domingo, 17 de diciembre de 2017

Literatura y cine: algo más que novelas y películas

Esta columna apareció en achtungmag.com:

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Hace bien poco que se ha estrenado Asesinato en el Orient Express, la película basada en la célebre novela de Agatha Christie (en RBA). Cuando lo manifiesto, la gente me mira asombrada. No pueden creerlo. Pero es cierto. Realmente, no me gusta el cine. Se pueden buscar todos los motivos que se quieran. Los más cercanos, quizás, sean el hastío que me produce, una mezcla de aburrimiento y la sensación de que estoy perdiendo un tiempo precioso que podría utilizar en otras cosas. Sin embargo, siempre he sentido curiosidad por aquellas películas que se basan, o intentan ser fieles, a las novelas que convierten en celuloide. Y alguna hasta me gusta.

Tengo pendientes dos películas que llevan a la pantalla sendas obras maestras: Pastoral Americana (Debolsillo) y, la mucho más antigua, de 2012, Cosmópolis (Seix Barral), según las novelas de esos dos gigantes de la literatura norteamericana que son Philip Roth y Don DeLillo. Así que no puedo manifestarme sobre ellas, pero sí que puedo hacerlo sobre algunas otras que se han inspirado en novelistas estadounidenses.

En primer lugar, debo romper una lanza por American Psycho, tanto por su versión cinematográfica como por la novela. Tengamos en cuenta que yo no soy crítico de cine, que ni entiendo ni lo pretendo, y que me fijo, para realizar estos comentarios, en la afortunada o desafortunada forma en que el material literario original ha sido reconvertido en película. Alguno pensará que, si empiezo recomendando American Psycho, lo mejor será dejar de leer esta columna ahora mismo. Puede que tenga razón.


Sin embargo, creo que American Psycho (Ediciones B), la novela de Bret Easton Ellis, merece mucho la pena. En primer lugar, porque presenta las manías posmodernas de un mundo repleto de tics consumistas; es un retrato de lo repulsivo del ser humano bajo ciertas condiciones de dinero y éxito; en segundo lugar porque, la que muchos pueden calificar como una novelita, encierra un código oculto. Reescribe ciertas partes del descenso a los Infiernos de Dante en la Divina Comedia (Cátedra). Si se lee teniéndolo en cuenta, se descubre una novela magnífica.

Además, la adaptación es fiel al texto, y consigue aquello que pido de una película basada en una novela: fidelidad, y que reproduzca en imágenes las ideas que se habían desencadenado en mi cabeza durante la lectura. Y en ese sentido, esta película es más que aceptable.

Sin embargo, ya que hablamos de escritores norteamericanos, y pasaré por ella de puntillas, una decepción enorme fue La carretera, basada en el libro de Cormac McCarthy (Debolsillo). La verdad, el desencanto ya se encontraba en el propio texto, impropio de un escritor de prestigio, pero bueno, esa es una historia en la que no quiero entrar ahora. Prefiero recordar la inolvidable Club de lucha de David Fincher, que en este caso (y mira que me gusta Chuck Palahniuk) mejora la novela —publicada en El Aleph—, aunque ojito a ese final que no aparece en el libro.

Que la película supere a su madre literaria no es algo que ocurra muchas veces, pero alguna vez sucede. Lo normal es que las cosas sean al contrario, decepcionantes, como la ambiciosa y fallida Pozos de ambición, basada en la novela de Upton Sinclair, ¡Petróleo! (Edhasa) basada tan sólo en las primeras 150 páginas de una novela de casi 600.

Realizar filmes de una parte del libro es algo habitual, y no por ello debe significar un desastre. Buena prueba de ello es la película que ganó el Oscar a la mejor producción extranjera en 1979. Me refiero a El tambor de hojalata, dirigida por el alemán Volker Schlöndorff, y sobre la novela de Günter Grass, Premio Nobel de literatura (en Alfaguara). La película se detiene a la mitad de la narración del libro, pero es algo que resulta lógico porque la obra de Grass es monumental. Verterla en la pantalla con esa minuciosidad y veracidad, haría necesaria una cinta de cuatro o cinco horas. Aun así, esta obra maestra ya dura 142 minutos de pura fascinación.

También se da el caso de que la película sea una adaptación que, sin embargo, y a pesar de alejarse del original, conserve parte de la magia de la obra. Este es el caso de Abril Despedaçado, del director brasileño Walter Salles, en realidad una versión lírica y delicada, a la par que muy interesante, de Abril quebrado (Alianza), una de las novelas emblemáticas del escritor albanés Ismaíl Kadaré.


De igual manera, nos encontramos con una sorprendente recreación de Michael Kohlhaas, la novela de Heinrich von Kleist (Nordica), transportada al western americano y con John Cusak en el papel protagonista del desairado comerciante que busca una restitución justa ante los abusos que sobre él cometen los poderosos y que, como no lo consigue, decide tomarse la justicia por su mano.

