flotante más grande del mundo, que bautizó como su ”biblioteca atlántica”.

Durante semanas, las contrataciones, búsqueda de bibliotecarios, afichadores, personal en general para su proyecto, eran titulares de la prensa diaria. Ahora Mémez Verte no era primera página por haber ganado o aceptado tal o cual premio corrupto o sospechoso, o por enzarzarse en amoniacales disputas con su némesis Sancho Dragonte, uno y otro utilizando los medios de sus respectivos grupos de comunicación para escupirse fuego editorial, veneno literario y fango flemoso.

No, Mémez Verte, ejemplo patrio, botó su biblioteca atlántica con orgullo y, aunque hubo quien no faltó a su cita con la crítica y el insulto, todos terminaron por rendirse ante la magnitud y bonhomía del asunto; Mémez Verte: preclaro ingenio.

Sin embargo, algo nos sospechábamos, en particular en cuanto yo pude echar un vistazo al catálogo: el barco estaba repleto de libros de autores (incluso adquirió y agotó ediciones completas de algunos) a los que Mémez siempre odiaba, y así lo hacía patente en sus columnitas hemotóxicas que publicaba en la prensa, esos origami de odio e insultos. Y, en efecto, allá estaban: Galdós, Lope y Calderón, el Gran Escritor Gay, el Gran Autor Supermacho, el de Gafitas de Pasta e incluso el Vegetariano, y la Amanuense Tropical, y la Verbenera, junto a las novelas del Archiliterato, los disparates del Escritor Posmoderno, los tochos de Berto Sellers –escritor especialmente odiado por Mémez- y, como no, la obra completa de Sancho Dragonte. Y Larvatus Prodeo... y un etcétera de autores públicamente aborrecidos, reconocidos en el odio por Verte.

Todo se concretó: una mañana, bien temprano, navegó hasta la fosa de las Marianas, evacuó al personal del barco y allí mismo, se hundió con él. Fue el gran acto final de odio de Mémez Verte. Ahogó las novelas de sus rivales.

Y sus pulmones se llenaron de agua marina mientras sepultaba a kilómetros de profundidad las novelas de sus odiados autores con la esperanza de que, así, desaparecieran de la historia literaria aún a costa de su propia vida: consuelo póstumo ante la fija y disparatada mirada enloquecida de algún calamar elefancíaco o de pececillos de sonrisa rajada de joker con bombilla por montera.
 
¡Donoso Escrutinio!, dicen que fue su último grito, ¡me cago en él!

Mémez Verte: ese prohombre de las letras universales. Se ahogó, sí, pero que a gusto se quedó, le dicen en coplillas compuestas por las sabias y doctas manos de sus colegas los académicos y los miembros de los ateneos, siempre exactos a la hora de jugar con el lenguaje.

Ahora, una fundación y un prestigioso premio literario lloran el nombre eterno de Mémez Verte. Vayan estas líneas en su memoria.

2 comentarios:

  1. ¿Larvatus Prodeo? Insignificante mosca apartada con la mano del lacayo de esos escritores.

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  2. Ahogado en su odio. Me place y lo agradezco.

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