Aunque claro, si de recreaciones trasplantadas a otros ambientes se trata, qué podemos decir de Apocalypse Now y El corazón de las tinieblas (Navona) de Joseph Conrad…, donde el Congo Belga es el Vietnam y el delegado Kurtz aparece interpretado por Marlon Brando.

En este enlace puedes encontrar más información sobre la novela de Conrad, en un artículo que publique aquí mismo, en Achtung!:


Encontramos bastantes adaptaciones lustrosas y de relumbrón, afortunadamente, en las películas que tratan temas de ciencia ficción o de género distópico. Los ejemplos de 2001: Una odisea en el espacio, según la novela de Arthur C. Clarke (en Debolsillo), 1984, la obra de George Orwell (en Destino) o La naranja mecánica (Booket) de Anthony Burguess, enjugan desgracias como la versión moderna de Solaris (Impedimenta) de Stanisław Lem, con un desacertado George Clooney. Y hoy dejaremos tranquilo a Tarkovsky.


En el terreno patrio no puedo explayarme mucho, porque si no me gusta el cine, aún menos el cine español (lo siento, soy un troglodita, es lo que hay), aunque existen tres películas que superan a los libros en los que se apoyan. Curiosamente, dos son novelas del Premio Nobel Camilo José Cela: la archiconocida y alabada La colmena (Destino) y su debut literario plasmado en una adaptación cinematográfica prácticamente olvidada, La familia de Pascual Duarte (Austral), con un magnífico José Luis Gómez en el papel del asesino rural.

La tercera película, como no, son Los santos inocentes (Planeta) del escritor Miguel Delibes. El film, casi perfecto, ha contribuido a crear una falsa imagen de la novela, es lo que denomino como falso imaginario. El Azarías será por siempre Paco Rabal, y Alfredo Landa se nos aparecerá cada vez que leamos el nombre de Paco el Bajo. Es imposible extirparlos de la memoria colectiva, del falso imaginario que el cineasta ha creado en nosotros. Los que leímos la novela y después vimos la película no podíamos creer lo que estábamos viendo: ¿En dónde se retrata así a estos personajes? ¿Acaso La Niña Chica no abandona la palidez del texto para convertirse en un personaje perturbador? Y no entro con el asunto de la Milana…

Mario Camus, en estado de gracia —él y todos los que aparecen en ella—, destruye la novela de Delibes con su magnífica y mucho más que sobresaliente adaptación: infinitamente mejor que el original al que pretende copiar. Desde ese instante, desde la proyección de la película, el texto queda ensombrecido, Los santos inocentes desaparece, pierde su aura de novela porque, y es aquí donde se ven sus carencias, era un texto demasiado endeble que se ha visto recompensado con una adaptación cinematográfica tan magistral que termina por anularlo.

Si os interesa conocer mi opinión completa sobre el asunto, la podéis encontrar en el siguiente enlace:


El género bélico siempre ha vivido de adaptar, en ocasiones magníficamente, obras literarias. Un caso en donde la película, cualitativamente hablando, se ubica a años luz de la novela monótona y desvaída, es La delgada línea roja, basada el libro de James Jones (Ediciones B). Por otro lado, Un puente lejano, sobre el espectacular trabajo informativo realizado por el periodista Cornelius Ryan (en Inedita), es una de las mejores películas bélicas de la historia.

Podría continuar enumerando muchísimas películas que se apoyan en novelas inolvidables para nosotros. A veces, nos indigna el maltrato al que han sido sometidas —la escasamente afortunada Suite Francesa (en Salamandra) de la escritora Irène Némirovsky, por ejemplo—, pero en otras ocasiones puede resultar un ejercicio casi satisfactorio —como ocurre con La lista de Schindler, basada en la investigación histórica del australiano Thomas Keneally, El arca de Schindler (Edhasa)—.

En cualquier caso, yo no puedo sino reafirmarme en el malestar que generalmente me produce el cine. Y en eso, he descubierto que, al menos, ya somos tres: Holden Caulfield, Charles Bukowski y yo.

Bukowski, en su novela Hollywood (Anagrama) expone su opinión del cine, un asunto que no deja de tener cierta guasa, puesto que esa novela narra cómo se fue confeccionado el guion de Barfly y su posterior etapa de producción y rodaje:

Era una enfermedad: ese gran interés en un medio que, sin cesar, una y otra vez, no lograba producir nada en absoluto. La gente se había acostumbrado de tal forma a ver mierda en las películas que ya no se daba cuenta de que era mierda”.


Del personaje protagonista de la novela de Salinger, El guardián entre el centeno (Alianza), poco puedo decir. De todos es conocido su aborrecimiento por el cine. Así que ya coincidimos en algo los tres… Lástima que solo me parezca en eso —sólo en eso— a Holden y Chinaski.

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